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Los casos del Sherlock Holmes español: La captura de «Fantomas»

El comisario Fernández-Luna logró detener a un ladrón de guante blanco, que guardaba la calavera de una antigua amante y tenía mucho glamour

«Fantomas» con su amante, Leonor Fioravanti
«Fantomas» con su amante, Leonor Fioravanti - Ernesto
Federico Ayala Sörenssen
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Madrid, 21 de septiembre de 1916. El comisario Fernández-Luna levantó el teléfono esperando algún rapapolvo del director general de Seguridad, Manuel de La Barrera. Constantemente descargaba sobre él las presiones que recibía y, para qué negarlo, no tenían una buena relación. Posiblemente quisiera comentarle el caso de Nilo, el loco asesino que hacía de las suyas en prisión, pero no, le preguntó cómo marchaba la investigación sobre el posible timo de 3.000 pesetas en una timba de la calle Juanelo. El empresario timado estaba dando mucha guerra y movía sus influencias. El detenido, un tal Eduardo Arcos, se había escapado el día anterior del juzgado de guardia. Había que atraparlo o habría consecuencias.

El policía volvió a levantarse para consultar su fichero, donde tenía una carpeta dedicada a «Fantomas». Era el apodo que le habían dado a un delincuente de cuya existencia muchos dudaban. Debía su apodo al folletín del mismo nombre de los franceses Pierre Souvestre y Marcel Allain, que ese mismo año se había llevado al cine, con gran éxito. Era un ladrón de guante blanco que entraba en hoteles de todo el mundo, desde Nueva York a París, pasando por La Habana, Buenos Aires o Roma. El comisario Fernández-Luna estaba convencido de que ahora estaba en España. Su intuición y, sobre todo, la minuciosidad con la que anotaba los sucesos que se producían, le hacían pensar que al menos había estado en San Sebastián, Zaragoza y, ahora, Madrid. Le llamaban también «el marquesito», «el Rey de los ladrones» o «el aviador». El sujeto de la timba ilegal era él, estaba convencido.

El policía Fernando Heredia+ info
El policía Fernando Heredia

Al día siguiente, mientras consultaba algunos datos, entró en su despacho Fernando Heredia, policía a su servicio en la Brigada de Investigación Criminal. Junto a Manuel Blasco formaba una de las parejas que andaban investigando, a pie de calle, como solía hacer la Brigada, en las calles que tan bien conocían. Al terminar cada turno uno de ellos debía darle las novedades.

Heredia comenzó así su relato: «Estábamos por la calle Churruca, y me paré a fumar un cigarro en un portal. Por casualidad escuché la conversación de dos sirvientas. Una de ellas comentó lo alarmada que estaba su señora pues había tomado un nuevo huésped un tanto extraño, que hacía una vida muy sospechosa. Vestía muy elegante y tenía un acento extranjero. Intervine sin identificarme, no se preocupe, y sonsaqué que se trata de una vivienda en la calle Apodaca, número 3, tercer piso. Blasco se ha quedado a la espera de que Adrover y Rajal le sustituyan. Lacalle y Zorrilla esperan por si se vienen con nosotros».

Detenido en una casa de huéspedes

Hacia ahí se dirigieron. Había que actuar con cautela. Fernández-Luna no quería perderlo de nuevo. Heredia y Blasco subieron las escaleras mientras el comisario esperaba con cuatro agentes más en la calle. Hablaron con la dueña, que les indicó la habitación. Al entrar en ella, el huésped se presentó como Eduardo Arcos Puch, y no mostró ninguna resistencia. Eso sí, tenía un ligero acento norteamericano.

Era un hombre de unos treinta años, de estatura mediana, bien proporcionado y modales elegantes. Se hacía llamar Eddy o Teddy y tenía como pareja a Leonor Fioravanti, una bella joven de origen argentino, detenida poco después en otra casa de huéspedes de la calle Churruca. Ambos se habían separado al poco de escapar de los juzgados. Tenían entre los dos un equipaje de nueve maletas. Cinco de ellas estaban en una casa de empeños de la calle Sagasta y las otras en la casa de la amante de un abogado con el que Arcos había tenido tratos.

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«Fantomas» o «el aviador» - Ernesto

Fernández-Luna encargó copias fotográficas de la pareja y ordenó distribuirlas por comisarías de España y algunas del extranjero. Mientras tanto, ordenó que todo el equipaje fuera llevado a la dirección general de Seguridad. Había trajes de diario y de gala de gran calidad, un kimono y algunos pijamas de seda que algún agente confundió con el atuendo que el «Fantomas» de la ficción utilizaba en sus atracos. Lo pasó a la prensa y hubo cierto cachondeo al respecto. Pero lo más significativo llegó en una de las bolsas de aseo, la más voluminosa. Contenía artilugios que para los ojos avezados de Fernández-Luna no había duda que servían para abrir todo tipo de cerraduras, cajas fuertes o ventanas. Incluido el famoso huistití, un artilugio que servía para dejar inutilizadas las cerraduras sin que nadie se diera cuenta, lo que posibilitada la posterior entrada en las habitaciones de hotel que robaba.

Comienzan los interrogatorios

Fernández-Luna comenzó interrogando a Leonor Fioravanti. Su piel blanca, sus cabellos rubios y su mirada azul le descompusieron un tanto al comenzar. Nada sabía, eran simplemente una pareja de enamorados y no tenían nada que ver con robos. Eddy era el hombre de su vida. Ella acudía en su Argentina natal a un aeródromo dónde quedó prendada de un apuesto piloto que causaba sensación en la sociedad bonaerense. Un halo de misterio le rodeaba. Su extraño acento se justificaba porque había vivido mucho tiempo en Nueva York, pero era tan ligero que podía ser fingido. Hablaba también francés, alemán e italiano. Vivía con gran lujo y frecuentaba la noche bonaerense. Comenzaron a flirtear hasta que un día la invitó a subirse con él a un avión. Una vez en el aire, le confesó que estaba perdidamente enamorado de ella y le propuso una fuga. Aterrizaron a 400 kilómetros de su destino y desde entonces no se separaron. Viajaron por todo el mundo y, dado lo convulso del mundo en guerra, se refugiaron en España. Preguntó por su hijo. «No se preocupe, señora. Está bien atendido. La mujer de uno de mis guardias, que vive cerca, se ha hecho cargo de él».

Eduardo Arcos, conocido como «Fantomas» o «El Rey de los ladrones», con su amante Leonor Fioravant - Ernesto

No sacaría mucho de su amante, por lo que pasó a interrogar a Eddy, Teddy o como quiera que se llamase. Era un hombre encantador, no había duda, con una sonrisa que desarmaba a las damas a las que robaba y a los hombres a los que desplumaba.

Una calavera humana

-«Señor comisario. Se empeña usted en perseguirme, pero créame si le digo que no hay pruebas que me puedan incriminar». Sonrió y ofreció de su pitillera de plata un cigarrillo a Fernández-Luna.

-Bueno, eso ya lo veremos. De momento tiene que explicar dos cosas que hemos encontrado en su equipaje. Una es una calavera que hemos comprobado que es real, de una mujer y joven.

La historia que contó era increíble, pero lo hacía tan bien que Fernández-Luna no pudo más que reconocerle su enorme capacidad de sugestión. Había conocido a la joven en Guatemala, tenía algo que ver con el hijo del presidente de la República, Maceo. Por causa de ella tuvo un desafío con él a espada. Como era un hábil tirador de esgrima –de sus tiempos en Nueva York-, le ganó con facilidad sin causarle grandes daños. Y a la joven la convirtió en su amante.

-Era una mujer viciosa, una vampiresa. Yo también lo soy... Fumábamos opio, bebíamos éter y nos hinchábamos de morfina. Y nos cortábamos mutuamente las venas del pecho y de los brazos para emborracharnos el uno con la sangre del otro. Un día ella se cortó una arteria importante y se quedó en el colapso de la morfina. Cuando yo desperté, estaba fría y yerta. Era tan blanca que parecía de mármol. La besé y huí. Con relaciones y dinero me libré de problemas. Como amaba tanto a esa mujer, decidí ir al cementerio y me llevé su cabeza. En mi mesilla vela mi sueño.

Fernández-Luna abrió mucho los ojos, pero no pudo contener una carcajada. Había comprobado la capacidad de seducción del individuo, con una historia increíble que, posiblemente hubiera improvisado sobre la marcha. Algún agente fue con el cuento de la calavera a la prensa, y un periodista sin demasiados escrúpulos, influido por los folletines de «Fantomas», se inventó la historia de que la utilizaba para asustar a sus víctimas. El comisario recordó que algunas damas habían hablado en sus declaraciones a la Brigada de una calavera, pero en la alcoba de Arcos. Ninguna confirmó la declaración y ninguna presentó denuncia.

«Fantomas» defiende su inocencia

-"Bien, Eddy. No desmerece su fama, no señor. Pero hábleme de esto». Y desplegó los utensilios encontrados en su equipaje, entre ellos el famoso huistití.

-Comisario, por favor. Usted sabe que soy ingeniero mecánico y aviador. Yo arreglo mis vehículos y necesito herramientas como éstas.

-Venga ya, Arcos. Usted sabe que esto sólo sirve para abrir cerraduras o ventanas. Sólo quería que reconociera que son suyas, y así lo ha hecho. Serán pruebas para incriminarle. Y, por cierto, ¿Qué es esto?, le dijo como de pasada, mostrándole frascos con diversos venenos orientales, no mortales. Ya lo había comprobado antes.

-Bueno, yo viajo mucho y no siempre dispongo de medicinas que tomo habitualmente. Como ya le he dicho, consumo habitualmente morfina, cocaína. En fin, soy un vicioso, como le he dicho, pero eso no es delito. Mire comisario, ya sé que tiene ganas de pillar a un ladrón mítico, a «Fantomas» de carne y hueso ni más ni menos. Yo llegué en enero huyendo de la guerra. Tengo un hijo y una mujer a la que amo. He traído 60.000 francos, por lo que entenderá que no necesito andar trepando por las fachadas para entrar en pijama para robar joyas que me pueden reportar poco dinero. Lo de la timba puede ser algo poco ortodoxo. Pero le aseguro que ese panoli perdió sus 3.000 pesetas en un juego limpio. No ha hecho más que acosarme desde que he llegado. Y sabe que no tiene pruebas.

-Por cierto. Fuera hay un periodista, el Caballero Audaz, que quiere hablar con usted.

-Claro -a Eddy se le iluminó el rostro- Le conocí en San Sebastián este verano. Y hemos coincidido en Madrid. Nos movemos por los mismos círculos.

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ABC, 24/9/1916

Fernández-Luna se retiró a la habitación contigua, desde donde podía escuchar bien la conversación. «Fantomas» lo intuía, pues repitió casi literalmente lo dicho anteriormente. Añadió algunos detalles personales que sirvieron para hacerse una idea del personaje. Se confesó norteamericano -aunque todo parecía indicar que en realidad era mallorquín- y con dos carreras: ingeniero mecánico y marino mercante, estudiadas en Barcelona, donde vivió en casa de unas tías ricas y muy religiosas. En Nueva York se presentó como un noble español y vivió en una suite del hotel Empire, que mantuvo durante años. Se dedicó sobre todo a los deportes y consiguió un campeonato de pistola y llegó a ser un tirador de espada temible. En Costa Rica fue domador de caballos y enseñó a montar al presidente de la República. En Guatemala fue soldado y recibió un balazo en el pecho; en la Argentina fue aviador. En Italia se estableció en la vía Plinio como escultor. En la Habana fue literato. Tras la entrevista, Eddy le confesó que lo que más temía era la inactividad del calabozo. ¿Qué voy a hacer estos días sin nada que hacer? El Caballero Audaz le dio su estilográfica y «Fantomas» le escribió una nota. «Señor Luna. Ruégole encarecidamente entregue al Caballero Audaz mi calavera y mi puñal. Gracias. Arcos».

Se estrecha el cerco

Todos los lugares por los que confesó haber pasado fueron investigados por la Brigada de Investigación Criminal. Las estelas de extraños robos en ellos podían servir para fijar la cronología de los viajes de «Fantomas», incluyendo sitios por los que pasó de visita, como París, Berlín, Londres y la Costa Azul.

De la conversación con el periodista, el comisario averiguó que se había alojado en el hotel Royalti. Una llamada bastó para saber que fue en la habitación 12. Solicitó a la policía donostiarra que registrara la habitación con mucho cuidado, especialmente bajo el colchón. Y encontraron una pinza ganzúa. Al recibirla, Fernández-Luna puso a trabajar a sus agentes y encontraron a los fabricantes, los hermanos Fernando y Eduardo Castillo, que tenían un taller de cerrajería en la calle Apodaca, muy cerca de dónde vivía «Fantomas». Los dos fueron detenidos.

Desde las comisarías a las que envió las fotos de la pareja comenzaron a llover acusaciones. Algunas eran de hoteles, las menos. En España había muy pocos hoteles de lujo y con escaso movimiento. Era más fácil cometer pequeñas estafas o las timbas trucadas. Aún así, el botón era importante. El problema era que no había nadie que quisiera presentar denuncia ante los juzgados. Algunas damas por razones obvias; algunos caballeros porque preferían ocultar el desfalco que reconocer su condición de primos.

El comisario desvela la verdad

Fernández-Luna habló de nuevo con «Fantomas». Sentía cierta admiración por el ladrón. No podía llegar a más pues nadie quería presentar denuncias. Sólo le caería alguna multa por el asunto de la timba ilegal. Había muchas más, pero sin nadie que quisiera denunciar.

-Eddy. Las patrañas del uniforme con el que se vestía para sus robos y el asunto de la calavera no se las creen más que los lectores de folletines. Le voy a contar cómo actuaba. Usted nunca se alojaba solo. O bien con Leonor o con algún asistente. Su acompañante actuaría de vigilante. Usted acostumbraba a levantarse tarde, alternar durante el día y a salir hasta tarde. Nadie se sorprendería si le viese a altas horas de la madrugada por los pasillos del hotel. Entre usted y su acompañante podrían controlar los movimientos de los huéspedes y, seguro, sabría quienes portaban las mejores joyas en los actos en los que coincidían. Jamás trepó por las fachadas de ningún hotel.

-Vaya, menos mal. Al menos no piensa que soy un estúpido.

-Naturalmente que no, señor Arcos. Es mucho más fácil entrar por la puerta. A usted le benefician dos cosas. Que el público prefiere un ladrón que escale y vista de negro y que los dueños de los hoteles saben que, si entra por las ventanas, no es su culpa. Siempre podrán achacarlo a la imprudencia de los huéspedes de dejarlas abiertas. Sabida la habitación que querían robar, averiguarían a qué hora se acostaban los huéspedes. Entonces podría abrir la cerradura sin hacer ruido. Lo he probado con sus artilugios. Muy ingeniosos, la verdad. Formaran parte de mi «Museo». Entonces entraría en la habitación. Antes habría estado al menos una hora en completa oscuridad, posiblemente dentro de un armario, para acostumbrar los ojos a la oscuridad. Ahí tiene su gran ventaja, no en la manera de vestir. Una vez dentro robaría lo que quisiera. Si alguien se despertara, no enciendía la luz, eso es en las novelas. Casi siempre se volvía a dormir. Y en caso de pillarle infraganti, tenía segundos de sobra para huir sin ser visto. Seguro que su compinche estaría atento por si tenía que producir un cortocircuito. A lo mejor, en el robo de algún collar de perlas, se las habrá tragado. Conozco algún caso.

-Muy bien, comisario. La historia es muy interesante. Pero lo siento, no tiene ninguna prueba.

-Lo sé, señor Arcos. Sólo quería saber que le conozco mejor que nadie, incluida su amada Leonor. Es listo, hábil, tiene don de gentes. Y desde luego que seguirá haciendo de las suyas. Pero le pido una cosa.

-Usted dirá.

-Ni se le ocurra volver a actuar en España. No tendré tanta consideración. Sepa que pienso que la mejor forma de combatir la delincuencia es evitarla. Y para ello no dudaré en emplear todos mis medios y conocimientos. Y le aseguro que son muchos.

El comisario pensó que había cumplido su misión. Pero también que «Fantomas» no estaría mucho tiempo fuera de servicio. Le tenía cierta simpatía, pero no lo quería en su territorio.

Eduardo Arcos pasó casi un año en la cárcel. De ahí se sabe que se fue con Leonor y su hijo a Nueva York. Llegaron a viajar con pasaporte diplomático un tiempo. Al poco, «Fantomas» abandonó a su amada Leonor y a su hijo. No se supo nada de él hasta la Segunda Guerra Mundial. Se cuenta que volvió a Madrid y, ayudado por Leonor, robó de la caja fuerte de la embajada alemana documentos sobre los espías alemanes en España y en algunos otros países.