«Ya no soy Pippi Calzaslargas»
Inger Nilsson visitó España en agosto de 1975. Tenía 16 años y ya no era la niña extrovertida de las trenzas pelirrojas, sino una adolescente de gesto tímido
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«Pippi, ¿tienes un "boli" para firmarme aquí?». Inger Nilsson tenía 16 años recién estrenados en agosto de 1975, pero para sus admiradores españoles seguía siendo la pelirroja de trenzas de alambre y medias bicolores de la exitosa serie de televisión «Pippi Calzaslargas».
La actriz sueca firmaba autógrafos y posaba para sus fans, pero ya no era Pippi. Habían pasado los años y vestía como una china normal, con faldas y pantalones vaqueros, camisas y jerseys, aunque siguieran reconociéndola por la calle. José Ramón Pardo pasó dos días en su compañía y recorrió con ella 670 kilómetros, desde Castelldefells, base de operaciones de la camapaña española de Inger, hasta el tumulto popular de la plaza de toros de Valladolid. Durante casi todo el tiempo, «Pippi, la extrovertida, la simpática, tuvo la mirada baja, el gesto tímido y casi temeroso de la niña a la que obligan a ser famosa», escribió el reportero.
Solo cuando los niños la rodeaban volvía a sentirse Pippi, o cuando hablaba de sus caballos, su gran pasión. Entonces le brillaban de nuevo los ojos y desbordaba vitalidad.
+ infoComenzó a trabajar en la serie de televisión a los nueve años y estuvo tres temporadas en ella. Luego empezó a actuar los fines de semana en el teatro de Norrköping, donde hacía operetas mientras estudiaba canto. La popularidad que le proporcionó el papel de Pippi le hizo viajar por muchos países, como España, donde su visita a Madrid para participar en el programa «Directísimo» dejó polémico recuerdo. «A mí no me sorprendió la reacción de los niños, porque ya me había pasado en otros países. Lo que sí me extrañó es que nadie supiera poner orden en aquel jaleo», comentó. El jaleo también le estaba acompañando en la gira que estaba haciendo por España en 1975.
Allí donde iba era difícil no llamar la atención cuando durante tres años había sido la protagonista de tantos sueños infantiles. «Pippi me hace sentir un terrible complejo de responsabilidad -decía-. Sé que en España se ha discutido mucho sobre lo perjudicial del personaje para los niños, porque es muy irreal y porque no se sujeta a la autoridad. La verdad es que yo me sentía como Pipii en aquella época en casi todo, excepto en la fuerza. Creo que Pippi es una niña corriente. pero desde que la hice, en todos los sitios parecían exigirme más: en la escuela, todo el mundo esperaba que yo fuera la primera, como si de la película se tratara. Luego, cuando empecé a hacer opereta con la compañía de Norrköping, el público confiaba en que yo levantara la obra si había algún fallo».
Inger vivía en Kisa con sus padres -él, periodista y ella, ama de casa- y sus dos hermanos, de 19 y 12 años. Y dos caballos. Su vida estaba marcada por los animales. Todos los días se levantaba a las seis de la mañana para ir a cuidar de los suyos y de otros tres caballos de unos vecinos. Iba al colegio y a clase de canto. Quería ser azafata, pero no por asegurarse el porvvenir, sino porque le parecía una buena experiencia para ser luego mejor actriz.
+ infoDesde su llegada a España, Inger había sido objeto de dos tipos de ataques. Se la acusó de querer explotar su imagen de Pippi, con un físico y una edad que ya no daban para ello. Ella se defendía asegurando que no venía a España a actuar ante niños sino a presentarse en su nueva faceta de cantante. Pero la crítica señalaba que de cantar, pese a operetas y clases de canto, Pippi Nilsson no tenía mucha idea.
También recibía ataques por las «exclusivas» periodiísticas, incluso pagadas, que llovían sobre el cuartel general de Pippi en Castelldefells. Ella, sin embargo, tenía las ideas claras: «Una entrevista es un intercambio de servicio. Por eso no debe haber dinero por medio».
Pese a las polémicas, Inger continuaba su gira por España «pensando en caballos y en paella, su plato favorito, recordando su Kisa y saltando de un lugar a otro con esa prisa que caracteriza los veranos de los cantantes en cualquier lugar del mundo».
«Inger Nillson, hasta ayer Pippi Calzaslargas, se enfrenta hoy a la vida sin lograr borrar el rastro de ese personaje que le anula» escribió José Ramón Pardo, augurando que esa Pippi la obligaría a ser siempre una niña, cada día más triste. Pese a su cambio de aspecto y a los años pasados desde que rodó la serie, los niños seguían identificando a Inger Nilsson con la Pippi Calzaslargas de la ficción. Pero ella era solo Inger Nilsson. Pippi era «solo un negocio, una sociedad anónima que un día la contrató para realizar un trabajo, y que ya no la necesita».