«No Impact Man», el superhéroe ecológico

Ni tele, ni ascensor, ni pañales desechables. Colin, su mujer Michelle y su hija Isabelle ahorraron energía y dinero durante el año que pasaron sin dejar huella en el medio ambiente.
Colin Beavan y su familia vivieron durante un año sin dejar huella en el medio ambiente

Colin Beavan recuerda el 2006 con cariño: «Revertimos la prediabetes de mi esposa, adelgacé doce kilos y fui mejor padre». Comer un montón de fruta y verdura, subir por las escaleras y apagar el televisor las 24 horas les ayudó.

Colin, su esposa Michelle, su hija Isabelle y su mascota Frankie vivieron durante un año de manera sostenible (y sin parecer ermitaños). Ahorrar energía, no generar basura, viajar sin emitir dióxido de carbono, consumir productos locales y orgánicos, compensar los posibles daños originados por su existencia.... Lo intentaron todo (y lo consiguieron casi).

Patines y fondo de armario

«Cuando dije que sí a este asunto, a caballo entre Woody Allen y Walden, no había reparado en nuestra situación: un bebé, un perro y un apartamento de un dormitorio en un noveno piso de Manhattan», escribía Michelle en el blog www.noimpactman.com. Nada de electricidad. Nada de compras. Nada de pedir comida a domicilio.

«No impact man» fue el nombre de guerra que Colin eligió como álter ego. El documental que inspiraron podrá verse mañana en La Casa Encendida (C/Ronda Valencia, 2, Madrid), dentro del ciclo «¡Despierta! El planeta te necesita», puesto en marcha por la Obra Social Caja Madrid.

«Iba a la oficina en patines y mi armario se convirtió en la única boutique que frecuentaba. Aunque lo peor fue renunciar a las tazas de café que cada mañana echaban a andar mi cerebro», relataba la periodista económica. Su editor jefe la recuerda «fresca como una rosa», pese a que muchos de sus compañeros dejaron de estrechar su mano por desconfianza hacia su higiene, confesaba divertida.

Al tiempo que desaparecían los cosméticos y el papel higiénico, aparecían los productos elaborados a partir de bicarbonato y vinagre, como el champú y la pasta de dientes. La bañera volvió a usarse de lavadora. Y los gastos de los Beavan se redujeron a la mitad.

Reciclar es insuficiente

«Mientras la gente crea que con cambiar la bombilla y reciclar las botellas ya combate el cambio climático, ningún político recogerá el testigo. No hay energía limpia ni política ecológica que barra tanto impacto medioambiental si no empezamos a minimizar en todo lo posible nuestra huella», aseguraba Colin en su libro.

Para compensar esa huella, el escritor y su familia donaron dinero para replantar árboles, trabajaron en programas de recuperación del entorno urbano y cooperaron con centros de conservación de aves. Sin embargo, al tiempo que ésta se reducía, aumentaba el cabreo de las suegras. Los Beavan estuvieron un año sin visitar a sus más allegados, cada uno de ellos localizado en un estado diferente.

Colin, Michelle, Isabelle y Frankie pasaron sus vacaciones en una granja local. Y eso que a la pequeña no le gusta la naturaleza. Al menos, esa frase le soltaba a su madre cuando observaba cómo los gusanos traídos por su padre a casa compostaban los residuos orgánicos producidos por los cuatro.

Cierta laxitud

Los Beavan aceptaban regalos. Así que Isabelle celebró su cumpleaños con un presente: unas bailarinas de un dólar que su abuela adquirió en una tienda de segunda mano. La yaya también le compró a su hija con las ganancias de una tarde de bingo unas botas para el frío. Y es que el invierno neoyorquino les jugó una mala pasada. Un gélido día, explicaban avergonzados, entraron en un restaurante para calentarse -no querían coger un taxi-, y terminaron cenando dentro.

El experimento de superación personal y sensibilización social, resultó, además, una visionaria operación comercial. Un libro (publicado en papel reciclado) y una película (de la que los productores aseguraron que el impacto ambiental fue mínimo) vieron la luz en 2009.