Archivo ABC
Archivo

La pregunta que Trotsky no quiso responder a Sofía Casanova

La corresponsal de ABC se adentró «En el antro de las fieras» bolchevique en 1917

León Trotsky, hacia 1918+ info
León Trotsky, hacia 1918
Actualizado:

Una intensa nevada, densa y callada, caía sobre San Petersburgo aquel día de diciembre de 1917 en que Sofía Casanova decidió en secreto ir al Instituto Smolny, el cuartel general bolchevique durante la Revolución de Octubre. «Deseaba y temía ir -por qué no confesarlo- al apartado lugar donde funcionan todas las dependencias del Gobierno popular», escribió la corresponsal de ABC, que con gran osadía se embarcó en esta insólita misión.

Como no se atrevía a ir sola, ni ninguna otra persona hubiera querido acompañarla, le dijo a su fiel e inseparable amiga gallega que fuera con ella, pero sin descubrirle a Pepa a dónde se dirigían. «Obscuras las calles resbaladizas como vidrios enjabonados y completamente solitarias a aquella hora -cinco de la tarde- tras muchos tumbos hallamos un "iswostchik" somnoliento en el pescante de trineo.

Extrañado de la dirección que le daba y puesto buen precio a la carrera, atravesamos lobregueces y más lobregueces de barrios extremos, hasta dar en un edificio enorme que sobresale de callejuelas adyacentes», describió Casanova.

Sofía Casanova

Una vez allí, cruzaron el portón que daba a la calle y atravesaron un gran espacio hasta la entrada principal del edificio que en otro tiempo fue jardín y donde entonces esperaban los automóvil del personal gubernativo. Los guardias de la entrada, paisanos armados, se calentaban en una hoguera. Le preguntaron a Sofía Casanova a dónde se dirigía y ésta respondió: «Voy a ver al comisario Trotsky».

Le señalaron con franco ademán la escalinata y las dos mujeres penetraron en el edificio. En la sala contigua a un vestíbulo donde se desparramaban grandes paquetes de papel, vieron sentados en torno a una mesa a dos marineros, tres soldados y dos jóvenes judías que escribían. La periodista volvió a pedir ver a León Davidovich Trotsky, «ministro de Negocios Extranjeros, que es el más interesante de los compañeros de Lenin».

Sin más requisitos le entregaron dos pedacillos de papel timbrado con el número del piso y el número del cuarto donde trabajaba y le indicaron el camino hasta aquel piso tercero y aquel número 67. Una muchachita judía, Sarah Ivanovna, les condujo hasta los pisos altos. Eran muchos escalones y a cada uno que subían aumentaba el pánico de Pepa que, «aterrados los ojos, el mantillín caído sobre la frente» le preguntó en gallego cerrado: «¿A dónde me lleva, señora? Mire que aquí nos matan, a canalla está muy armada; a min me tembla o pulso».

Sarah les dejó junto a una puerta vigilada por la Guardia Roja y mientras le pasaban la tarjeta de la corresponsal de ABC a Trotsky, ella se dedicó a hablar con «la canalla muy armada» que había allí. «Les había anunciado la judía que éramos españolas-relató Casanova-, y cuando uno de aquellos proletarios me dijo que había leído cosas de España, y fijándose en Pepa habló con calor de las mujeres de mi país, oíselo apagándose la luz eléctrica y lanzó un grito Pepa, agarrándose a mí espantada». Tras aquel momento de «pintoresca emoción», volvió la luz, se abrió la puerta y el soldado correcto que había llevado la tarjeta les invitó a pasar.

Atravesaron una sala grande, sin más muebles que algunas sillas y máquinas de escribir. Trotsky las esperaba en un pequeño gabinete a la izquierda. Le rogó a Sofía que tomara asiento en el único sillón de la estancia, frente a él, junto a una mesa de despacho, y a Pepa le indicó un sofá que completaba el sobrio mobiliario.

Marzo de 1918. Las conferencias de paz en Brest-Litowsk. Trotsky, jefe de la delegación rusa, dirigiéndose al edificio donde se celebraban las sesiones.+ info
Marzo de 1918. Las conferencias de paz en Brest-Litowsk. Trotsky, jefe de la delegación rusa, dirigiéndose al edificio donde se celebraban las sesiones.

«Conozco España; es un hermoso país del que tengo buenos recuerdos -les dijo con voz agradable en francés-, aunque la Policía "comme de raison" me trató mal. He visitado Madrid, Barcelona, Valencia. Mi amigo Pablo Iglesias estaba a la sazón en un Sanatorio; sentí dejar España».

«Nuestra política es la única que puede hacerse al presente. El mundo está hambriento de paz y nosotros tenemos la esperanza de que se haga no la paz aislada de Rusia, sino la general, la de todos los pueblos combatientes. Ahora mismo acabo de recibir un radiotelegrama de Czernin de conformidad con nuestra iniciativa de armisticio y de gestiones pacifistas. No hemos de detenernos, ni mis compañeros ni yo, en el camino emprendido», continuó Trotsky.

Sofía Casanova le preguntó entonces: «¿Pero la actitud de las potencias de la Entente es inquietante?»

Trotsky «veló con los cansados párpados su aguda mirada» y en vano esperó la periodista una respuesta o un comentario a su frase. Rusia, que formaba parte de la Triple Entente con Reino Unido y Francia en la Primera Guerra Mundial se retiraría formalmente del conflicto tras la toma de poder de los bolcheviques. En diciembre de 1917 firmaron un armisticio con los Imperios Centrales y marzo de 1918 se hizo oficial con la firma del Tratado de Brest-Litovsk.

Conversaron sobre otros asuntos, sin ahondar en ellos, y al despedirse, el dirigente ruso le dijo: «Me alegro de haber conocido a usted y por su conducto envío un saludo a España». Regresó a su asiento y volvió a inclinar la cabeza sobre los documentos que tenía allí reunidos.

«¿Es simpático Trotsky? -se preguntó después en su artículo- No es atractivo. Acentúa su tipo israelita la espesa melena revolucionaria, que enmarca con negrura su rostro irregular y agudo. Las cejas y la recortada perilla, muy negras, son a modo de pinceladas mefistotélicas en el rostro cetrino. No se revela en él ni la voluntad, ni la inteligencia; nada, en fin potencialmente fuerte. Podría pasar por un artista decadente, y, sin embargo, yo creo que tiene un valor irremplazable en la Rusia actual, y que no son las circunstancias precarias las que dan relieve a una medianía, sino que es la personalidad de este hombre la que se impone a aquéllas con actos de un plan político desconcertante y trascendental».

Según Casanova, en ese «antro de las fieras» existía menos disparidad entre ellas y aquel que en el Palacio de la Duma. «En el Instituto Smolny es todo plebeyamente democrático, y los feroces marineros de Kronstadt, confundidos con la guardia roja, no desdicen de los fríos muros, de las salas desamuebladas, donde funcionan como árbitros de San Petersburgo. Impresionan y desasosiegan el Instituto Smolny y sus moradores, porque es un foco de anarquía y porque la ignorancia y el odio de los antiguos esclavos a todas las clases sociales arma sus manos con el ensañamiento demoledor».

La Guardia de Smolny, donde residía el Estado Mayor de la Revolución en 1919+ info
La Guardia de Smolny, donde residía el Estado Mayor de la Revolución en 1919 - Aima

A juicio de la enviada de este periódico, «al fanatismo jerárquico del Imperio» le había sustituido «el de la ergástula en rebeldía» y se preguntaba: «¿Qué pueblo podrá ser feliz gobernado por el terrorismo de abajo?»

«Solo la bandera blanca de la paz, que estos hombres levantan, da el alivio de una esperanza a nuestra angustia de desterrados. ¡La paz!, la paz y luego... ¿qué ocurrirá en las regiones de Rusia dispersas y sin tradición de independencia?» Aquella hoguera llameando sobre la nieve a la entrada del Instituto Smolny le pareció a Sofía Casanova aquel diciembre de 1917 «un símbolo del porvenir: ¡Incendio en las estepas invernales!».

Artículo solo para suscriptores
Ver los comentarios