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SANTIAGO CASTELO Don Juan, el quinto hijo No siempre los nacimientos en el seno de la Familia Real han tenido un eco y un desbordamiento mediático como ahora. Por sólo centrarnos en el último siglo y en los tres eslabones más recientes de la Dinastía podemos decir que el cambio ha sido —como el de la propia cibernética— absoluto y radical. Y eso que Don Juan de Borbón, bisabuelo de la nueva criatura, nació en plena Monarquía alfonsina reinante en un año —1913— en que su padre, el Rey Don Alfonso XIII, gozaba de una devoción popular generalizada. Pero era el quinto hijo de los Reyes, después de dos varones y dos hembras, y nadie pensaba en aquellos momentos que sobre aquel Infante, que pesó cuatro kilos al nacer, iba a recaer, andando el tiempo —y sólo veinte años más tarde—, la altísima responsabilidad de convertirse en Príncipe de Asturias por la renuncia formal de sus hermanos mayores. La crónica del nacimiento de Don Juan se publicó, como noticia de alcance, en ABC el mismo día 20 de junio de 1913. La firmaba Gregorio Corrochano. Se dio a dos columnas, con un antetítulo que rezaba: «La Corte en La Granja» y un título de lo más telegráfico: «Nacimiento de un Infante». Según esa crónica, a la una y veinte de la madrugada el Rey salió de la estancia real, en La Granja de San Ildefonso, y dijo, radiante de júbilo, a los palatinos, que aguardaban con ansiedad en la antecámara: «Señores, ¡es un varón!». Y continúa Corrochano: «La noticia siguió por sus trámites hasta los ciclistas encargados de comunicarla a la batería que a las dos y veinte comenzaba a hacer las 21 salvas de ordenanza». Agrega el redactor un detalle más: «Un farol rojo en la fachada principal de Palacio anunciaba también el fausto suceso». El día de San Juan —y en el mismo Palacio de La Granja de San Ildefonso— se celebró el bautizo. Asombra ver que en una sola página de ABC, eso sí maciza de texto, está toda la ceremonia contada con un lujo de nombres y detalles asombroso. Una ceremonia, solemne y sencilla, para el quinto hijo de Don Alfonso XIII y Doña Victoria Eugenia que encarnaría de derecho la Monarquía española de 1941 a 1977 con el nombre de Juan III y gracias a cuya generosidad y sacrificio pudo reconducirse la Historia en la persona de su hijo y heredero. El nacimiento de Don Juan Carlos se produjo en circunstancias muy amargas. España se desangraba —enero de 1938— en medio de una espantosa guerra civil y la Familia Real vivía exiliada en Roma. Don Juan y Doña María ocupaban un piso modesto en Viale Parioli, cerca de la plaza Ungheria. «Una casa simple, escueta —sobriedad de españoles fuera de España—» escribió César González-Ruano, corresponsal de ABC, edición de Sevilla. El ABC de Madrid seguía requisado por el Gobierno de la República. Gracias al ABC sevillano —que se atrevió, incluso a sacar portada (ni la guerra —días terribles de la batalla de Teruel— ni las nuevas autoridades militares estaban para dar noticias de la Dinastía exiliada)— pudieron enterarse los españoles del nacimiento del heredero del Príncipe de Asturias. Al día siguiente de su natalicio apareció un suelto en página impar. «La clara simpatía, la bondad, la inteligencia de Don Juan de Borbón se animaron esta mañana, hablándome de un nuevo Juan, nacido en Roma», escribe Ruano. Con motivo del bautizo de Don Juan Carlos, ABC de Sevilla, el 23 de enero, da una fotografía en portada, bellísima, de Doña María, anunciando la ceremonia que se iba a celebrar en Roma. «Apadrinarán al augusto niño —dice ABC— su abuela paterna Doña Victoria Eugenia de Battenberg, y su abuelo materno, Don Carlos de Borbón, imponiéndosele los nombre de Juan Carlos». La crónica del bautizo, firmada por González-Ruano no aparecerá hasta el 2 de febrero, en la página 11. Ocupa casi toda la página, pero va titulada a una columna escuetamente: «Bautizo de Su Alteza Real Don Juan Alfonso Carlos» (sic). Y cuenta Ruano: «...La capilla era pequeña y todo tenía un aire suave de oro puesto al servicio de la vieja cortesía. Daban las ventanas del largo pasillo en que estábamos, por no caber en la capilla, a un patio grande y melancólico. De frente la Cruz de la Orden en una labra heráldica que coronaba una fuente de aquellas que amaba cuando guardia noble del Papa, el marqués de Bradomín. Había entrado ya la Reina de Italia. Y damas y caballeros, con no pocos reverendos, misioneros, postuladores de San Juan, profesores de la Universidad gregoriana, etcétera, junto a una lucida representación diplomática saludaban a Don Alfonso y Doña Victoria, la madrina; Don Juan, que recibía por doquier enhorabuena y vaticinios, el Infante Don Jaime, padrino por representación de Don Carlos, padre de la Princesa, y las Infantas Doña Beatriz y Doña Cristina. Sencilla y breve fue la ceremonia que llevó a cabo el cardenal Paccelli y de allí fuimos al Gran Hotel donde en una intimidad que reñía involuntariamente con la importancia de los asistentes continuó la fiesta hasta cerca de las dos de la tarde.» Hay de esa época una fotografía emotiva. Don Juan sentado ante la cuna contempla sonriente y feliz a Don Juan Carlos dormido. Pero esa foto no pudo publicarse. Ya empezaban —y estamos en 1938— los ninguneos a Don Juan. Sí se publicó una de Doña María con Don Juan Carlos en brazos y una vista general del bautizo, donde no se identifica a nadie, pero en la que se ve a la izquierda al Rey Alfonso XIII, a Don Juan de espaldas, a la Reina Victoria con Don Juan Carlos en brazos y detrás al cardenal Paccelli (futuro Pío XII) conversando con el Infante Don Jaime. Era el 10 de febrero de 1938. Don Felipe, el florecer de la esperanza Y llegamos a Don Felipe, actual Príncipe de Asturias. En mis largos años de cronista de la Familia Real, con tantos y tantos actos vividos en su entorno, nunca he visto más feliz al Rey Don Juan Carlos que aquel mes de enero de 1968. El nacimiento de un hijo varón le llenó de una alegría desbordante, inocultable. Sus encuentros con familiares, amigos, con los propios periodistas en la madrileña clínica de Loreto, mostraban a un hombre radiante, pletórico, ocurrente. «A la tercera va la vencida...», exclamaba y sonreía orgulloso por la varonía del heredero. Fueron unos días inolvidables. Aún Don Juan Carlos no era Príncipe de España. Era el Príncipe de Asturias de los monárquicos, con una situación tan delicada como incómoda. Representaba a su padre, el Rey en el exilio, sorteando con discreción y silencios los odios que Don Juan generaba en los ambientes oficiales del Régimen dirigidos por una Prensa falangista ferozmente antimonárquica. ABC se fajó en lo lindo en aquel natalicio. Arriesgó al máximo frente a la censura. Con una foto de Don Juan Carlos y Doña Sofía en portada tituló el 31 de enero: «Primer nieto varón del Conde de Barcelona» y se volcó en la información aquel día y los siguientes. Doña Sofía había ingresado en la habitación 604 de la clínica de Loreto a las ocho y cuarto de la mañana. Le acompañaban Don Juan Carlos, su madre la Reina Federica y su hermana la Princesa Irene. El parto fue entre doce y una menos cuarto. Rápido y normal. Asistió a Doña Sofía el doctor Mendizábal a quien acompañaban los doctores Olmedo —que era su ayudante— e Iraola, la matrona doña Elvira Morera, la enfermera doña Pilar Carrascal y la religiosa Sor Asunción. El niño medía cincuenta y cinco centímetros y pesaba cuatro kilos y trescientos gramos. La noticia la difundió una enfermera por los pasillos: «¡Es precioso! Rubio y con los ojos azules». Inmediatamente empezaron a sonar los teléfonos y a organizarse los grupos monárquicos. Mientras, Don Juan Carlos, radiante, daba la noticia a sus padres que estaban en Miami. Luego se marchó con su suegra, la Reina Federica, a almorzar con los Duques de Alba, en el palacio de Liria. Desde allí llamó por teléfono a su abuela, la Reina Victoria Eugenia, viuda de Alfonso XIII, que se hallaba en Mónaco. De todo hubo Pero Don Juan volvió a Madrid. Jaime Miralles y Julita Sangro, en cuya casa de la calle Ponzano se hacían las reuniones clandestinas de «Unión Española», organizaron una expedición improvisada hacia los alrededores de Valmojado. Allí, bajo las estrellas frías del invierno toledano y sobre la vieja carretera que llevaba a Extremadura, un grupo de españoles esperamos la llegada de los Condes de Barcelona. Aún recuerdo la emoción de Don Juan, en medio de la soledad del campo, iluminado débilmente por los faros de los coches, agradeciendo con sus manos el grito unánime y fervoroso de aquel «¡Viva el Rey!» inesperado. Don Juan, que apenas venía con escolta a España, entró en Madrid rodeado de automóviles con banderas nacionales, algarabía de claxons y millares de octavillas con su imagen mientras la policía, desconcertada y atónita, no sabía qué hacer y optó por no hacer nada... Al día siguiente volvió del exilio la Reina Victoria Eugenia. Resultó tan impresionante el recibimiento en Barajas que el hecho fue detectado tanto dentro de España, nerviosamente, como, expectantes, por las cancillerías extranjeras. Era la primera vez que se veía en Madrid —en casi cuarenta años— tan rotunda afirmación monárquica. Allí, entre los miles de personas que abarrotaban el aeropuerto, la Reina hizo la reverencia a Don Juan en presencia de un Don Juan Carlos emocionado y satisfecho. Tres generaciones de la Familia Real al encuentro con su pueblo y con un niño —cuarta generación— que aseguraba la Dinastía. «No nos han olvidado», susurraba la anciana Reina. «No nos han olvidado». Aquellas pancartas con vítores al Rey en los puentes de la autopista de Barajas, que la policía en un principio no se atrevió a retirar, habían sido confeccionadas en casa de Jaime Miralles con sábanas que habíamos llevado de nuestras casas en una inolvidable noche de clandestinidades... Luego, el besamanos del pueblo madrileño a la Reina Victoria, interminable y emocionante, en el palacio de Liria, donde se alojaba; los paseos de Don Juan por Madrid... Todo era tan increíble y tan exacto. Y, sin embargo, estaba ahí... Se palpaba. Había una sensación aleteante y extraña. Algo estaba cambiando y de qué manera. Era como un pulso en el aire donde no se veían las fuerzas, pero cortaba el aliento. El bautizo se celebró. Don Juan Carlos y Doña Sofía estaban orgullosos. Se hicieron una fotografía en color con las Infantas niñas y el recién nacido en brazos de su madre con la que obsequiaron a los leales días más tarde. No era una foto más ni había sido un bautizo más. El nacimiento de Don Felipe, aquel enero de 1968, supuso un antes y un después en la historia de la Dinastía que es lo mismo que decir en la historia de España. Un año más tarde, Don Juan Carlos sería nombrado sucesor a título de Rey. Lo demás es bien sabido. |
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