Archivo ABC
Archivo

La venganza de la URSS: el triste final en la absoluta ruina del soviético que evitó el holocausto nuclear

Con admirable sangre fría, el teniente coronel Stanislav Petrov optó por no activar la respuesta soviética ante una alarma que resultó falsa

Moscú (Rusia), 09/11/1965. Un proyectil de tres fases es mostrado al público durante un desfile conmemorativo del XLVIII aniversario de la Revolución Rusa+ info
Moscú (Rusia), 09/11/1965. Un proyectil de tres fases es mostrado al público durante un desfile conmemorativo del XLVIII aniversario de la Revolución Rusa
Actualizado:

«La fecha del 26 de septiembre de 1983 no se recuerda por nada en especial. Sin embargo, en los primeros minutos de ese día, el destino de la Humanidad pendió de un hilo. Una de las peores pesadillas de la Guerra Fría estuvo a punto de hacerse realidad: el holocausto nuclear por error informático. Aunque lo impensable pudo ser evitado a tiempo, la vida de un hombre, el teniente coronel Stanislav Petrov, quedó irreversiblemente arruinada». Así comenzaba la crónica que el corresponsal Diego Merry del Val envió desde Moscú quince años después, en noviembre de 1998. La tarea de encontrar a Petrov y desenterrar su historia del olvido había estado plagada de obstáculos.

«Pasaron varios años desde que Safronov, periodista del diario «Kommersant» oyó por primera vez la historia de labios de un colaborador del ex teniente coronel, hasta que pudo realizar pesquisas que le condujeron a dar con su paradero» y «las primeras preguntas tropezaron con la advertencia de que convenía abandonar la investigación, ya que el caso se encontraba bajo jurisdicción militar», explicaba Merry del Val.

El corresponsal de ABC visitó a Stanislav Petrov en su apartamento de Friazino, a 40 kilómetros de Moscú, donde residía por aquel entonces el exteniente coronel ruso. El pueblo, a juicio de Merry del Val, reflejaba «toda la sordidez de la vida cotidiana en Rusia, más evidente que en las grandes ciudades y desde luego que en la capital». En esa aglomeración de casas malvivían unas 35.000 personas, la mayoría militares retirados forzosamente del Ejército en alguna de sus sucesivas reducciones de personal.

La casa de Petrov era «uno de esos mínimos apartamentos soviéticos donde el desorden y la suciedad hablaban de la dureza de la supervivencia cotidiana», describió Merry del Val. Y el hombre que le abrió la puerta era «un reflejo viviente de la enfermedad» del alma que le consumía. «Esquelético y demacrado, con la barba y el cabello blancos seguramente más del estrés que de la edad», Petrov desgranaba sus palabras «con una voz ronca y difícilmente audible».

«Quien le conoce explica que el exmilitar "se bebe" prácticamente toda su pensión mensual de unas quince mil pesetas» (poco más de 90 euros), apuntaba el corresponsal.

El equilibrio del terror

La noche del 25 al 26 de septiembre de 1983, este ingeniero informático militar de reconocida profesionalidad se encontraba al frente del Mando Central de Sistemas de Alerta Temprana de Antimisiles, en la base de Serpujov-15, a un centenar de kilómetros al sur de Moscú. Su tarea consistía en analizar la información que suministraban los satélites que vigilaban los silos de los cohetes estadounidenses.

«Eran los tiempos del MAD, a abreviatura inglesa para "Destrucción Mutua Asegurada" (que como palabra significa "loco"), teoría según la cual un ataque nuclear de una de las dos superpotencias acarrearía una respuesta de consecuencias devastadoras haciendo imposible la victoria en una tercera guerra mundial», explicaba Merry del Val. Para los que creían en este equilibrio del terror, esto garantizaba la paz mundial, pero siempre cabía un enfrentamiento por error en los sistemas de detección o de lanzamiento de misiles.

Los sistemas de detección de misiles de entonces, basados en los satélites Oko o Kosmos-1382, estaban todavía en fase de experimentación, pero los soviéticos confiaban en ellos para detectar cualquier posible taque. Colocados en unas órbitas elípticas muy altas, los satélites recibían fuertes dosis de radiación y carga eléctrica, para las que no contaban con ningún mecanismo de defensa. «Esto provocaba fallos en sus sistemas electrónicos» y «para colmo de males, los ordenadores encargados de procesar los datos eran primitivos y de escasa fiabilidad», relataba Merry del Val.

El 1 de septiembre de 1983, un avión de Korean Airlines se había adentrado accidentalmente en la Unión Soviética y la defensa aérea, convencida de que era un avión espía estadounidense, ordenó su derribo. Murieron 269 pasajeros.

Solo unas semanas después, a las 00,14 horas del lunes 26 de septiembre, Petrov se acababa de tomar el té con su adjunto «cuando de repente sonó la alarma y la pantalla se iluminó en rojo», recordaba el exteniente general ruso. Estaba preparado para una situación como esa. Le habían designado para ese puesto por ser un profesional. «Sin embargo, en aquellos momentos no podía evitar una sensación de perplejidad ante lo que veía», le confesó al periodista de ABC.

La pantalla del ordenador alertaba de que un misil intercontinental «Minuteman» había sido lanzado desde su base en los Estados Unidos. Según contó en una «Tercera» el exsecretario general adjunto de la OTAN Alejandro Alvargonzález, «podría tratarse de una reacción desproporcionada a aquel incidente o un intento de tomar por sorpresa las bases de SS-20 soviéticos». Petrov lo notificó a sus superiores, pero había estudiado que un ataque nuclear sería masivo. No tenía sentido uno aislado. Y así lo hizo saber. Sin embargo, mientras hablaba otras cinco luces rojas se encendieron.

«Cinco o seis segundos después de que sonara la alarma, miré para abajo -mi despacho estaba en el piso superior del puesto de mando- y vi a la gente que salía de sus sitios de trabajo y se quedaban mirándome, esperando mis órdenes. Teníamos que ponernos a trabajar, así que les dije que volviesen a sus tableros de control pero por el momento no tomamos ninguna decisión», continuó Petrov.

Debía actuar con rapidez. En unos cuarenta minutos los misiles impactarían en territorio soviético. Si daba por buenos los datos de sus satélites, debía informar al secretario general del PCUS (Yuri Andropov), al ministro de Defensa y al jefe del Estado Mayor y debía iniciar el mecanismo de respuesta. Sin embargo, su instinto le indicó que se trataba de una falsa alarma y decidió desobedecer el procedimiento previsto. «Petrov hizo la apuesta más arriesgada de su vida y comunicó a sus superiores, sin ninguna base para ello, que se trataba de un fallo del sistema, y cruzó los dedos. Fue durante unos minutos el hombre más angustiado, poderoso y libre de la tierra», escribió Alvargonzález.

La alarma pasó y se restableció la normalidad. Gracias a su sangre fría, Petrov evitó que se desencadenara un ataque soviético con misiles contra los Estados Unidos y el temido holocausto nuclear. La investigación posterior confirmó que los satélites soviéticos fallaron al confundir los rayos de sol con los misiles.

Chivo expiatorio

Nunca recibió una condecoración por ello. «Es más, los jefes que llegaron de inmediato al puesto de mando empezaron a preguntarme por qué no había escrito todo en mi diario de combate. Pero ¿cómo podía escribir si tenía en una mano el teléfono para hablar con los jefes y en la otra el micrófono para dar las órdenes a mis subordinados?», se preguntaba. Petrov tuvo que soportar cuatro días de intensos interrogatorios antes de poder volver a su casa.

La comisión que investigó el ahora conocido como «Incidente del Equinoccio de Otoño» estuvo formada por los verdaderos responsables del mismo, entre ellos el general Yuri Votintsev, comandante supremo de las Fuerzas de Defensa Espacial, y el constructor general del Instituto Central de Investigación Científica «Kometa», Igor Savin, creador del sistema de alerta contra misiles. Petrov cargó con la culpa y fue expulsado del Ejército. «Perdió no sólo el empleo, sino también la salud, pues sufrió una crisis nerviosa que le obligó a recibir atención psiquiátrica y cuyas trazas todavía son evidentes», escribió Merry del Val. De ahí que el periodista titulara su crónica como hoy reproducimos en ésta: «El hombre que lo perdió todo por evitar el holocausto nuclear».

«En nuestro país, en la ex URSS, -afirmaba Petrov- a los jefes no les gustaba que sus subordinados fueran más listos que ellos».

Después de que su historia saliera a la luz en 1998, Petrov fue homenajeado por la ONU y el Senado australiano, recibió el Premio Dresde en Alemania y el de la Asociación de Medios y Kevin Costner le dedicó un documental titulado «El Botón Rojo». «Unas distinciones harto merecidas», como subrayó José María Ballester Esquivias en su necrológica. Petrov falleció a los 77 años en Friazino el 19 de mayo de 2017.

Ver los comentarios