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La odisea histórica de la Guardia Real, la unidad que se dedica a proteger la vida de los Reyes de España

En 1502 se constituyó una guardia de alabarderos, encargados de la vigilancia diurna de los reyes, entre cincuenta individuos reclutados y adiestrados entre los mozos de espuela de caballeros cortesanos por el capitán Gonzalo de Ayora

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Los músicos de la Guardia Real preparan las boquillas de sus instrumentos
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En la monarquía visigoda se designaba como Gardingos a los oficiales más fieles que custodiaban al Rey. Y entre los primeros monarcas asturianos y navarros se llamaba milites palatii a los grupos de servidores que se encargaban de la seguridad de las reales personas. Siempre hubo hombres dispuestos en la Península a recibir una cuchillada o un flechazo dirigido a la cabeza del estado. No obstante, hay que fijarse en 1006, año en el que Sancho García «el de los Buenos Fueros» heredó el condado de Castilla, para encontrar la fundación de la unidad más antigua de las que componen la actual Guardia Real.

Después de que un escudero del conde de Castilla evitara su asesinato, Sancho García nombró mayordomo real a este fiel servidor y recompensó con su confianza a sus allegados, todos ellos de la población de Espinosa de los Monteros (Burgos).

A los Monteros se les otorgó a partir de entonces la guardia íntima de los palacios reales y la vigilancia del sueño de los monarcas, lo cual hicieron durante siglos.

En tiempos de Alfonso XIII eran doce los miembros de la unidad dedicados a guardar las habitaciones reales desde las nueve de la noche a las siete de la mañana. Los Monteros de Espinosa tenían tres turnos para soportar la noche despiertos: la prima, la modorra y el alba. Además, cuando fallecía un monarca o alguna persona de la Familia Real, eran ellos quienes debían guardar el cadáver hasta que recibieran sepultura.

Los Monteros de Espinosa sobrevivieron hasta 1931 ejerciendo más que como guardianes del Rey como una corporación cortesana. La unidad no constituyó como tal un cuerpo de carácter militar, ni dispuso de instrumentos de guerra ni de estandarte, si se exceptúa el machete que colgaba de su cintura. Hoy, los Monteros ya no existen como tal, pero sí hay una compañía dentro de la Guardia Real que lleva el nombre de Monteros de Espinosa a modo de homenaje a estos custodios que marcaron el camino.

La Guardia Real, el germen

En 1502 se constituyó en Castilla una guardia de alabarderos, encargados de la vigilancia diurna de los reyes, entre cincuenta mozos de espuela de caballeros cortesanos reclutados y adiestrados por el veterano capitán Gonzalo de Ayora, experto militar que había servido en Italia a las órdenes de Ludovico Galeazo Sforza, duque de Milán. Se les entrenó en el manejo de las picas, alabardas y puñales, sin ayuda de pífano ni tambor, y se les otorgó una librea de color amarillo con guardas en carmesí.

Cuando fallecía un monarca o alguna persona de la familia real, eran ellos quienes debían guardar el cadáver hasta que recibieran sepultura

Esta guardia, cuyos miembros debían ser cristianos viejos, sin antecedentes penales y de elevada estatura, se creó por decisión de Fernando El Católico a raíz de las heridas de arma blanca recibidas por este en un atentado en Barcelona hacia 1492. La guardia diurna, que hacía el servicio a pie y a caballo cuando el Rey salía de palacio, se elevó pronto hasta los cien efectivos.

Madrid, abril de 1922. En el Cuartel de la Montaña. el Teniente General D. Joaquín Milans del Bosch y Carrió (1), como Comandante General del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos, presentando al escuadrón de escolta real a su nuevo coronel, D. Enrique Chacón+ info
Madrid, abril de 1922. En el Cuartel de la Montaña. el Teniente General D. Joaquín Milans del Bosch y Carrió (1), como Comandante General del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos, presentando al escuadrón de escolta real a su nuevo coronel, D. Enrique Chacón

A comienzo del reinado del emperador Carlos V, se repartían las misiones de custodia regia entre los «Monteros», la «Guardia Española», la «Guardia de la Lancilla» (una unidad traída desde Italia por Fernando el Católico) y los «Archeros de Borgoña», que vinieron de la mano de Felipe I para ejercer esencialmente un papel protocolario. El Rey Habsburgo, a su vez, sumó a estas guardias la llamada guardia «Tudesca» o «guardia amarilla», una tropa de alemanes vestidos de blanco que alternaban con la «Guardia Española» las labores realmente militares.

A lo largo del siglo XVII se crearon otras unidades de guardias que, además de realizar misiones de protección de los miembros de la Casa Real, empezaron a ejercer labores como tropas de élite en las guerras libradas por la Monarquía. Con la dinastía de los Borbones, las Guardias Reales se convertirían directamente en fuerzas de choque y se adaptaron a las urgencias de la Guerra de Sucesión, donde Felipe V se disputó a pecho abierto el trono español con media Europa.

Rivalidades entre guardias

Los Borbones reestructuraron todas las guardias recibidas de la Casa Habsburgo para formar un ejército de 6.000 efectivos directamente supeditado a la Corona. A nivel de su protección personal, Felipe V conservó la Guardia de «Alabarderos», pero suprimió la «Tudesca» por su aire germano, mientras que por influencia francesa estableció los «Mosqueteros de la Guardia de la Persona», que entraron en servicio en octubre de 1702. Esta nueva guardia gala chocó desde el principio con la italiana «Guardia de la Lancilla», protagonizando varios incidentes dentro del palacio, y con la también estrenada Guardia Valona, formada en exclusiva por soldados católicos de los Países Bajos.

La sección de alabarderos que hacen guardia a las princesas de Battenberg.+ info
La sección de alabarderos que hacen guardia a las princesas de Battenberg.

Buscando desprenderse de la influencia francesa de su abuelo y simplificar sus guardias, el Rey terminó unificando toda la Guardia en la denominación de los «Reales Guardias de Corps», con dos compañías españolas, una valona y otra italiana. En 1706 se sumó a estas una compañía llamada «Americana» para los caballeros de aquellos dominios. Cada compañía estaba compuesta por 200 hombres.

La rivalidad entre estas compañías de distintas naciones, representación de la heterogeneidad del imperio español, se dejó sentir en varios episodios históricos. Durante el estallido del Motín de Esquilache, en 1766, el pueblo madrileño condujo su cólera contra la casa del ministro Esquilache, contra los faroles instalados por el arquitecto Sabatini, también italiano, contra otros ministros extranjeros y contra la Guardia Valona, a cuyos miembros cazaron y lincharon por la ciudad ante la mirada indiferente del resto de tropas regias.

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A los españoles nunca les había gustado la Guardia Valona, ni que ocuparan un lugar por encima de otras guardias autóctonas, pero, ante todo, no le perdonaban una actuación desmedida durante la boda de la Infanta María Luisa en el Palacio del Buen Retiro, dos años antes. Ese día los valones «encargados de conservar el orden, creyeron que para contener al pueblo era necesario apalearlo y atropellarlo sin miramiento y produjeron tal alboroto que quedaron allí muertos, así de hombres como de mujeres, hasta 23 o 24, unos ahogados, otros heridos de bayoneta, además de los que salieron maltratados, que eran muchos más, sin que de esto se diese satisfacción al público en castigar a nadie», como narra Manuel Davila y Collado en su obra 'Reinado de Carlos III'. Aquellos sucesos y el motín de 1766 marcaron el principio del fin de esta unidad cada vez más impopular.

Durante otro motín, el de Aranjuez, quien jugó un importante papel fue la compañía española de los Guardias de Corps, que en auxilio de Manuel Godoy, Príncipe de la Paz y antiguo miembro de esta unidad, acudió en medio de las masas para librarle de las iras de los amotinados.

La Guardia se sacrifica por la Reina

Tras la Guerra de Independencia, Fernando VII aglutinó a todas las compañías supervivientes en las «Guardias de la Persona del Rey». No obstante, pocos años después se vio obligado a cesar en todas las funciones del servicio a estas unidades por su oscuro papel en un levantamiento absolutista durante el Trienio Liberal. El 30 de junio de 1822, la guardia desalojó a un retén de la milicia nacional y a los paisanos que ocupaban la Plaza de Oriente al grito de '¡viva el Rey!'. Mamerto Landaburu, teniente 1.º del Regimiento de Infantería de la Guardia Real, fue asesinado por tres granaderos que le dispararon por la espalda cuando trataba de aplacar el golpe contra el gobierno liberal que mantenía a Fernando VII supeditado a la Constitución.

Al difundirse que los batallones de la Guardia serían disueltos, en la noche del 1 de julio cuatro de ellos abandonaron la ciudad conducidos por unos pocos oficiales, mientras dos permanecían en Palacio y el resto de la oficialidad desaparecía. La mañana del 2 de julio los cuatro batallones sediciosos se reunieron en el campo llamado de los Guardias y marcharon sobre El Pardo, a donde estaba previsto que acudiera el Rey con su familia para librarse de la tutela de las autoridades liberales. Fernando nombró jefe de esta guardia a Pablo Morillo, el general que había acorralado a los independentistas en América, y le dio una serie de instrucciones cada cual más contradictoria que la anterior.

Al tiempo que Morillo andaba de un lado a otro como una gallina sin cabeza, el Rey reunió en el Palacio Real a sus huestes de sublevados, que llenaron las estancias sin que les faltara vino o cigarrillos. En medio de ese guateque improvisado, Fernando invitó también al gobierno liberal, que legalmente estaba obligado a atender el llamamiento del Rey, con el objetivo secreto de retenerlo y evitar que pudiera reaccionar ante la insurrección. Los ministros que acudieron a palacio quedaron aislados en una dependencia, sin comer durante cuarenta y ocho horas.

El día 7 de julio, las tropas de Morillo, hartas de esperar en El Pardo, marcharon a la desesperada sobre Madrid. La batalla definitiva se produjo en los alrededores de la Plaza Mayor, donde se oyeron, ya entonces, gritos de «no pasarán». Los ciudadanos armados, la Milicia Nacional y otros voluntarios liberales derrotaron a los batallones sublevados. Lejos de reconocer su responsabilidad, el Rey tildó al gobierno apresado por él de incapaz frente a la crisis.

Fernando VII necesitó finalmente la intervención de los Borbones franceses para recuperar su poder absoluto y la autoridad sobre sus ejércitos. Entre 1824 y 1825 se produjo una reorganización de toda la Guardia Real que dio como resultado la creación de una Guardia Real de Línea y una Guardia Real Provincial. La Guardia Real de Línea quedó, a su vez, dividida en Guardia interior, cuya misión se desarrollaba dentro del Palacio Real, y Guardia Exterior, cuyo empeño era la protección del exterior de palacio y de las reales personas cuando estuviesen fuera de él.

Siempre que fallara la guardia exterior, quedaría la interior para proteger al Rey. Así ocurrió el 7 de octubre de 1841, cuando el Palacio Real de Madrid fue asaltada por un grupo de soldados que pretendían llevarse consigo a Isabel II, que estaba a punto de cumplir los once años, y a su hermana, la Infanta Luisa Fernanda, de nueve. Las criadas de las herederas al trono español atrancaron las puertas y se sentaron lo más lejos posible de las ventanas a limpiar las lágrimas de las niñas. El aya de las niñas ordenó que todos se trasladasen a uno de los múltiples pasadizos del laberíntico palacio. Hasta las seis y cuarto de la madrugada, no pudieron salir de aquel agujero, cuando cesó el fuego tan de improviso como había comenzado.

En agosto de 1841, una vez terminada la Guerra Carlista, se incorporó al Ejército la Guardia Exterior de Infantería y la Caballería en diciembre del mismo año

El Regimiento de la Princesa logró penetrar en palacio con ayuda de la guardia exterior, pero se topó con la resistencia espartana de la guardia interior. Prevenido el regente Baldomero Espartero, ordenó a los alabarderos de la Guardia Real que plantearan una defensa numantina en la escalera de palacio. Los dieciocho alabarderos reales, que se suponía que eran una unidad decorativa, con sus armas ya en desuso y sus características «moscas» de barba sobre el labio inferior, vendieron caro cada centímetro de la escalinata a lo largo de las diez horas que tardaron en llegar los refuerzos.

Fue este el hecho de armas más significativo en la historia de las unidades al servicio de la Casa Real, pero también un cambio de era para muchas de ellas. En agosto de 1841, una vez terminada la Guerra Carlista, se incorporó al Ejército todos los efectivos de la Guardia Exterior de Infantería y de la Caballería en diciembre del mismo año. El pronunciamiento militar había expedito el camino hacia la disolución de unas tropas demasiado caras y politizadas.

EL Rey Don Juan Carlos y el Rey Balduino de Bélgica pasean por la Plaza del Palacio de Aranjuez.+ info
EL Rey Don Juan Carlos y el Rey Balduino de Bélgica pasean por la Plaza del Palacio de Aranjuez.

En este reinado se produjeron varios intentos de asesinato y hasta el Palacio Real fue rodeado por las masas revolucionarias. Las unidades de la Guardia Real tuvieron que ser ampliadas con la creación de dos compañías para la Guardia de Alabarderos y de un Escuadrón de Guardias de la Reina, que sería suprimido poco después por cuestiones económicas. No en vano, fue un alabardero quien protagonizó uno de los hechos más heroicos de la guardia.

El 2 de febrero de 1852, un cura llamado Martín Merino se arrodilló ante la Reina cuando se dirigía a la basílica a dar gracias por el nacimiento unos meses antes de su primera hija, Isabel «La Chata». Parecía que iba a pedirle algo, pero el cura, que aquella misma mañana había celebrado misa, sacó un estilete de unos veinte centímetros de su sucia sotana y se lo clavó en el pecho a Isabel al grito de «¡toma!». La Reina fue socorrida por un alabardero, que le salvó la vida. El perturbado, antiguo liberal perseguido por Fernando VII, fue detenido inmediatamente por los escoltas de la soberana.

De la disolución republicana a una nueva era

El reinado constitucional de Amadeo de Saboya supuso la interrupción de la larga tradición de la Guardia Real, cuyos alabarderos vistieron de rojo y sus jinetes con una indumentaria tan curiosa como fue la levita encarnada y calzón blanco para distanciarse de la anterior dinastía.

En su esfuerzo por restaurar todos los honores que la austera monarquía de Amadeo I había reducido al mínimo, el Rey Alfonso XII restableció el «Real Cuerpo de Alabarderos» con todos sus símbolos para el servicio interior de palacio, y creó un Escuadrón de Coraceros de Escolta, para proteger y acompañar al monarca en sus salidas en coche. Este escuadrón lo formaba un primer jefe, coronel de caballería, oficiales, veterinarios, herradores, picadores, trompetas, herradores y en total cien guardias. Iban por entonces armados con sables de Caballería y tercerola Maüsser, al tiempo que se protegían con un casco y coraza de acero bruñido.

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La renovada Guardia Real escoltó al Rey cuando marchó a la Tercera Guerra Carlista y hasta le salvó la vida. En la batalla de Lácar (febrero de 1876), Alfonso XII se encontraba en la cresta de una loma al mando de sus leales guardias cuando se vio rodeado casi por completo por un movimiento envolvente del jefe carlista Mendiri. Los escuadrones alfonsinos a las órdenes del general Fajardo sacaron al soberano de un entuerto que bien resumió con la frase: «Un monarca nunca debe ocultarse cuando silban las balas a su alrededor».

Con los dos Alfonsos, padre e hijo, no le faltó trabajo a la Guardia Real. Ambos fueron objetivo de una larga cantidad de atentados. En muchos casos fueron salvados gracias a la rápida actuación y templanza de su guardia, y sus sacrificios. Cuando el anarquista Mateo Morral lanzó una bomba desde un balcón el 31 de mayo de 1906 al paso de la comitiva nupcial en la boda del Rey Alfonso XIII, la mayor parte de los heridos fueron miembros de su escolta.

Tanto el «Real Cuerpo de Alabarderos» como el Escuadrón de Coraceros de Escolta se mantuvieron casi sin cambios durante todo el reinado de Alfonso XIII, aunque en 1919 la Unidad de Caballería cambiaría su nombre por el de «Escuadrón Real». A los alabarderos se les permitió un pequeño retoque estético. Y es que era tradición que los alabarderos lucieran una reglamentaria perilla y mosca a juego con el bigote que al menos debía medir cinco centímetros. Los soldados se quejaban de que en las reuniones sociales los escritores y comediógrafos los parodiaban con la expresión «me vienes de perilla, como los alabarderos». De ahí que reclamaran al Monarca que prescindiera de la obligatoriedad de este ornamento, lo cual concedió Alfonso XIII en el año 1913.

Las dos unidades de la Guardia Real fueron disueltas en el año 1931 con la proclamación de la República, «por no ser necesarios sus servicios», si bien se conservó la coraza y el reglamento anterior del Escuadrón de Escolta Real para formar el Escuadrón de Escolta Presidencial.

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Cincuenta años después de su desaparición, el 25 de junio de 1980, ABC tituló: «Vuelven los alabarderos». Un grupo de veinticuatro hombres prestó guardia a partir de ese día en las escaleras y salones del Palacio Real tras el largo paréntesis de la Segunda República y el periodo franquista. Reparecieron con el mismo uniforme, esto es, sombrero apuntado, casaca azul con vivos rojos y bordados de castillos y leones, chupa o chaleco rojo, calzón de punto blanco y polaina de paño negro.

En la actualidad, el Real Cuerpo está integrado por unos 1.500 hombres y mujeres procedentes de los tres ejércitos. Los Reales Guardias Alabarderos son, junto a la Guardia Suiza del Vaticano y los Yeomen de la Guardia Británica, las unidades militares más especializadas en escolta y protección del mundo.

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