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Hitler, visto por su exministro Albert Speer

«Blanco y Negro» publicó en 1971 una entrevista exclusiva con el arquitecto del Tercer Reich tras su salida de la cárcel de Spandau

Alber Speer junto a Hilter mirando unos planos en el Obersalzberg+ info
Alber Speer junto a Hilter mirando unos planos en el Obersalzberg
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¿Cómo se convirtió en un criminal de guerra? «Por casualidad, tal vez», respondió Albert Speer en 1971 al periodista George Menant durante una entrevista que publicó en exclusiva «Blanco y Negro». El ex ministro de Armamento alemán y amigo íntimo de Adolf Hitler había cumplido los veinte años de prisión a los que fue condenado por el Tribunal de Nuremberg y acababa de publicar su libro «En el corazón del Tercer Reich», que había alcanzado éxito mundial.

Recibió a Menant en su casa de Heidelberg, donde llevaba una vida apacible. «Todo ocurrió en mi primer encuentro con Hitler», continuó Speer. Lo había conocido en 1931 en el Instituto de Estudios Técnicos y para él, un «joven arquitecto sin trabajo en una Alemania sin esperanza, fue como una revelación».

No recordaba sus palabras, pero sí su tono, con un poder de convicción que «arrastraba a cualquiera. Esta fue mi gran falta, lo confieso: inmediatamente quedé fascinado».

Sin embargo, tal y como el propio Speer describía en su libro, visto de cerca el dictador nazi se convertía en un personaje, aburrido, frívolo, de opereta. «Es cierto. En las interminables veladas de Obersalsberg, donde le gustaba reunirse con nosotros, con Eva Braun y con los dignatarios nazis, el gran problema era reprimir los bostezos ocasionados por el aburrimiento».

Congreso de Núremberg de 1933. Adolf Hitler y Ernst Röhm durante el acto de conmemoración a los caídos.+ info
Congreso de Núremberg de 1933. Adolf Hitler y Ernst Röhm durante el acto de conmemoración a los caídos. - Keystone

Su primer contacto con él había sido en 1933. «Después de haber preparado la fiesta nacional-socialista del 1º de mayo, fui llamado a Nuremberg para presentar el proyecto de tribuna que había diseñado. Hitler estaba sentado detrás de su mesa de despacho, inclinado sobre las piezas separadas de su pistola, que había desmontado para limpiarlas él mismo. Quedé confundido por tanta sencillez», relató. Entonces no advirtió su astucia y también tardó tiempo en darse cuenta de que la amabilidad de Hitler con él, al preguntarle siempre por su mujer y sus hijos, era una de sus argucias.

«Lo que jamás pudo disimular Hitler, y menos a sus ojos, fue su pésimo gusto», continuó Menant antes de recordar cómo ordenó tapizar la casa del Partido de Nuremberg con cruces gamadas, desde el suelo hasta el techo. «Sí -admitió Speer-. Hitler se divertía mucho con esta forma de humor sádico, en la que se recreaba con los jefes nazis».

La solución de su «problema mujer»

También mostraba su cinismo en privado, a menudo a expensas de Eva Braun. «Hitler solo apreciaba a las rubias grandes y despampanantes y no se recataba de decirlo delante de ella. Pequeña, morena, incluso sin el encanto del ingenio, Eva era todo lo opuesto a su tipo. Pero le era fiel y nada llamativa, Hitler, que no deseaba complicarse la vida en este aspecto, decía que ella era la solución de su "problema mujer"», afirmó el exministro nazi.

Para Speer, Hitler no fue un visionario, sino «un hombre del siglo XIX». «Yo creo que ahí está una de las claves de su personalidad. Sus primeros éxitos fueron los de un antiguo cabo frente a generales antiguos: desconocedor de las reglas clásicas gana de una manera desconcertante. Su debilidad fue tomar esta ignorancia triunfante por genio».

El exministro de Armamento, que fue uno de los últimos que le vio con vida, afirmaba que «Hitler no era valiente. En los últimos días, cuando las ráfagas de obuses llovían sobre el "búnker" de Berlín, hundía la cabeza entre los hombros, tembloroso y aterrado, aunque sabía perfectamente que ningún proyectil podía nada contra cinco metros de hormigón».

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¿Cómo un intelectual pudo quedar fascinado por un personaje al que describía como aburrido, vulgar, ciego y cobarde? «He reflexionado durante veinticinco años y aún no me lo explico», contestó. Admitía que tenía un «algo» que «fascinaba por encima de todo a fuertes y a débiles» y era «su extraordinaria voluntad».

«Además, póngase en mi lugar -se justificaba-. Yo tenía treinta años y todas las ambiciones propias de esa edad. Imagínese mi encuentro con el hombre que Alemania entera aclama, que pronto será todopoderoso y que arde en admiración por mis diseños, que me trata fraternamente, que me abre un campo de posibilidades infinitas, que quiere hacerme el arquitecto en jefe del Reich, que me confía los planos de la nueva Cancillería, del Campo de Marte, que me va a pedir que replantee el nuevo Berlín para convertirlo en la capital del mundo...».

Speer se aferraba a una frase de Malraux para explicar por qué permaneció fiel a Hitler hasta el fin: «Nadie está en peor situación que el pez rojo para juzgar su acuario». «He aquí algo que explica en gran parte el hitlerismo -decía. Nosotros somos, desde siempre, un pueblo retraído. Hitler vino a agravar las cosas. Tenía un don extraordinario para encasillar a las personas y las funciones, incluso en los más altos niveles del Estado. Una vez encerrados en nuestros papeles, ya no veíamos a los que pasaban a nuestro lado. Como arquitecto en jefe, yo protestaba cuando un arquitecto resultaba perjudicado, Pero no se me hubiera ocurrido hacerlo por cualquier otro (...) La separación de los hombres es el fundamento de la dictadura».

Veinte años de prisión le habían hecho reflexionar a Speer, o al menos así lo manifestaba. Y llegó la pregunta que esperaba. La pregunta que le torturaba:

-¿Dice usted que «nunca estuvo al corriente»? Usted, director de las fábricas de armamento, jefe de la Organización Todt...

-Ya sé que es muy difícil de creer. Sin embargo, muchas cosas importantes pudieron permanecer escondidas hasta el último momento, como la preparación del ataque a Rusia o la existencia de fábricas de armas secretas en Peenemunde. Y observe que esto es lo que ocurrió en los Estados Unidos con la bomba atómica: incluso la plana mayor del Presidente ignoraba el desarrollo del «Proyecto Manhattan». Esta es una de las paradojas de nuestro tiempo. Antes, con los mensajeros, los correos, los enlaces, siempre existía el riesgo de filtraciones. Hoy, con el teléfono, la radio, los códigos, cualquier cosa puede quedar secreta.

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Según explicó, Hitler ocultó la existencia de los campos de exterminio porque temía que los oficiales no lo permitiesen. «En 1942 dijo que una vez ganada la guerra, mandaría a "todos los judíos a Madagascar". Así pues, los campos existían ya», afirmó Speer. A él, sin embargo, un amigo le había dicho que en Auschwitz ocurrían cosas «de las que valía más no hablar». Y no preguntó. «Fui cobarde, lo confieso. Si hubiera preguntado a Hanke y él me hubiese respondido, me habría visto obligado a hablarle a Hitler», afirmó.

«¿Y qué le habría dicho?», indagó el periodista. Speer contestó: «Le habría dicho: "¿Por qué liquidar a toda esta gente, cuando tengo tanta necesidad de mano de obra en mis fábricas?"». Sin embargo, aseguró que la mitad de los beneficios de su libro iban a ir destinados a residencias para judíos, a través de un antiguo procurador del tribunal de Nuremberg.

Dar buena impresión

Albert Speer se mostró satisfecho del efecto que causó con estas palabras. «Tiene empeño en dar "buena impresión" de sí mismo. En adelante, su vida no tendrá otro objetivo, a cualquier coste», escribió el entrevistador.

Speer había dicho que el III Reich había sido la primera dictadura moderna, porque había sido la primera en utilizar los medios de la industria y el periodista le recordó: «Pues bien, esa industria era usted».

«Yo creo que también en esto se ha exagerado bastante», se quiso justificar Speer. «Es evidente que la movilización total de la industria alemana fue mucho menos total de lo que se imagina», añadió.

En Nuremberg, Speer fue presentado como un técnico totalmente absorbido por las preocupaciones de la producción, pero su libro evidenciaba que se mantuvo en su puesto a fuerza de luchar con los otros íntimos de Hitler. «Lo admito. Pero fui un político sin saberlo», respondió.

1942 y el destino

Speer sostuvo en aquella entrevista que empezó a dudar de la victoria nazi en 1942, cuando precisamente fue el año en que aceptó el puesto de ministro de Armamento. «El destino, otra vez. Al regreso de una inspección en la Rusia ocupada, aproveché un avión que hacía escala en Rastenburg. Allí, Todt, el titular del cargo, estaba conferenciando con Hitler. Me ofreció llevarme a Berlín en su propio avión. Pero Hitler me citó. Yo salí de la entrevista agotado, y Todt, que no podía esperarme, partió solo. Cinco horas más tarde, su avión se estrelló. Al día siguiente, Hitler me nombró en su lugar. Todo mi destino cambió».

Anuncio de la condena de doce líderes nazis en el juicio de Nuremberg. De izda a dcha, en primera fila del banquillo de los acusados: Goering, Hess, Von Ribbentrop, Keitel, Kaltem brunner, Rosenberg, Franck Frick, Streicher, Funck y Schacht. En segunda fila: Doenitz, Raeder von Schirach, Sauckel, Jodl, Von Papen, Sayss Inquart, Speer, Von Neurath y Firtzsche.
Anuncio de la condena de doce líderes nazis en el juicio de Nuremberg. De izda a dcha, en primera fila del banquillo de los acusados: Goering, Hess, Von Ribbentrop, Keitel, Kaltem brunner, Rosenberg, Franck Frick, Streicher, Funck y Schacht. En segunda fila: Doenitz, Raeder von Schirach, Sauckel, Jodl, Von Papen, Sayss Inquart, Speer, Von Neurath y Firtzsche.

Y 1942 también fue el año de su encuentro con Stauffenberg, quien atentaría después contra Hitler. «Yo le puedo asegurar que en aquella época Stauffenberg no dudaba de la victoria y se comportaba como un valiente soldado del Reich», subrayó Speer. Si éste le hubiera ofrecido en 1944 participar en el complot, habría dicho que no.

Evitar el plan de «tierra quemada»

A finales de 1944, cuando todo parecía perdido para el Tercer Reich, Speer renovó su juramento de fidelidad a Hitler. ¿Por qué?, le preguntó Menant.

«Porque acababa de ordenar la ejecución de su plan de destrucción conocido como "tierra quemada". Y nadie estaba en mejor situación que yo para impedirlo. Ya lo lo había conseguido yo en gran parte, a costa de los más graves riesgos. Y ese es mi orgullo», respondió.

«En resumen, ¿usted ha salvado a Alemania?», replicó el periodista.

«¡Oh, no! Yo solo, no... Digamos, yo y el Plan Marshall», afirmó Speer.

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