La amarga verdad del Ejército de la II República: «No hay tanques ni ametralladoras»
En 1934, Diego Hidalgo Durán ofreció una entrevista a ‘Blanco y Negro’ en la que desveló el pésimo estado de las fuerzas armadas del país

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Diego Hidalgo Durán, de pequeño bigotillo hundido entre los mofletes y gafas redondas a la moda de la época, es todavía uno de los personajes más desconocidos de nuestra historia patria. Y no porque su tarea careciese de importancia durante la Segunda República , pues ocupó la poltrona de ministro de Guerra y tuvo que hacer frente a la Revolución de Asturias de 1934.
Más bien ha pasado de puntillas por los libros debido al escaso tiempo que se mantuvo en el cargo –apenas una decena de meses, entre el 23 de enero y el 16 de noviembre de 1934– y a que cometió el gran error de confiar en Francisco Franco, al que calificó como uno de los generales que más lealtad profesaban a la Segunda República.
Más allá de que nadie está exento de cometer errores, la realidad es que Hidalgo Durán se enfrentó a una tarea tan ardua como peligrosa: paliar la tensión que las reformas de Manuel Azaña habían provocado entre el Ejército y la Segunda República. Como parte del Partido Republicano Radical de Lerroux, el político se convirtió en un ‘contrarreformista’ que se basó en pequeños gestos que le acercaran hacia el estamento castrense. Algunos tan sencillos y efectivos como aumentar los ascensos, mejorar el armamento de la tropa o –entre otros tantos– formar unidades que defendieran los territorios de Ifni. Su máxima era demostrar que el nuevo Gobierno estaba con los militares.
Sabedor de la revolución que suponía su llegada al Palacio de Buenavista, sede del ministerio, el periodista de ‘Blanco y Negro’ Carlos Sáenz solicitó una entrevista con Hidalgo. Esta le fue concedida en mayo de 1934, apenas cuatro meses después de que asumiera sus nuevas tareas. «No es un hombre muy propenso a la interviú, aunque al final ha accedido», explicaba el autor. Es posible que se arrepintiera ya que, desde el primer momento, el reportero le interrogó sobre las controvertidas medidas tomadas por Azaña: «El señor Azaña hizo unas reformas profundas, tan profundas, que resultará muy difícil ponerlas en práctica en toda su amplitud. Y sea por esto, o sea porque más que responder a una táctica militar, respondían en el fondo a una línea de conducta política, el resultado no fue eficaz».
Hidalgo, que solía definirse como «un soñador» cuyas aficiones derivaban hacia «otras disciplinas bien alejadas de lo que a la milicia se refiere», representó a la perfección el papel de político. Aunque admitió no contar con conocimientos «técnicos, teóricos ni prácticos» del mundo castrense, se definió como un hombre de la calle que veneraba a las fuerzas armadas y que solo deseaba traer la eficiencia al Ejército. A lo largo del encuentro, además, cargó de forma sucinta contra Azaña y arguyó que el famoso político no había hecho más que acrecentar las divisiones internas entre mandos y tropa. Su arte fue no cargar contra él de bruces, sino demostrando con datos que sus modificaciones no habían servido para nada.
Y vaya por delante el ejemplo de la respuesta que dio a Sáenz cuando este le interrogó acerca de la escasez de material de las fuerzas armadas de la Segunda República: «Creo que nuestro Ejército necesita renovar su armamento y adquirir el material moderno de que hoy carece, pero no puedo predecir el tiempo que hemos de seguir en esta situación». Tras insistir en que había solicitado a las Cortes el dinero necesario para esta tarea, insistió en que disponían de «regimientos de autoametralladoras sin autoametralladoras» y «regimientos de carros de combate sin carros de combate». Algo que le parecía risible y que
—¿A cuánto estima usted que ascenderá el sacrificio económico que impondrá a la nación el cumplimiento de esa obligación?
—Es difícil contestar la pregunta. Depende ello tanto de la estimación de la necesidad del sacrificio, como de la estimación de la capacidad económica del país, que es el llamado a sufrirlo.
—¿Cuál cree usted, entonces, que debe ser la política militar que debe seguir España en los momentos actuales?
—La política militar ha de estar necesariamente influida por la idea pacifista que emana de la Constitución de la República. España no puede iniciar una política imperialista, sino limitar su actuación a la defensa de nuestro territorio y de nuestra neutralidad en caso de guerra, artillando nuestras Bases Navales, a disponer en Marruecos de la fuerza militar necesaria para cumplir nuestros deberes internacionales y a educar e instruir las reservas para que, en caso preciso, pueda ponerse la nación en armas. La limitación de nuestros recursos financieros obliga a suprimir absolutamente los servicios innecesarios, no dejando subsistentes más que aquellos que se estimen imprescindibles para los fines que el Ejército debe cumplir, pero estos servicios deben estar perfectamente dotados, haciendo así compatibles la eficiencia con la economía.
—¿Las reformas militares introducidas por el señor Azaña resultan prácticas o, por el contrario, no han sido más que unas reformas para la galería?
—No soy yo el llamado a juzgar la obra del señor Azaña al frente del Ministerio de la Guerra, ni es fácil emitir juicio sobre las mismas, en la forma ligera con que suele criticarse en nuestro país la labor de los gobernantes. El señor Azaña tuvo aciertos y tuvo errores. Estos han de estimularme, no precisamente a hacerlos resaltar o a ponerlos de manifiesto, sino a sacar enseñanzas y a procurar remediarlos.
—¿Considera usted que los altos organismos militares: Inspecciones Generales del Ejército, Consejo Superior de Guerra y Estado Mayor Central, muy principalmente, llenan a satisfacción el cometido para que fueron creados, o encuentra usted que se camina lentamente en la solución de algunos problemas que, como organización del servicio de Estado Mayor, Cuerpo de tren, reclutamiento de la oficialidad y otros, están planteados desde hace tres años sin que se manifieste siquiera un esbozo de la orientación que va a seguirse?
—Los altos organismos militares a que usted se refiere son susceptibles de perfección. A eso se va. Pero se va a ello con prisa, no con precipitación temeraria. Las Inspecciones generales las creo útiles y prácticas y hasta ahora, estimo que puedan modificarse en su forma, pero no sustancialmente. El Consejo Superior de Guerra también llena una misión y si se modifica será para darle más autoridad, ampliando su base. El Estado Mayor Central, está en completa reorganización por la ley recientemente aprobada. Es cierto, en efecto, que este organismo se mueve con lentitud y mi propósito es acelerar y dar mayor flexibilidad a su actuación, pero no olviden los profanos que la misión del Estado Mayor Central es de estudio de problemas profundos y jamás, por mucho que se acelere su marcha, podrá compararse ésta a la de otros organismos que desarrollan funciones adjetivas, que no requieren tanta meditación.
—¿Cree usted que ha de pasar mucho tiempo antes de que nuestras divisiones estén dotadas del armamento y material que les corresponde y del que hoy carecen?
—Creo que nuestro Ejército necesita renovar su armamento y adquirir el material moderno de que hoy carece, pero no puedo predecir el tiempo que hemos de seguir en esta situación. Ello, no depende sólo de mi voluntad, ni siquiera de la voluntad del Gobierno, sino de las Cortes. Lo que sí puedo decirle es que, yo pediré a las Cortes lo necesario para que no sigamos teniendo Regimientos de Carros de Combate, sin carros de combate. Regimientos de Áutoametralladoras sin autoametralladoras, y si las Cortes estiman que no hay dinero para dotar de material a esas unidades, a mí no me quedan más que dos caminos: o suprimirlas, o por lo. menos, cambiarlas de nombre, para no seguir haciendo creer al país en la existencia de unos carros y de unas ametralladoras que no existen más que en el rótulo de los Regimientos.
—¿A cuánto estima usted que ascenderá el sacrificio económico que impondrá a la nación el cumplimiento de esa obligación?
—Es difícil contestar la pregunta. Depende ello tanto de la estimación de la necesidad del sacrificio, como de la estimación de la capacidad económica del país, que es el llamado a sufrirlo.
—¿Cree usted que el ejército siente hoy esa ‘interior satisfacción’ que le es tan necesaria para cumplir su misión, o se limita a sufrir resignadamente su suerte anteponiendo a todo la disciplina que está obligado a guardar?
—La ‘interior satisfacción’, frase feliz de las ordenanzas militares, tiene grados. Puede deprimirse y elevarse y, por muy elevada que sea, puede superarse siempre, y esa es la misión más específica del gobernante. La ‘interior satisfacción’ no se crea adulando y privilegiando a los militares, sino haciéndoles justicia, velando por sus intereses morales y materiales, defendiendo sus derechos, haciéndoles cumplir sus deberes, manteniendo la disciplina estricta en los de arriba como en los de abajo y elevando la moral para que el ejército tenga siempre un ideal.
Como español, me siento orgulloso al ver que cuando la ‘interior satisfacción’ desciende en nuestro ejército, el descenso no obedece a cuestiones materiales, sino a algo más elevado, a la parte espiritual. Las quejas que han llegado a mí nunca han tenido por causa los haberes, harto menguados, sino el dolor que produce la vejación o la injusticia. Y esto, tan doloroso, es a la vez consolador, porque revela que el ejército no ha perdido su espiritualidad. Habiéndola se llega siempre a buen fin. Y si el ‘mando’ tiene esperanza, esperanza también deben tener los que al abrazar la carrera de las armas hicieron dejación de una parte de su libertad de ciudadanos, en holocausto de la patria que les hacía el honor de entregarles las armas con que defenderla.
El militar, por lo tanto, si ha pasado por momentos de dolor, ha sabido sufrirlo, y tiene hoy fe en que la República, firme y bien cimentada, ha de velar para que su moral se eleve, su retribución se acomode a sus necesidades, sus derechos se respeten y su dignidad no se lastime. Esta política traerá como seguro resultado la identificación completa de los militares, con el espíritu de las nuevas instituciones.
—¿Considera usted que la remuneración actual del Generalato y Cuerpos de Oficiales y Suboficiales es la adecuada, o piensa ocuparse de ese problema atendiendo a los defectos que hoy ofrecen las escalas retributivas de ese personal, dando lugar frecuentemente a que algunos perciban sueldos bastante inferiores a los de sus subordinados?
—El enunciado de la pregunta constituye una preocupación constante del Gobierno, que ha de poner todos sus afanes en que este problema se resuelva, y se resuelva pronto. La dificultad, con ser grande, por la exigua capacidad económica del país, ha de vencerse y los proyectos legislativos no han de tardar sino días en aparecer, bien meditados y estudiados, comenzando, como es natural, de abajo a arriba y con la seguridad, más que con la esperanza, de que han de ser bien acogidos por la opinión y aprobados por las Cortes. El ministro de la Guerra ha subordinado esta vez, y procurará hacerlo siempre, la urgencia a la seguridad, estimando que los mismos que se benefician son los llamados a apreciar por su calidad de técnicos la enorme complejidad de estas cuestiones y la conveniencia de que las preceda un meditado estudio.
—¿Cuál cree usted que es el problema más urgente de resolver de todos los que encuentra en su departamento?
—Para que haya Ejército son precisos tres elementos: moral, armamento y equipo. Los problemas que se deducen del contenido de esas palabras son todos fundamentales y heterogéneos. Pero el primero, la moral, abarca una serie de facetas múltiples, alguna de las cuales es necesario inmediata y radicalmente resolver. Me refiero a la actuación de los militares en las luchas políticas o sociales del país. Este, que es el más urgente de todos los problemas planteados, va a intentar ser resuelto con una disposición gubernamental. Pero las disposiciones del Gobierno sólo tienen verdadera eficacia cuando la opinión pública les presta asistencia. Yo tengo la esperanza de que ésta no le faltará y de que todos los elementos civiles y los elementos militares han de acogerla con satisfacción y han de acatarla con presteza. A ella me remito, a plazo bien corto. Y como los temas se sucederían, porque son múltiples, permítame que ponga punto final, sin abordar el más profundo, el que de raíz puede variar el sistema y cambiar totalmente la forma y el fondo de la Institución Militar, ya que el momento es más propicio para seguir estudiándolo hasta darle cima, que para lanzarlo, todavía en mantillas, a la publicidad.