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El 'ejército de fantasmas' que casi provoca la debacle aliada en la IIGM con mentiras y operaciones falsas

En diciembre de 1944, durante la batalla de las Ardenas, Otto Skorzeny dirigió a un contingente de alemanes disfrazados de norteamericanos con órdenes de provocar el caos tras las líneas enemigas

Carro de combate en las Ardenas
Carro de combate en las Ardenas - ABC
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Pésimo agente secreto sería si sus planes llegaron a los periódicos poco después de la caída del nazismo. El viernes 18 de mayo de 1945, con Adolf Hitler calcinado y la bandera soviética ondeando sobre el Reichstag, ABC publicó un comunicado enviado a la prensa por el VII Ejército de los Estados Unidos. Escueto, el artículo relataba la captura de Otto Skorzeny, al frente de las unidades de operaciones especiales del Tercer Reich; un gigantón de 1,92 metros de estatura y su mejilla izquierda surcada por una inmensa cicatriz que había participado en algunas de las misiones más renombradas de la Segunda Guerra Mundial.

En el segundo párrafo, tras desvelar los pormenores de la caza, el artículo relataba la que había sido su misión más desastrosa durante los estertores del Reich: «Se le acusa de haber sido jefe de un campo de especialistas del espionaje y del sabotaje y, en particular, de haber adiestrado a un grupo cuya misión era dar muerte, en ocasión de la irrupción alemana en las Ardenas durante el pasado invierno, a los miembros del Alto Mando Aliado».

Skorzeny insistió en que aquello era mentira. Y en parte, llevaba razón. Más bien había recibido órdenes de entrenar a una unidad que, disfrazada con uniformes americanos, debía causar el desconcierto tras las líneas enemigas.

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La tarea se correspondía con una operación de falsa bandera de manual. Similar, por cierto, a las que la OTAN afirma que se suceden estos días en territorio ruso con motivo de la guerra de Ucrania. La diferencia es que la de Skorzeny terminó en un completo desastre que se sumó a la debacle total que supuso la ofensiva de las Ardenas. De hecho, 'Caracortada', como le conocían en el Reich, fue juzgado a nivel internacional por las atrocidades perpetradas durante esa misión. Así lo confirmó ABC dos años después: «Él y sus hombres han sido acusados de haber dado muerte, disfrazados con uniformes cogidos a prisioneros, a un centenar de oficiales y soldados norteamericanos».

Última locura

El 16 de diciembre de 1944, seis meses después del decisivo Desembarco de Normandía, comenzó la última gran ofensiva de Adolf Hitler antes del final de la Segunda Guerra Mundial. En la práctica, un intento desesperado de romper las líneas enemigas y expulsar a los Aliados hacia el mar. Para llevarla a cabo, el 'Führer' reclutó 25 nuevas divisiones, unos 250.000 soldados, con las que pretendía atacar por sorpresa la zona más desguarnecida del cerco que habían creado estadounidenses y británicos: las Ardenas. La región, formada por los frondosos bosques de Bélgica, era la misma que habían atravesado los panzer de Guderian durante la invasión de Francia.

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La historia volvía a repetirse, aunque con distinto objetivo. Una vez rota la línea americana, las tropas alemanas se dirigirían a toda marcha hacia Amberes con la firme intención de tomar el puerto. De esta forma, y según la fantasiosa mente de Hitler, sus enemigos abandonarían Europa al quedar aislados y divididos. El asalto, que recordó a la mítica 'Blitzkrieg' de los años 1939 y 1940, fue un éxito en sus comienzos. Tanto, que los EE.UU. se vieron obligados a movilizar a sus mejores soldados (los paracaidistas de la 101ª División Aerotransportada) hasta el nudo de carreteras de Bastogne, punto clave para evitar el avance nazi.

El 22 de diciembre, poco después de la ofensiva, ABC destacó en sus primeras páginas que «durante más de veinticuatro horas, Eisenhower no se dio cuenta de que se trataba de un ataque de envergadura ni de que el mando alemán había podido preparar en silencio la ofensiva». Los norteamericanos estaban convencidos de que los alemanes no se atreverían a atravesar el bosque de las Ardenas. «El comandante en jefe sí sabía que Alemania disponía de reservas, pero creía que estaban destinadas a ser empleadas únicamente en caso de una ruptura del frente», completaba el diario. Se equivocó, y sus hombres sufrieron las consecuencias cuando palparon el avance de los panzer teutones.

La ofensiva solo se estabilizó tras dos semanas, después de que el fin de las nevadas y la mejora de la meteorología favoreciera la llegada de la fuerza aérea aliada y los refuerzos norteamericanos. «Cuatro días de buen tiempo para los aviones y una presión creciente contra los flancos han hecho mucho para estabilizar la ofensiva de las Ardenas. Pero aunque observadores calificados aseguren que la situación está dominada, las batallas que tuvieron lugar durante Navidad hacen prematuro decir que la batalla ha acabado», afirmaba ABC el 29 de diciembre. Un mes después acabó todo gracias a la acometida del Tercer Ejército de Patton.

Falsa bandera

La batalla de las Ardenas fue la última locura de Adolf Hitler; la crónica de una muerte anunciada, que diría Gabriel García Márquez. Sin embargo, no ocurrió lo mismo con la Operación Greif, el plan que recaló sobre los anchos hombres de Skorzeny. «La misión estaba destinada a sabotear las líneas de retaguardia enemiga. Infiltrar soldados alemanes disfrazados de norteamericanos entre las fuerzas aliadas en el momento en que los germanos se lanzasen contra las Ardenas», explica el historiador Jesús Hernández, autor del blog 'Es la guerra', en 'Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial', uno de sus muchos ensayos sobre el conflicto.

En esencia, a Skorzeny se le ordenó entrenar a un contingente que se internara en la retaguardia aliada. Su objetivo: notificar a los defensores de movimientos falsos de las tropas del Tercer Reich, modificar los carteles informativos que había en las carreteras y, en general, provocar el caos durante la previsible retirada que se iba a suceder ante el avance de la apisonadora blindada del Reich. El alto mando del OKW –Oberkommando der 'Wehrmacht'– le prometió contar con decenas y decenas de jeeps Willys, carros de combate Sherman –la columna vertebral de las divisiones acorazadas de las barras y las estrellas– y cazacarros M10 'Wolverine'. Amén de hombres duchos en el idioma de Shakespeare.

Pero, una vez más, la realidad venció a Hitler. Apenas llegaron unos pocos jeeps y algún que otro Sherman. De hecho, Skorzeny se vio obligado a modificar algunos Panzer V 'Panther', de unas proporciones equivalentes al M10, en un burdo intento de engañar a los norteamericanos. Aunque lo peor fueron los miembros de este nuevo ejército. Según desvela Hernández, de los tres mil combatientes que se presentaron voluntarios, tan solo un centenar sabía hablar inglés con fluidez. La mayoría eran marinos mercantes u hombres de la 'Kriegsmarine'; gentes de mundo. Un segundo grupo conocían el idioma, pero apenas sabían chapurrearlo un poco. El resto, que no eran pocos, ni tan siquiera entendían el inglés.

El general Patton, después del Desembarco de Normandía+ info
El general Patton, después del Desembarco de Normandía - ABC

La solución fue irrisoria: se nombraron jefes de sección que sabían hablar el idioma. Al resto se les prohibió abrir la boca a no ser que fueran preguntados de forma directa. «Una vez seleccionado el grupo de soldados que tomaría parte en la misión, se les sometió a un singular entrenamiento. Debían parecer norteamericanos, y no solo por su uniforme, así que se les enseñó a expresarse en inglés con el acento propio de aquel país, y con palabras vulgares y de argot. Además, aprendieron a fumar y a mascar chicle al mejor estilo americano», desvela el historiador en su obra.

A todos se les ordenó portar el uniforme alemán bajo el equivalente norteamericano. Y es que, las reglas de la guerra decían que, todo aquel que fuese atrapado disfrazado del enemigo, sería fusilado por traidor. La idea era que, en el caso de ser descubiertos, se desvistieran antes de ser capturados para evitar un tiro en la nuca. En su favor habría que decir que no eran los primeros en intentar engañar al contrario, pues ya habían hecho lo propio los ingleses en 1942 al valerse de los ropajes propios del 'Afrika Korps' para conquistar varias posiciones cercanas a Tobruk.

El 16 de diciembre de 1944, tras meses de preparación que sirvieron de poco, empezó la Operación Greif. Y lo cierto es que con relativo éxito para los precarios medios con los que contaban. «Siguiendo el plan, se dedicaron a cambiar carteles indicadores, a señalar direcciones equivocadas a los convoyes, a difundir órdenes falsas o a cortar líneas de comunicación», completa el historiador español. Expertos como Antony Beevor, el propio Hernández o Rick Atkinson confirman que los germanos provocaron una verdadera psicosis en la retaguardia norteamericana. Aunque, para su desgracia, no les sirvió de nada y se vieron obligados a retirarse en enero. Para entonces, algunos de los miembros de la unidad ya habían sido capturados.

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