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Los más espectaculares castillos de España que enamoraron a los grandes cineastas de Hollywood

Ni el buen tiempo ni el bienestar del elenco estaba entre las causas por las que la Warner había venido a España a rodar sua películaa. Eran los castillos españoles lo que había atraído a la productora

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El Rey Arturo, el mago Merlín, la dama Ginebra, la espada Excalibur, los caballeros de la mesa redonda, Camelot… Todos estos elementos, a medio camino entre la ficción y la historia, forman parte indivisible de los archiconocidos mitos de las Islas Británicas . Lo que resulta menos conocido es que, según una creencia popular con ciertos visos históricos, el tal Arturo, o Artus, habría sido príncipe de los siluros, que no eran peces gigantes, sino habitantes de las costas occidentales de Inglaterra de tez morena y pelo rizado. Un pueblo procedente supuestamente de España.

En resumen, que el más famoso rey legendario de las islas británicas tenía un ramalazo español que ni Antonio Banderas. Así lo recordaba, repasando su leyenda en las páginas de Blanco y Negro, el periodista Miguel Pérez Ferrero, que acostumbraba a firmar sus artículos como Donald. La excusa para hablar del reino mítico era la filmación en el verano de 1966 de una producción norteamericana llamada 'Camelot' en suelo español que buscaba sacar provecho a los numerosos castillos del país.

Un musical castellano

La película musical estuvo dirigida por Joshua Loggn, un director teatral que realizó unas cuantas incursiones en el séptimo arte, y fue un éxito comercial para la Warner , a pesar de que la crítica se ensañó con su extraña estética farandulera. «Se trata, al parecer, de brindar, sobre todo, un deslumbrante espectáculo. [...] La película será una fantasía, una pura, desbordante fantasía, que en principio se apoya en el éxito de su realización escénica obtenida en los tablados», describió Donald en las páginas de Blanco y Negro sin haber visto aún el resultado final. Un intento, acertado, de repetir el éxito recuente de ‘My Fair Lady’ (1964) también en Warner.

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Al Rey Arturo le puso cara el actor Richard Harris, que cinco años antes había recibido la nominación a mejor intérprete por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood. No era ya ningún desconocido el británico, como tampoco lo era el actor italiano Franco Nero, que se metió en la piel del caballero Lancelot durante el rodaje de ‘Camelot’.

Pero ni el buen tiempo ni el bienestar del elenco estaba entre las causas por las que la Warner había venido a España para rodar su peculiar musical. Eran los castillos españoles lo que había atraído más a la productora. «Mudos personajes, cierto, ¡pero, aunque suena a paradoja, con cuánta extraordinaria elocuencia. Y no se estremecieron sus seculares piedras ante los lances y las aventuras de Arturo de Lancelot y los demás caballeros de la Tabla Redonda. Ellos saben de hazañas pariguales, pero verdaderas. Ellos forman parte de la historia de España, y de la historia de Europa », narró Donald sobre aquellos testigos de piedra.

Para el rodaje de la peculiar ‘Camelot’ se usaron concretamente los Castillos de Coca, el Alcázar de Sevilla, el de Manzanares del Real, el de Peñafiel, Medina, Belmonte. Algunos, como este último, eran viejos conocidos de otras producciones como ‘El Cid’, dirigida por Anthony Mann, que requirieron la construcción de monumentales decorados.

El Cid conquista Valencia

Con motivo del rodaje del Cid en 1961, ABC escribió en esas fechas un reportaje enumerando los alicientes, «luz, buen clima, mejor sol, paisajes estupendos, castillos y monumentos, retazos de historia, mano de obra barata, ‘extras’ disciplinados y simpatía a raudales», que ofrecía España para atraer producciones internacionales.

Alejandro G. Monerris visitó los decorados de Peñíscola, con el castillo de fondo, que hacía las veces en la película protagonizada por Charlon Heston y Sofía Loren de la Valencia medieval, de cuyas «murallas que asaltó el héroe castellano no queda ni una sola piedra».

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Reportaje de marzo de 1961 dedicado al rodaje de El Cid en Peñíscola.

La ciudad castellonense que hizo célebre el Papa Luna había servido en el pasado para el montaje al aire libre de la película 'Calabuig' o 'Los bucaneros del mar Caribe', pero jamás había sufrido tan severo «sarampión de las gentes del cine» como con la producción de Anthony Mann. «En las callejuelas arracimadas, en las playas, en la carretera, por todas partes, coches y camionetas con matrículas extranjeras. Técnicos, maquinistas, decoradores, operadores, intérpretes, especialistas en sonido, especialistas en atrezzo, especialistas de efectos nocturnos y hasta especialistas "en hacerse los muertos", que no deja de tener su aquel. Y, naturalmente, un buen plantel de siluetas femeninas, enfundadas en 'sweters' negros y pantalones estrechos y ceñidos, que son la sal y pimienta de todo este maremágnum », escribió el periodista de ABC sobre tal asalto.

«Entre batalla y batalla, entre galopada y galopada, las legiones de técnicos y las legiones de "extras " se hinchan de comer langostinos de Vinaroz, que está a solo ocho kilómetros»

Pescadores, agricultores, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, todos los habitantes de Peñíscola y de los pueblos cercanos se volcaron con el rodaje, convertido en un lugar de peregrinación para los turistas y para los extras. Según el artículo de ABC, los soldados cobraron cien pesetas a diario, los oficiales quinientas y lo que se dejaron crecer la barba tuvieron una paga extra. En total se necesitó llenar el campamento de El Cid, construido a medio kilómetro de Peñíscola, con dos mil guerreros a pie y otros dos mil de caballería (los jinetes vinieron expresamente traídos de Barcelona y Valencia) para lanzarlos al cinematográfico asalto del castillo. La productora también alquiló asnos, ovejas, bueyes, perros y toda clase de animales domésticos.

Aquellos días toda la costa de Levante fue una gran fiesta medieval, con sus inevitables anacronismos. «Entre batalla y batalla, entre galopada y galopada, las legiones de técnicos y las legiones de 'extras' se hinchan de comer langostinos de Vinaroz, que está a solo ocho kilómetros. Y mientras, el cielo azul de Peñiscola y sus aguas azules contemplan divertidos toda esta baraúnda de trajes, fortalezas, jinetes, rebaños, "plateau" y cámaras , salpicadas de una mezcolanza terrible de idiomas», concluía el reportero de ABC.