Las confesiones del general nazi que desveló la torpeza militar de Hitler: «Stalingrado culminó el desastre»
Franz Halder escribió en 1949 un libro de apenas sesenta páginas en el que recogió los fallos más dolorosos que cometió el 'Führer' en la URSS; ABC se hizo eco de él
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La cara de Franz Halder no reflejaba la dureza de la guerra. Sus gafillas redondas, su pelo encanecido y sus rasgos teutones le daban, como mucho, el aspecto del típico abuelo al que una trastada de sus nietos le hace pasarse de severo de forma puntual. La realidad, sin embargo, es que era un rudo veterano de la Primera Guerra Mundial que entregó a Adolf Hitler las victorias más brillantes del Tercer Reich. Polonia, Países Bajos, Francia y los Balcanes son algunas de las muchas operaciones que orquestó como Jefe del Estado Mayor del Alto Mando del Ejército alemán a golpe de guerra acorazada y velocidad.
Aunque la campaña que más problemas le causó fue la invasión de la Unión Soviética.
Desde los mismos inicios se mostró escéptico y, aunque en 1941 bosquejó en su diario que el imperio rojo estaba a punto de caer bajo la bota nazi, la llegada del invierno y los problemas de abastecimiento actuaron como una bofetada de realidad. Ese fue el punto de partida de las diferencias con el dictador, con quien rompió relaciones el 23 de julio de 1942. Aquel día, el 'Führer' ordenó la conquista simultánea de Stalingrado y el Cáucaso en la directiva 45. «La continua subestimación del enemigo está tomando formas grotescas y se está volviendo peligrosa», afirmó. Y acabó destituido.
La razón le llegó al bueno de Halder en el ostracismo el 2 de febrero de 1943; día en el que culminó la batalla por Stalingrado con desastre germano. Para el oficial, aquel fue el punto de inflexión que corroboró algo que ya sabía el Alto Mando alemán: que la guerra estaba perdida. Al menos, así lo explicó en un pequeño folleto publicado en el verano 1949. Texto del que ABC se hizo eco en su portada del 10 de junio de ese mismo año. Su autor fue el corresponsal de este periódico en Alemania, quien, además, acudió al piso que el general tenía en Fráncfort para sonsacarle alguna declaración.
Para su desgracia, lo que obtuvo fue una respuesta confusa de un anciano escocido por haber sido apartado del mando de forma abrupta y dolorosa: «Prefiero no hablar de ese libro. Mis relaciones con la prensa no han sido muy buenas hasta ahora. He escrito este libro a petición de mis amigos». Solo unas pocas palabras, camufladas por un velo de ambigüedad, dejaban entrever lo que este prusiano, más leal a Alemania que a Hitler, pensaba en realidad. «Yo no digo, que, si nosotros hubiéramos tomado Moscú e invadido Inglaterra hubiéramos seguramente ganado la guerra. Esto es una cuestión política y yo soy un soldado», incidió.
La tumba del Reich
El librillo, titulado 'Hitler, señor de la guerra', era mucho menos cauto. Según publicó ABC, Halder retrataba en sus páginas a un dictador que rozaba la esquizofrenia y que, cuando carecía del apoyo unánime de sus oficiales, se valía de los 'Führer befehl' –mandatos cuasi reales– para hacer que se cumplieran sus órdenes por las bravas. «A estos no se les podía desobedecer sin pena de muerte», añadía el texto. Y esta era solo la punta del iceberg. El 'folleto' dibujaba al mandamás nazi como un hombre que se bloqueaba cuando carecía de argumentos con los que rebatir las decisiones militares de su Alto Mando y que se limitaba a refutarlos con gritos y exabruptos.
Halder cargó también de frente contra «la capacidad estratégica de Hitler» y su decisión de lanzarse contra la Unión Soviética. «En el frente ruso fue donde contribuyó al desastre final del ejército alemán», parafraseaba ABC. Para empezar, porque la ofensiva comenzó dos meses después por culpa de la decisión de intervenir en los frentes de Yugoslavia y Grecia en ayuda de la Italia de Mussolini. Aunque también por su negativa a distribuir ropa de abrigo a los combatientes «porque la campaña estaría terminada mucho antes del invierno y los soldados pasarían el frío en cuarteles calientes». Aquellos dos errores, así como otros tantos, fueron los que le costaron la derrota en la Segunda Guerra Mundial al dictador.
Poco después culminó el desastre cuando se propuso enviar a un millón de hombres «como si se trataran de un batallón en un desfile» a través del barro hacia la ciudad de Stalingrado. Todo ello, mientras planeaba la toma del Cáucaso. En su obra, Halder incidió en que Hitler montó en cólera cuando se enteró de sus críticas a la directiva 45. «Cuando se opuso violentamente a este plan entró en una de esas rabias histéricas que eran de él habituales y, espameando, le dijo que esta operación no era cosa de conocimientos técnicos, sino de fanática abnegación a la fe del nacional-socialismo. Halder fue destituido y ya no tomó parte en la guerra».
+ infoAntes de la penetración en Stalingrado, Halder repitió que se acumulaban en el sector nuevas divisiones enemigas y que era una locura lanzarse contra la ciudad. A cambio, Hitler se limitó a maldecir y repetir una y otra vez lo mismo: «¡El Ejército Rojo está destruido!». Al oficial no le sirvieron de nada sus argumentos. Incluso mostró al 'Führer' que Stalin había derrotado ya al Ejército Blanco en aquella zona años atrás, cuando se denominaba Zarizin. «Las dos operaciones planteadas eran idénticas», expresó. Pero, una vez más, la advertencia pasó de puntillas. Para el líder nazi, lo importante era esa 'intuición' de la que hacía gala.
Según Halder, aquel mismo olfato fue el que provocó que el Sexto Ejército de Friedrich von Paulus acabara rodeado por los rusos en las afueras de Stalingrado tras la Operación Urano –una misión mediante la que el Ejército Rojo se posicionó alrededor de la ciudad para 'embolsar' a sus defensores y lograr que se rindiesen–. A pesar de que era imposible que rompieran el cerco, Hitler ordenó que se defendiesen hasta el último hombre. «Aunque tuvo la posibilidad de salvar a la mayoría de sus hombres, el 'Führer' no quiso saber nada de retiradas. De este modo no solo aniquiló al ejército de Paulus, sino también la confianza de todo sus mandos en su 'intuición'», parafraseaba ABC.
Objetivo Stalingrado
En todo caso, la llegada a la ciudad de Stalingrado no fue fácil. Las rápidas victorias iniciales (del 41) no fueron más que un espejismo. De los tres ejércitos germanos destinados a la conquista de la URSS (Norte, Centro y Sur), tan solo el segundo logró avanzar de forma efectiva por el territorio ruso en dirección a Moscú. De hecho, Hitler se vio obligado a detener el asalto masivo hasta que el frente quedó equilibrado el 2 de octubre. Para entonces ya era demasiado tarde y el invierno cayó, como ya sucediera con las tropas de Napoleón, sobre los ejércitos germanos. «A finales de diciembre, la 'Wehrmacht' sufriría más de 100.000 casos de congelamiento, 14.000 de los cuales acabarían requiriendo la amputación de algún miembro», explica el popular historiador y periodista Jesús Hernández (autor del blog '¡Es la guerra!') en su obra 'Breve historia de la Segunda Guerra Mundial'.
El retraso en la ofensiva supuso un duro golpe para los intereses nazis. Sin embargo, El megalómano Hitler optó por no detener el avance y enviar a sus hombres a la conquista de Moscú... en pleno invierno. Al final, el frío, las tropas de refresco soviéticas y una gran ataque de las tropas de Stalin a comienzos de diciembre provocaron que el asalto germano se detuviese en seco. En los meses siguientes, el Ejército Rojo llevó a cabo una serie de insistentes ofensivas que no lograron romper las líneas de los alemanes, a quienes les fue prohibido retroceder por orden del mismísimo ' Führer'.
En principio, la guerra quedó igualada en lo que se refiere a la posesión de las ciudades más destacadas del país. Y es que, Moscú y Stalingrado permanecían relativamente libres de peligro (aunque en el punto de mira germano) mientras que, por su parte, Leningrado seguía asediada. Con todo, en mayo Stalin ordenó a sus hombres prepararse para la defensa, pues sabía que la subida de las temperaturas significaba un nuevo ataque. Acertó de pleno, pues Hitler había decidido cambiar de estrategia y dirigir en esas fechas sus panzer hacia la urbe que llevaba el nombre del Camarada Supremo.
+ infoCon la llegada del verano de 1942, Hitler ordenó que se reanudaran los avances. Aunque, en este caso, el protagonismo lo adquirió el Grupo de Ejército Sur. Este fue dividido en dos unidades: el Grupo de Ejército A y el Grupo de Ejército B. Cada uno con órdenes de avanzar, respectivamente, sobre los pozos petrolíferos del Cáucaso y Stalingrado. La decisión no pudo ser peor, pues el líder germano redujo todavía más sus fuerzas en lugar de concentrarlas para aplasta al enemigo. «La estrategia era totalmente demencial», explica Ian Kershaw, uno de los biógrafos más destacados del 'Führer'. Por su parte, Stalin respondió con la sangrienta Orden 227, según la cual todo aquel que se retirase sería fusilado en pleno campo de batalla. Así, dejó claro que no había a dónde retirarse.
«El primer grupo encontraría en su camino dificultades de suministro de combustible, por lo que se ralentizó la marcha a la espera de que llegasen nuevos suministros. Además, las laderas de las abruptas montañas del Cáucaso, bien defendidas por tropas locales, se demostraron como una barrera casi insalvable para los vehículos», añade Hernádez en su obra. Quizá fue entonces cuando la locura de Hitler llegó a su cenit. Y es que, harto de que sus panzer no recorriesen kilómetros y kilómetros a marchas forzadas, destituyó al oficial al mando del Grupo de Ejército A... ¡Y dirigió él mismo a estos hombres desde Alemania! Por otra parte, ordenó al Sexto Ejército (que formaba parte del Grupo de Ejército B y estaba a las órdenes de Friedrich von Paulus) tomar Stalingrado.
La tarea no era sencilla, pero la confianza de Hitler en Paulus (un oficial de carrera que usaba el 'von' en su apellido para ocultar su origen paupérrimo) era total. A principios de septiembre, este oficial tenía ya rodeada Stalingrado. Sin embargo, lo que no sabía es que se iba a enfrentar a una defensa a ultranza en la que el frío, el hambre y la desesperación iban a provocar la desmoralización total de un ejército acostumbrado a las victorias rápidas sobre el enemigo. En los siguientes meses las ofensivas del Sexto Ejército fueron inútiles y, mientras que los soviéticos contaban con refuerzos constantes llegados de todo el país, las tropas de los invasores comenzaron a menguar drásticamente.
+ infoStalingrado fue la tumba helada del nazismo. Una obsesión para un 'Führer' a quien sus generales le recordaban día tras día las paupérrimas condiciones en las que vivían sus hombres. Pero Hitler no cedió ni un milímetro. Para él lo primordial era conquistar aquella urbe. Y así se lo hizo saber a Paulus, a quien le prohibió retirar su cerco. Un error fatal, pues el germano solo contaba con los refuerzos de las poco fiables tropas rumanas e italianas. «Cada vez más superado por los acontecimiento, el 11 de noviembre Paulus lanzó su última ofensiva en Stalingrado, poniendo el liza todas sus reservas, pero esta sería rechazada de nuevo por los defensores rusos. Los alemanes habían jugado su última carta y habían perdido», completa Hernández.
La odisea germana empezó en noviembre de 1942, mes en que el Sexto Ejército había pasado ya a la defensiva en el frente de Stalingrado. El día 19 comenzó la Operación Urano, una misión mediante la que el Ejército Rojo rodeó la ciudad para 'embolsar' a sus defensores y lograr que se rindiesen. Lo cierto es que los hombres de Stalin lograron completar su objetivo en pocos días al atacar los puntos clave de las defensas nazis (la mayoría, defendidos por tropas rumanas). «El 23 de noviembre, los rusos procedentes tanto del norte como del sur arrollaron por completo a los rumanos y convergieron sobre un puente que atravesaba el río Don en Kalash, que era la línea de comunicación y abastecimiento del ejército de Paulus. […] En el interior habían quedado aislados 300.000 hombres», explica el autor del blog '¡Es la guerra!'.
A partir de este momento comenzó el calvario de las tropas nazis. El Sexto Ejército de Paulus se vio rodeado por tropas soviéticas sedientas de sangre. ¿Qué hizo Hitler? Lejos de ordenar a sus hombres la retirada, instó al oficial a defenderse afirmando que les suministrarían alimentos, munición y ropa de abrigo mediante la 'Luftwaffe' mientras se mandaban tropas para romper el cerco. La promesa era totalmente falsa, pues de las 700 toneladas diarias de material que prometió hacer llegar a los defensores el pomposo Goering (líder de la fuerza aérea nazi) apenas logró enviar 100. La derrota total se produjo el 3 de febrero.
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