Klaus Barbie, el criminal nazi que se creía un superhombre: «No estoy arrepentido... en la guerra todos matan»
Entrevistado en Bolivia diez años antes de su extradición, el «carnicero de Lyon» seguía siendo «un nazi convencido»
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Le apodaron el «carnicero de Lyon» por las sádicas torturas a las que sometió personalmente a prisioneros franceses en esta ciudad francesa durante la Segunda Guerra Mundial, pero a Klaus Barbie su largo historial de crímenes no le quitaba el sueño. «No estoy arrepentido... En la guerra todos matan», afirmaba sin ningún tipo de escrúpulo este oficial de las SS y de la Gestapo al que acusaron de 11.311 encarcelamientos, 290 violaciones, 7.500 deportaciones y 4.342 muertes.
En diciembre de 1973, se hacía pasar por Klaus Altmann. Tenía 57 años y en su documentación figuraba que era un boliviano nacionalizado, de profesión comerciante. Pero la historia decía que se trataba de uno de los criminales de guerra nazis más buscados.
Entre sus crímenes se contaba el haber torturado y matado a martillazos a Jean Moulin, el líder de la Resistencia de mayor rango que cayó bajo las garras de los nazis, o la deportación de 41 niños judíos escondidos en Izieu, que acabaron en un crematorio.
+ infoCasi treinta años después de la guerra, Barbie fue descubierto en Bolivia por la famosa cazadora de nazis Beate Klarsfeld. Fue detenido por orden del procurador Ledezma Rojas, una vez que se determinó que era el nazi buscado en Francia por crímenes de guerra. Pero tras ocho meses de arresto, quedó en libertad. «Me siento muy feliz. Tenía confianza en la justicia boliviana», dijo el antiguo dirigente nazi al salir de la prisión de San Pedro.
Cuando alguien le preguntó a cuántos judíos ordenó matar, respondió: «A ninguno. Yo no tuve nada que ver con los campos de concentración ni con las cámaras de gas. Yo fui jefe de un cuerpo especial entrenado para reprimir guerrillas. Por tanto, no debo ser comparado con Bormann».
El propio Barbie se describió así: «Yo soy un soldado. Estudié y me entrené para ello. Soy un S.S. Es algo así como ser un superhombre. Un profesional elegido personalmente por Hitler. Un combatiente al que se le han analizado cuatro generaciones de sangre antes de conferirle el honor de integrar este cuerpo. ¿O usted cree que cualquier idiota podría ser un S.S.? Yo tengo estudios de Derecho, de Filosofía...»
La Corte Suprema de justicia de Bolivia había ordenado su puesta en libertad tras admitir la reserva de una demanda de «habeas corpus» introducida por los abogados de Barbie. «Blanco y Negro» explicaba que la ejecución de esta medida se suspendió al recibirse una demanda de extradición cursada por Perú, pero que al rechazarse esta demanda, se decidió su liberación. Para reponerse de su estancia en prisión, el antiguo dirigente nazi se retiró a una elegante clínica de La Paz, dirigida por religiosos alemanes.
Al igual que Mengele se escondió en Brasil, Eichmann en Argentina o Roschmann en Paraguay, Barbie también eligió Sudamérica como destino tras su huida. En agosto de 1948 logró escapar hasta Génova, donde pidió documentos a la Cruz Roja y con estos papeles salió de Europa. Se fue a Bolivia, donde llegó a fundar una empresa propia, la Transmarítima Boliviana.
+ info¿Por qué se refugió en Bolivia? «Soy un viejo nacional-socialista -respondió-. En 1951, cuando llegué a Bolivia, presencié un espectáculo muy reconfortante: un desfile de la Falange Socialista Boliviana. Marchaban con sus uniformes fascistas y cantaban. Verlos me hizo mucho bien. Además, yo sabía que en Bolivia había una comunidad alemana muy fuerte. Eso me decidió».
Nacionalizado boliviano desde 1957 con el nombre de Altmann, ABC destacaba que Barbie había sido durante años « un frecuente consejero, escuchado con atención por los diferentes generales que se han turnado en la más alta magistratura de aquel país». Según el exministro boliviano Gustavo Sánchez Salazar, autor del libro «Criminal hasta el final, Klaus Barbie en Bolivia», el exdirigente nazi estaba «muy protegido por los militares, por altos cargos, por los dictadores y los futuros dictadores».
Un nazi convencido
Barbie no mostraba ni un mínimo atisbo de arrepentimiento por los crímenes cometidos. «¿Por qué debía estar arrepentido? En la guerra todos matan. Yo soy un nazi convencido. Admiro la disciplina, y estoy orgulloso de haber sido comandante del mejor cuerpo del Tercer Reich, y si volviera a nacer mil veces, mil veces sería lo que fui. En la guerra no hay buenos ni malos. Sería lo mismo que fui, para Alemania o para Bolivia», aseguró.
+ infoSu padre había sido guerrillero en Alemania durante la Primera Guerra Mundial, pero Barbie no encontraba paradójico que él se hubiera dedicado parte de su vida en aplastar la Resistencia en Francia. «No hay contradicción. Mi padre, es cierto, tuvo una participación muy activa en la resistencia alemana contra la ocupación de los franceses. Era un oscuro profesor, pero no vaciló en defender a su patria. Se convirtió en líder de un grupo de campesinos en el valle del Ruhr. No tenía nada más. Hacían resistencia pasiva, repartían panfletos y saboteaban el ferrocarril. Sin embargo, la diferencia conmigo está en que mi padre y los campesinos luchaban contra franceses e invasores que querían apoderarse de nuestras riquezas. Yo y mis S.S. combatíamos a guerrilleros clandestinos que luchaban dentro de un país que había sufrido una derrota militar y que había firmado un armisticio mucho antes de mi presencia en Lyon. Unos defendían a su patria dentro de la Ley y otros fuera de ella».
Pese a que había sido condenado a muerte en dos ocasiones (1952 y 1954) y a que figuraba en la relación oficial de criminales de guerra establecida por los aliados tras la Segunda Guerra Mundial, tuvieron que pasar diez años desde estas declaraciones para que el antiguo jefe de la Gestapo en Lyon fuera de nuevo detenido en La Paz.
+ infoGustavo Suárez Salazar, responsable de su expulsión de Bolivia, explicó en una entrevista a Francisco Marhuenda en 1987 que «la excusa fue su negativa a pagar una deuda de diez mil dólares contraída años atrás por la Transmarítima con la empresa estatal Comibol».
A juicio del exministro boliviano, «el error de Barbie fue no haber salido de Bolivia el día siguiente al que asumió el poder un Gobierno democrático y constitucional. Ese fue su error, el menospreciar la capacidad de un Gobierno democrático. Le hundió la soberbia, lo mismo que en Lyon. No querer enfrentarse con la verdad». A su juicio, Barbie se consideraba «un hombre perfecto».
«Cuando yo lo fui a sacar de la prisión de San Pedro, Barbie no creía lo que estaba ocurriendo. Por primera vez le estábamos poniendo unas esposas, lo llevé al Ministerio del Interior y lo interrogué durante tres horas. Él mostraba un gran desprecio por la gente, estaba tan seguro de sí mismo que daban ganas de decirle que cambiara de actitud». Según Sánchez Salazar, estaba relacionado con el tráfico de narcóticos y con grupos nazis. Tenía la esperanza de «crear un Gobierno nazi en Bolivia, primero con Barrientos, luego con Bánzer y finalmente con García Mesa. Se olvidó de que las dictaduras no son a perpetuidad».
Durante el histórico juicio que se siguió contra él en Francia en 1987, el «carnicero de Lyon» a seguró no tener remordimientos de conciencia y amenazó con revelar los nombres de colaboracionistas franceses que le ayudaron a combatir a la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. El proceso fue seguido con gran expectación, incrementada por su controvertido abogado defensor, Jacques Verges, que intentó argumentar su «inocencia» apelando al «deber del soldado», denunciando la «guerra sucia» de la resistencia y los crímenes de guerra perpetrados por el Ejército francés durante la guerra de Argelia (1954-1962).
El juicio rescató del olvido los horrores de los nazis en el hotel Terminus, «acondicionado» para «interrogatorios», y en la Escuela de Sanidad Militar a la que trasladó Klaus Barbie sus «enseres» porque el anterior edificio se le quedó pequeño. Allí torturó a sus víctimas con electrodos, gas, látigos de cuero y bañeras llenas de agua hirviendo o helada.
Klaus Barbie fue condenado por la Justicia francesa a cadena perpetua. Falleció de una leucemia en prisión, en septiembre de 1991. Nunca se sintió culpable de lo que hizo.