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La misteriosa muerte del hijo de Rockefeller: «Fue despedazado y devorado por caníbales»

El 19 de noviembre de 1961 Michael, hijo del gobernador de Nueva York Nelson Rockefeller, desapareció en Nueva Guinea. Años después, los medios publicaron que había sido asesinado por tribus locales

Michael Rockefeller
Michael Rockefeller
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Gafillas de pasta negra a la moda de los sesenta, barbita de día y medio –pelusilla más bien, al menos cuando no andaba de expedición– y unas entradas incipientes de esas que se tratan de esconder con el flequillo de medio lado. Michael, el benjamín del entonces gobernador de Nueva York y futuro presidente Nelson Rockefeller, tenía la estampa de un niño bien. Lo lógico para el heredero de una de las familias más influyentes de los Estados Unidos. En lo que rompía con su estirpe era en su cuasi obsesión por lo desconocido. Su currículum lo demuestra, pues se había graduado en Arqueología y Economía por la Universidad de Harvard.

Para su desgracia, ese amor por el mundo natural fue el que le costó la vida en 1961.

A finales de noviembre –pronto se cumplirán sesenta años–, el bueno de Michael desapareció mientras se hallaba de expedición en la costa sur de Nueva Guinea. Sus objetivos: estudiar a una tribu perdida, los asmat, e intentar hacerse con algunas de sus piezas artísticas para el Museo de Arte Primitivo fundado una década atrás por su padre. A partir de entonces comenzó un misterio que se extiende hasta la actualidad: ¿cómo falleció el hijo más joven de Nelson Rockefeller? La versión más extendida es que se ahogó, aunque ABC publicó en 1971 que había sido devorado por caníbales.

Corazón aguerrido

Michael vino al mundo un 18 de mayo de 1938 en los Estados Unidos y, desde su infancia, ya destacaba por su alta capacidad de estudio. Poco después de su desaparición, ABC resumió de esta guisa su vida: «Miguel Rockefeller es uno de los cinco hijos de Nelson Rockefeller y gemelo de su hermana María, nacidos en 1938. Es soltero, se graduó en la Universidad de Harvard y prestó servicio en el Ejército». La fundación que mantiene su familia en la actualidad afirma que siempre demostró cierta atracción por el mundo salvaje. Era, en definitiva, un naturalista de libro: independiente de espíritu, entusiasta de lo desconocido y aventurero en extremo.

Aquel carácter le empujó a viajar hasta Nueva Guinea en 1961 en el marco de una expedición para el Museo Peabody de Arqueología y Etnología de Harvard. En ese ambiente se sentía útil. Sin embargo, ese mismo espíritu indomable le hizo abandonar al grupo durante algunos días para estudiar la forma de vida de los asmat. La tribu albergaba una riqueza cultural difícil de creer para la época y apenas había tenido contacto con el ser humano moderno, pero sus integrantes también contaban con unas tradiciones escalofriantes. «Eran cazadores de cabezas que devoraban los cerebros de sus enemigos mezclados con gusanos y dormían sobre cráneos», explica Manuel Morós Peña en ‘Historia cultural del canibalismo’.

Rockefeller regresó a Estados Unidos, pero quedó prendado de aquella tribu por muchas causas. Entre ellas, las ricas piezas de arte que tenían en su poder. Así, por una mezcla de inquietud cultural y necesidad de hacerse con estos pequeños tesoros para el museo de su padre, decidió regresar en septiembre a Nueva Guinea. ABC lo explicó de forma educada: «Se enroló en una expedición arqueológica que realizaba estudios en el interior de la región». Él afirmó que pretendía rodar un documental junto al holandés M. S. Wassink. La realidad, sin embargo, era que navegaba entre el interés económico y el científico. Sea por la razón que fuese, la pareja recorrió durante dos meses la costa para visitar a las poblaciones locales.

Tragedia en Nueva Guinea

Y de ahí, a la escena final de esta tragedia. La pesadilla para Michael empezó ese 18 de noviembre de 1961, mientras remontaba un río con su colega. Allí desapareció por culpa del oleaje, como bien explicó ABC tan solo dos jornadas después: «El multimillonario Nelson Rockefeller ha recibido la noticia, comunicada por la Embajada holandesa, de que su hijo ha sido dado por perdido». Según el periodista, el chico «cayó al agua cuando iba en una pequeña embarcación indígena». El lugar: una zona próxima la aldea de Agats, entre los puertos de Merauke y Kaimana, al norte de la isla de Frederick Hendrik. «Confirman que formaba parte de la expedición que estudiaba y filmaba la vida de los indígenas de Nueva Guinea», desvelaba el diario.

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Poco después pudo saberse que la canoa quedó destruida. Ellos, por suerte, pudieron agarrarse a los restos. Después, Michael tomó una decisión nefasta: improvisó una balsa y se marchó en busca de ayuda. Su amigo fue salvado 48 horas después de que las autoridades les diesen por desaparecidos. «Wassink, etnólogo de la Universidad de Leyden, dijo a los que le recogieron que Rockefeller abandonó por la mañana el prao en el que ellos habían estado a la deriva en el mar, tras haber improvisado una balsa con bidones vacíos. Añadió que Rockefeller trataba de llegar a una aldea indígena situada en la desembocadura del río», desveló ABC. Jamás se volvió a saber de él.

Según este diario, Nelson Rockfeller se quedó pálido cuando, al bajar de un avión, le informaron de lo que había sucedido. «Dudo que yo pueda ayudar en algo en la búsqueda, pero confío en encontrar a mi hijo sano y salvo», afirmó apesadumbrado. Poco después partió hacia Nueva Guinea con una de sus hijas para colaborar en las tareas de salvamentoa, aunque sin éxito alguno. El destino del bueno de Michael estaba sellado, lo mismo que la causa de su muerte. Algunos meses más tarde los periódicos publicaron la teoría que, en la actualidad, está más extendida: que el veinteañero se ahogó antes siquiera de tocar tierra. Quizá lo más lógico.

Devorado por caníbales

No fue hasta 1965 cuando se empezó a especular que el destino de Michael había sido mucho más trágico. Ese año, ABC hizo público que un periodista australiano había desvelado, al fin, el misterio: «Afirma que Rockefeller, entonces de 23 años de edad, fue capturado por unos salvajes en el valle de Ballem, ejecutado y devorado». En un libro que se acababa de publicar, el reportero insistía también en que el benjamín de una de las familias más poderosas de los Estados Unidos que todo ocurrió después de que consiguiera llegar hasta la costa: «Allí fue capturado por unos salvajes agates, los más primitivos de la región, que le dieron muerte, le cocinaron y le devoraron». Escalofriante cuanto menos.

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Esa teoría volvió a ser noticia en 1971, cuando ABC desveló una versión algo diferente del suceso. El periódico, que citaba como fuente a una revista francesa, afirmó por entonces que la pareja había alquilado una canoa a motor y que la había llenado de «hachas de acero» y otras mercancías para hacer negocios con los nativos locales. Al remontar el río Eilanden ocurrió el desastre. Aunque Rockefeller, según el texto, no improvisó una balsa, sino que se limitó a agarrarse a un bidón y a intentar arribar a la costa. Tuvo suerte, pero al pisar tierra se topó con unos caníbales que «le remataron con una lanza, le despedazaron y se lo comieron».

Para rematar, se explicaba que aquello no era más que una venganza por la muerte de tres jefes tribales a manos de una patrulla holandesa. El misterio, en todo caso, sigue abierto. Y así parece que seguirá durante muchos años.

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