Brasilia, la ciudad vanguardista que nació de golpe
Se cumplen sesenta años de la inauguración de la capital brasileña, levantada en la selva en apenas 42 meses
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El mismo día que Roma celebraba su 2.713 «cumpleaños», una nueva ciudad levantada en menos de cuatro años en plena selva se presentaba al mundo. Aquel 21 de abril de 1960, con cientos de fuegos artificiales y la luz de las millones de bombillas que se encendieron al unísono, Brasil inauguró su flamante nueva capital, «la ciudad más moderna del mundo».
Construida tierra adentro, en un lugar que apenas había sido pisado por el hombre hasta entonces, equidistante unos 1.000 kilómetros de la costa y puente hacia la Amazonía, Brasilia nacía «como ejemplo de urbe futura en el mundo actual».
+ infoEl presidente Juscelino Kubitschek quería que Brasil se volviera hacia su enorme interior continental y se equilibrara el sobrepeso demográfico y económico del litoral con el imán de una nueva capital que tomara el testigo de Río de Janeiro.
Una moderna ciudad, levantada desde la nada, símbolo de un Brasil democrático y a la vanguardia. La idea no era nueva. La había formulado el político José Bonifacio en el siglo XIX, pero el mandatario socialista la llevó a cabo, convirtiéndola en una utopía de socialismo y justicia social.
Kubitschek confió su sueño al arquitecto Óscar Niemeyer, a quien pese a sus reticencias iniciales por la ubicación elegida («un inmenso y desangelado trozo de tierra salvaje en la remota llanura interior central») terminó por contagiarle su entusiasmo.
+ infoEl trazado urbano -obra del urbanista Lúcio Costa- se planteó como un gigantesco pájaro con sus alas desplegadas. En la cabeza se situó la Plaza de los Tres Poderes, con el palacio presidencial, el Parlamento y el Tribunal Supremo. En ella se levantaron dos rascacielos de treinta pisos cada uno, que rompían armónicamente el sentido horizontal de la ciudad, cuyos edificios no sobrepasaban las seis plantas. El punto de cruce de las alas y el cuerpo de este fantástico pájaro se destinó a centro de diversiones.
+ infoAlrededor de la ciudad se plantaron 8.000.000 eucaliptos y se creó un lago artificial que la bordeara enmarcándola de agua y verdor. Para las residencias de los ciudadanos se construyeron cinco supermanzanas, cada una de ellas formada por once edificios de seis plantas, con 456 apartamentos cada uno, y cada supermanzana contaba con iglesia, mercados y escuela propios. Las calles se proyectaron sin cruces, con túneles subterráneos para atravesarlas.
Cuarenta mil obreros trabajaron duramente para levantar este proyecto revolucionario. Para el decorador Francisco Muñoz Cabrero, que la recorrió meses antes de la inauguración, Brasilia era «un gran milagro», la ciudad «que nació de golpe, en cuarenta y dos meses, al conjuro de la arquitectura moderna» y que «es la urbe más revolucionaria del siglo XX».
+ infoTambién el exdiplomático José Lion Lepetre se mostraba entusiasmado en ABC: «Brasilia es más que una ciudad (...) Es la iniciación de una nueva era, de un quebrantamiento y mutación de valores artísticos y humanos, una revalorización audaz para, un nuevo tipo de civilización».
El periodista Carlos Sentís viajó a Brasilia en helicóptero junto al presidente Kubistchek en octubre de 1960. ¿Por qué tanto rascacielo cuando se dispone de ilimitado terreno para plantar la ciudad?, le preguntó al mandatario. «Los urbanistas que han colaborado con el arquitecto Niemeyer quieren, evitar la extensión inhumana de las capitales modernas al mismo tiempo que separar, con zonas verdes, las células habitadas: de ahí los rascacielos, uno de los cuales pronto será ya el más alto del Brasil», respondió Kubistchek.
+ info«Kubistchek, tanto como enseñarme la ciudad piloto de la Humanidad futura, repasa por su cuenta, apasionada y concienzudamente, "su" obra (...) Como el "Diablo Cojuelo", escudriña todos los interiores y, particularmente, algunos de los edificios oficiales, excavados bajo el suelo en forma de cripta y cuyas cúpulas—dos o tres de ellos las tienen ya— parecen gigantescos hongos que apenas se alejan del suelo. Así le sucede a la Catedral. No tiene campanario, pero sí tendrá campanas. Se instalarán junto a ella, en un campanil, y vendrán fundidas de España. Una Comisión, presidida por José María Domenech, organiza una suscripción entre la colonia española del Brasil para que los primeros tañidos que se oigan en esta nueva ciudad recuerden el eco toledano y también fundacional de San Francisco de California, de los Ángeles o de San Agustín de la Florida», informó Sentís.
La «Pinta», la «Niña» y la «Santa María»
Durante los actos inaugurales de Brasilia, el embajador español, Conde Casa Rojas, había concebido esta idea que pronto caló entre la españoles en Brasil. Las campanas de la portentosa catedral de Niemeyer serían un regalo de la colonia española. Tras hablar con el arquitecto para estudiar con él las características que debían tener las campanas, se encargó a un taller burgalés de Miranda de Ebro la fundición de más de cinco mil kilos de bronce en cuatro campanas que se llamarían «Santa María», «Pinta», «Niña», y «Pilarica».
+ infoLa iniciativa se llevó a buen término no sin algún que otro percance, pues los talleres mirandeses de la señora viuda de Pereda sufrió el robo de parte del bronce destinado a las campanas y las primeras que se enviaron se hundieron en el mar al naufragar el barco «Cabo Santa María» que las llevaba. Las segundas campanas son las que ahora repican en el campanil de la catedral de Brasilia.
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