La ONU ha declarado 2010 como Año de la Biodiversidad. Y este año además debe decidirse de qué manera el mundo está dispuesto a luchar para detener la pérdida de diversidad biológica en el planeta, toda vez que los objetivos establecidos hasta ahora han fracasado.

El Consejo Europeo de Primavera debería adoptar la meta para la UE, para lo que la Comisión ha propuesto cuatro opciones. Así, los Veintisiete pueden optar por reducir de forma significativa la pérdida de biodiversidad o bien sólo detenerla; y también sumar a esto la restauración de lo dañado y la ayuda a la prevención a escala mundial. Para dar los primeros pasos hacia este acuerdo el director general de Medio Ambiente de la Comisión Europea, Karl Falkenberg, estuvo hace unos días en Madrid participando en la Conferencia Europea «Meta y visión post 2010».

—La meta de 2010 ha sido un fracaso. ¿Cuáles tienen que ser los elementos de una nueva estrategia europea de biodiversidad?

—Lo más importante es que tenemos que entender por qué esa meta fue un fracaso. Todos los informes apuntan a que la razón está en que sólo fijamos el objetivo, pero no pusimos sobre la mesa al mismo tiempo las medidas que podían llevarnos a cumplirlo. Ahora, con la lección aprendida, debemos concretar medidas, tenemos que hablar sobre el agua, los suelos, lo que ayuda a mantener los bosques y conservar la biodiversidad en general, las condiciones para que la biodiversidad siga ahí. Las áreas protegidas por sí solas no son suficientes. Tenemos que asegurarnos de que todas las políticas se tengan en cuenta. Sólo así tendremos una mayor posibilidad de lograr la nueva meta, si no, dentro de diez años estaremos hablando de nuevo de que hemos fracasado.

—La Comisión Europea ha planteado cuatro opciones para una nueva meta. ¿Cuál cree que es más probable que salga?

—Creo que todas las personas motivadas ambientalmente quieren la opción más ambiciosa, pero tenemos que ser realistas, pues tenemos que discutir con 27 miembros de diferentes niveles de desarrollo y capacidad económica y financiera para ver cuál es el camino que podemos alcanzar todos juntos. Y es por eso por lo que hemos puesto cuatro opciones, pero la Comisión Europea está lógicamente a favor de la más ambiciosa. Y espero que ese sea el consenso que salga de la discusión en el seno de la UE.

—¿Ayudaría a lograr esa meta si se pusiera precio al patrimonio natural y a sus beneficios?

—Sí, necesitamos asegurar que aquellos recursos ecológicos que ahora tenemos son valorados y ponerles precio. Tenemos que encontrar formas, por ejemplo, de valorar los humedales. Hasta el momento tienen poco valor económico y una región o un país que los transforman en tierra arable consiguen un beneficio pero a costa de un alto precio ambiental. Este precio ambiental no está cuantificado, no existe. Y, por lo tanto, encontramos que los actores privados y también los gobiernos van en contra del medio ambiente. Así que necesitamos encontrar formas de recompensar a esos países que hacen bien las cosas y que tienen en cuenta esa ext ernalización de costes ambientales.

—¿Qué cantidad de recursos financieros son necesarios para detener la pérdida de biodiversidad?

—Probablemente significativamente menos de lo que se ha calculado para el cambio climático y tenemos claro que el coste de no actuar será dramáticamente mayor de lo que debemos hacer ahora, que es tomar medidas. Claro que éstas tienen un precio, pero serán más efectivas en relación a su coste que si no lo hacemos. Dicho esto, deberíamos evitar entrar en el debate financiero. Uno de los mayores problemas de la negociación del cambio climático fue la lucha por el dinero. No deberíamos repetir el error de crear una guerra por el dinero para la biodiversidad porque lo que tenemos que hacer es buscar soluciones.

—¿Es la cumbre de octubre en Nagoya (Japón) la última oportunidad para una alianza global por la diversidad biológica? ¿Qué hoja de ruta debe salir de esa cita?

—Yo no creo en las últimas oportunidades, pienso que va a ser una reunión importante, espero que tomemos las decisiones adecuadas, pero si miramos en el nivel global tenemos que fijarnos en pasos o fases de implementación. Es muy difícil tomar decisiones dramáticas dentro de un país, más en la UE y a nivel global aún más. Tenemos que ser realistas y empezar a movernos en la dirección adecuada, eso es más importante que intentar alcanzar la perfección.

—¿Es posible alcanzar un régimen vinculante sobre biodiversidad al estilo del protocolo de Kioto?

—Espero, pero después de la experiencia de la cita de Copenhague no estoy convencido de que los países en desarrollo estén por el momento preparados para un acuerdo internacional vinculante. Muchos de ellos temen que suponga una limitación a su crecimiento económico. Lo perciben así. Creen que para combatir la pobreza necesitan crecer. Pero si no crecen sosteniblemente estarán causando más problemas a largo plazo para ellos mismos, por eso tenemos que convencerles.

—Pero en principio ese régimen serviría para que los países en desarrollo se beneficien de los recursos genéticos de su territorio y no sólo las compañías farmacéuticas o de cosméticos extranjeras, por ejemplo.

—Algunos elementos pueden ser beneficiosos, pero nunca vamos a encontrar una solución internacional que sólo beneficie a una parte. Las soluciones internacionales suponen ventajas para los países en desarrollo, pero también para los desarrollados.

—Viendo lo que ocurrió en Copenhague, ¿la UE tomará el liderazgo en la negociación sobre biodiversidad en Japón?

—Pienso que volveremos a tomar ese rol, pero la primera condición para eso es que acordemos rápido un acuerdo y una meta europea. Si podemos hacer esto bajo presidencia española en el Consejo Europeo de Primavera estaremos en una buena posición para tomar la senda del liderazgo, pero sí empezamos a enfrentarnos unos con otros será más difícil.

—En la era de la globalización, ¿cree que los ciudadanos europeos se preocupan por la pérdida de biodiversidad?

—Los europeos aprecian un medio ambiente saludable, les gusta. El problema está en el concepto elegido, que ahora hay que saber transmitirles. La palabra biodiversidad no llega a todo el mundo.