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La extraña carta que escribió Rasputín a su familia un mes antes de que lo mataran

María Rasputín relató en 1971 cómo fue su vida junto al poderoso monje a quien muchos llamaron diablo y que para ella «era un santo»

Grigory Rasputín, con sus hijos en su cabaña de Pokrouskoïe, hacia 1900+ info
Grigory Rasputín, con sus hijos en su cabaña de Pokrouskoïe, hacia 1900
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«Diablo, fraile loco, libertino charlatán, son algunos de los nombres con que el mundo llama a mi padre, Grigori Efimovich Rasputín. Para mí, era un hombre justo, un santo». María Rasputín era consciente de que pocas personas habían llegado a ejercer un poder tan grande como su padre. «Se convirtió en el hombre más poderoso del más poderoso imperio de la Tierra. La Corte estaba a sus pies y el emperador y la emperatriz buscaban en él guía e inspiración», pero aún en 1971, 55 años después de su muerte, estaba convencida de que Rasputín, «sin corromperse, siguió su camino, sirviendo a Dios y al emperador. Aclamado por sus milagros, adulado y mimado por hermosas mujeres y adorado por los hombres, continuó siendo un humilde campesino, aceptando con sencilla humildad los favores de los poderosos».

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María recordaba sus primeros años educada en un ambiente humildísimo hasta que, por mandato de la emperatriz, fue «arrebatada» de su cabaña y llevada hasta la Corte Imperial. «Allí bailé con grandes duques y príncipes hasta que uno de ellos apretó el gatillo del revólver que mató a mi padre».

Pasó después por un tiempo en el que la gente la evitaba como a una apestada. «Solamente la emperatriz seguía siendo buena conmigo. ¡Pobre y querida mujer! Ella y su imperio fueron barridos en el sangriento cataclismo de la guerra y de la revolución. Yo no era solamente la hija de mi padre, sino que, en cierto sentido, también era su amiga».

En aquel extenso artículo que firmó en ABC, María Rasputín describió a su padre como a un hombre que «no entendía el dinero y no le gustaba». «No poseía nada más que su casaca negra, muy conocida entre las personas de San Petersburgo que realmente lo trataban», decía.

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Recordaba con nostalgia Pokróvskoye, el lugar de Siberia donde vivían y que su padre amaba. «Allí la tierra y el cielo no parecían tener fin», contaba. Su madre tenía 42 años y Rasputín 21 cuando se casaron y ambos se querían a pesar de su diferencia de edad, según su hija. «Esto, desde luego, era mucho antes de que él se hiciera monje. Tuvieron cuatro hijos, dos niños y dos niñas. Yo soy la hija mayor», escribió.

Cuando Dios lo llamó «y tuvo que ocuparse de los asuntos de su Padre», comenzó a pasar mucho tiempo fuera de casa. «Con frecuencia mi padre hacía largos viajes para verla y le escribió cientos de cartas. Un mes antes de que lo mataran, mandó al hogar una extraña carta, que ahora está en mi poder. En ella profetizaba que la hora de su muerte estaba próxima y que un sangriento terror se apoderaría de Rusia», relató María antes de dar cuenta de la misiva:

«Queridos míos:

Bajo este terrible signo yacen grandes desgracias para el futuro. La cara de Nuestra Señora de la Resurrección está velada, no hay ayuda alguna en la que podamos esperar... ¡Terrible es la ira!... ¿A dónde huiremos?... Como dicen las Sagradas Escrituras: "En un día que no conocemos, el Hijo del hombre llegará", y ahora tu propia hora ha llegado. La sangre no tendrá tiempo de helarse de terror... ¡Cuánta sangre!... ¡Cuántos lamentos! La noche se oscurece con el sufrimiento que se avecina.

Yo no lo veré, puesto que mi hora está muy cercana, pero aunque esto es amargo, no tengo miedo. Tomaré los sufrimientos sobre mí y así ganaré el reino eterno. Será duro para ti y para tus hijos, los verás a menudo, pero no durante mucho tiempo. ¡Rezad y sed fuertes en vuestra aflicción y os salvaréis! Sus angustias y sus voces llenas de duelo son conocidas por Dios, por los demás, ¡yo no rezo! Es imposible enumerarlos a todos. Habrá muchos mártires de la fe y "el hermano recibirá la muerte de su propio hermano".

La maldad será tan grande que la Tierra entera temblará con ella y con el hambre y la enfermedad y signos milagrosos aparecerán por todo el mundo.

Reza al Señor, pues las oraciones traen salvación y alegría al mundo y por la clemencia de Nuestro Señor obtendremos la protección de Nuestra Señora de la Intercesión.

Grigori».

La Familia Imperial rusa+ info
La Familia Imperial rusa

Para su hija, Rusia siempre fue la tierra del misticismo y Rasputín «era un místico». Antes de su boda ya tenía fama de santo, «sobre todo por su poder (o al menos el poder que se le atribuía) de curar enfermedades con solo tocar al enfermo».

María detalló la vida de su padre antes de conocer al gran duque Nicolás y al Zar, cómo curó a su hijo el Zarevich y la Zarina se arrodilló ante él y le besó las manos diciendo: «En verdad, Dios te ha enviado. Desde ahora en adelante soy tu esclava». Explicó que los zares quisieron agradecérselo colmándole de riquezas y honores, pero él no aceptó.

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Pasados unos meses, aceptó el uso de un apartamento cercano al palacio de invierno, para estar cerca del niño y del Zar y «así se convirtió en el hombre de confianza del emperador y en su adivino para todos los asuntos del imperio», continuó María.

Fue poco después cuando se llevó a sus hijas a vivir con él en San Petersburgo y sus hermanos se quedaron en Pokróvskoye con su madre, que ya tenía cerca de los 60 años, ocupándose de la granja. María tenía doce años y su hermana Varia, diez. «A ninguna de las dos nos gustó nuestra nueva vida, porque éramos como pequeñas salvajes. Durante toda nuestra infancia habíamos sido libres para correr y jugar a nuestro antojo, y la disciplina casi nos mataba. (...) Nuestro padre era muy severo y nosotras no sabíamos nada. Estábamos muy retrasadas con respecto a todas las niñas de nuestra edad», recordaba con cierta amargura.

María contó que los sábados y domingos tenían que permanecer todo el día en la iglesia, y no se les permitía hablar. Además, su padre «siempre estaba ayunando» y con frecuencia ellas también tenían que ayunar. «Antes de Pascua de Resurrección, durante siete semanas enteras, no tomábamos más que un poco de pescado seco y una ligera sopa de coles». Algunas veces Katja robaba comida para ellas, pero no a menudo, porque tenía miedo de Rasputín. «Todo el mundo le temía». Así pasaron tres años hasta que consideraron que las niñas podían ser presentadas al Zar y su familia.

La hija de Rasputín contó su corta, pero encantadora visita a Palacio o cómo fue la «bella del baile» por una noche en la primavera de 1914, pero llegó media hora tarde y su padre salió del portal como una furia al ver que un joven oficial la ayudaba a bajar del coche. «Mi padre me agarró del pelo y me hizo entrar así en la casa y subir las escaleras. Yo chillaba con todas mis fuerzas, mientras él gritaba: "¡De modo que me has desobedecido! ¡Me has traicionado! ¡No eres mejor que todas las otras sucias de la Corte!". Cogió un pesado bastón y me pegó. Era la primera vez que lo hacía y fue la última».

El cabaret y las mujeres

Las hijas sabían que corrían habladurías sobre su padre «porque algunas veces fue a un cabaret de gitanos llamado Villa Rode». Según su hija, las canciones gitanas «parece que aumentaban las dote de clarividencia» de Rasputín. «¡Y estas visitas a Villa Rode fueron llamadas orgías de borrachos!», protestaba en el artículo.

A pesar de todo, María aseguraba haber vivido tiempos felices antes de la Primera Guerra Mundial. «Rasputín era invitado a todas partes y en las pocas ocasiones en que aceptaba una invitación, siempre nos llevaba con él, por lo menos a mí. En este periodo, suavizó sus observancias religiosas y estaba más amistoso, aunque siguió siendo conocido como el hombre que nunca sonreía». María recibía una petición de matrimonio cada semana por entonces, la mayoría de jóvenes que querían ser introducidos en la Corte. «No creo que más de uno o dos se interesaran realmente por mí. Uno de ellos, como pude comprobar más tarde, cuando al morir mi padre me convertí en una "apestada", era sincero y me casé con él».

«Mi padre, aunque era muy perseguido por las mujeres, no buscaba ningún asunto de esa índole -subrayó María-. No era un libertino con ropas de monje. Cuando venían mujeres a visitarlo dejaba la puerta abierta, y yo he podido ver la vergonzosa conducta de algunas de ellas. Lo miraban a los ojos y le decían que lo amaban, intentando poner los brazos alrededor de su cuello. Pero he visto cómo las alejaba de él, diciéndolas que fueran en paz».

También remarcó que «nunca reclamó la divinidad que otros le achacaban. Nunca dijo que fuera otra cosa que un hombre, con las fragilidades que ello implica. Incluso si hubiera sucumbido a los encantos de alguna de las bellas mujeres que lo sitiaban no hubiera sido, como ya he dicho, en contra de sus creencias o enseñanzas religiosas».

En el punto de mira

Sus muchos enemigos aumentaron a medida que la lucha se desarrollaba en el frente. Su hija apuntó que lo tacharon de pacifista, de germanófilo, e incluso de ser espía de los alemanes. «Los militares rusos juraron vengarse de él. Por otro lado, el principal partido pacifista, los revolucionarios, lo odiaban porque se oponía a cualquier cambio de gobierno. Ambos partidos decidieron que debía desaparecer. Según las personas más informadas de la Corte, incluido el mismo Rasputín, la cuestión estaba en cuál de los dos partidos asestaría el golpe primero. No era muy difícil para mi padre profetizar su muerte».

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Entre los pocos íntimos que frecuentaban el apartamento donde vivían estaban el príncipe Yussupof y el gran duque Dimitri. María se acordaba muy bien de Yussupof, que iba con frecuencia a comer, merendar o a cenar. Pertenecía al partido revolucionario moderado y él y Rasputín siempre hablaban de política en tono amistoso, según su hija. A su padre le encantaba oírle cantar.

Según el relato de María de la noche en que su padre fue asesinado, el príncipe llegó al apartamento a las once de la noche. Le abrió la puerta Katja, la anciana servidora, que se tranquilizó al ver quién era el visitante. Rasputín salió para recibir al joven, que besó tres veces a mi padre. Katja recordaba los tres besos, porque lo normal era uno. Rasputín salió con el príncipe, pero prometió volver antes de la medianoche. A las cuatro de la mañana, Katja le despertó a María, alarmada por la tardanza. La hija de Rasputín intentó calmarla. Su padre había vuelto tarde otras veces, pero a las ocho, asustada, llamó a Yussupof. «Me insistió varias veces diciéndome que no sabía nada de él».

Llamó a Palacio y «la Zarina en persona» le dijo que la Policía sería avisada inmediatamente. Se puso en contacto con el Zar, que estaba en el frente, y éste al momento emprendió el regreso.

A las dos de la tarde, un miembro de la Policía secreta preguntó por María. Llevaba en las manos los chanclos viejos de su padre. Media hora más tarde, el ministro del Interior le comunicó por teléfono la muerte de su padre. Su hermana y ella debían acudir de inmediato a Palacio.

«Solamente los Zares y sus hijos estuvieron con nosotros en el funeral. Allí estábamos, formando un grupo pequeño y triste, mirando por última vez al que había sido un santo para nosotros. Fue enterrado en secreto en las afueras de San Petersburgo, en el parque real», señaló.

Difícil de matar

Más tarde se les dijo cómo se había descubierto su cuerpo. «Había sido atado de manos y pies y arrojado en el Neva en un lugar donde la corriente era muy fuerte y lo arrastró debajo del hielo. Un pedazo de su negro hábito se había enganchado en el hielo y allí se había helado. Cuando lo encontraron, todavía tenía los pies atados, pero había conseguido librarse las manos. La derecha la tenía levantada y se había helado formando el signo de la cruz», aseguró su hija.

El asesinato había tenido lugar en la casa del príncipe Yussupof. «Sin sospechar nada -¡por qué había de hacerlo?- mi padre fue con él. Cuando el príncipe y sus amigos vieron que varias copas de vino envenenado no surtían efecto, usaron un revólver. Con frecuencia me pregunto cuáles fueron los sentimientos de mi padre al ver quién era el traidor», finalizó María Rasputín su narración.

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