Bolsas de plástico, envoltorios de comida, latas de refresco, botellas de cristal y de plástico, vasos, platos y todo tipo de cubiertos... No estamos describiendo los productos y utensilios que podemos encontrar en una cocina, sino los que en mayor cantidad se encuentran en nuestros mares como visitantes indeseables. Restos de todos ellos, y también de cigarrillos, están en el desgraciado «top ten» de los artículos que casi 500.000 voluntarios encontraron en zonas de litoral de 108 países en un solo día de 2009. Una iniciativa que la organización americana «Ocean Conservancy» lleva a cabo anualmente para llamar la atención sobre la situación en la que se encuentran nuestros océanos. En total, durante el tercer sábado de septiembre del año pasado los voluntarios recogieron más de diez millones de piezas de desechos, que pesaban unas 3.400 toneladas. Si, como se calcula, el 70 por ciento de la basura se encuentra en los fondos marinos, el 15 por ciento está en suspensión y sólo se percibe otro 15 por ciento en las costas, nuestros mares son un caldo de inmundicia.
Los números aportados gracias al trabajo de los voluntarios de «Ocean Conservancy» son de las pocas cifras reales de basura marina que existen, el resto son estimaciones procedentes de distintos autores y organismos, pues nuestros mares, al igual que esconden tesoros de especies animales y vegetales, muchas aún desconocidas para la ciencia, también sirven para esconder las miserias de una sociedad de consumo creciente, haciendo muy difícil el estudio de este complejo problema.
Algunos de los datos que maneja el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) dibujan un panorama desolador. Más de 13.000 piezas de desperdicios plásticos están flotando en este momento en cada kilómetro cuadrado de nuestros océanos; se estima que cada día acaban en el mar unos 8 millones de piezas de basura, de las que un 63% (5 millones) son residuos sólidos que han sido arrojados por la borda de algún buque; 100.000 tortugas y mamíferos marinos, como delfines, ballenas y focas, mueren cada año como consecuencia de los restos de plástico con los que se «topan» en la oscuridad del océano; más de 2.000 millones de toneladas de aguas residuales —un cóctel con metales pesados, fertilizantes, pesticidas y otros contaminantes— se descargan en ríos, estuarios y aguas costeras cada año...
Y así un sinfín de datos que están «ahogando» nuestros mares. Se considera que en éstos hay ya más de 200 zonas muertas, aquellas en las que el oxígeno ha caído de tal forma que la vida se hace imposible... Si a comienzos del siglo XX sólo había cuatro zonas de «mar muerto» en el mundo, a mediados de los años sesenta ya había 49, que se habían convertido en 87 en los años setenta, y en 162 en los ochenta. Desde entonces la progresión no ha decrecido. En 1995 ya había 305 burbujas inertes en las aguas cercanas a las costas en todo el mundo. En estos momentos se estima que hay 405, y que entre todas suman 245.000 kilómetros cuadrados, casi como la superficie de Nueva Zelanda.
Y es que el mar se ha convertido en un gigantesco vertedero, condición de la que no escapa ninguno de los mares del mundo, desde las regiones polares hasta el Ecuador. No obstante, en algunas regiones el problema es más acusado que en otras. Así, en el informe «Basura marina, un desafío global» que el PNUMA hizo público el año pasado con motivo del Día Mundial de los Océanos y en el que se analizaban doce regiones marinas del planeta, se apuntaba a los mares de Asia oriental como los más perjudicados. No en vano esta región es la más populosa del planeta, con 1.800 millones de personas, de los que el 60 por ciento viven en zonas costeras. El estudio también destaca que el océano Índico, los mares del sur de Asia y el mar Negro enfrentan también una situación delicada como consecuencia del aumento de la actividad pesquera e industrial y de la falta de sistemas adecuados de tratamiento de residuos.
El Mediterráneo, muy afectado
El Mediterráneo tampoco escapa a este mal, más teniendo en cuenta que se trata de un mar casi cerrado que baña zonas densamente pobladas, altamente industrializadas y con gran presencia de turismo, así como un elevado tráfico marítimo. Si en basura flotante el Mediterráneo se sitúa en sexto lugar, en cuanto a acumulación de desechos en los fondos marinos se encarama hasta un desolador primer puesto. Según datos de Greenpeace, el Mediterráneo noroccidental (esto es, las zonas cercanas a las costas de España, Francia e Italia) presenta la mayor cantidad de basura en sus fondos: 1.935 unidades por kilómetro cuadrado. Por unidades se entiende todo tipo de residuos: botellas, bidones, pelotas de golf, cubiertos y platos de plástico, termos, cascos, pedazos de tuberías, restos de boyas y redes... Y así hasta todo lo que uno pueda imaginar. «Si algo está claro es que estamos ahogando el mar en plásticos», señala Mario Rodríguez, director de Campañas de Greenpeace.
Pero los desperdicios se encuentran no solo cerca de áreas densamente pobladas sino también en lugares remotos lejos de fuentes humanas. Entran en juego los patrones de circulación oceánica, acumulándose la basura en las zonas de convergencia y dispersándose en las zonas de divergencia. Aunque en los últimos años se ha avanzado en el conocimiento de los complejos patrones de circulación oceánica, aún quedan incertidumbres, si bien hay consenso en que existen cinco giros principales en los oceános y algunos más pequeños en aguas de Alaska y la Antártida. Sin duda, el más conocido es el giro del Pacífico Norte, una corriente en vórtice que atrae y concentra como un remolino millones de toneladas de residuos plásticos en una región de 1,7 millones de kilómetros cuadrados —más o menos como tres Españas—. Se la conoce, tristemente, como la gran placa de basura del Pacífico o el «séptimo continente», situado a mitad de camino entre Hawai y Norteamérica, y con un peso que se calcula en unos 3,5 millones de toneladas. Hace unos meses le salió un serio competidor en el Atlántico Norte occidental, aproximadamente entre la latitud de Cuba y el norte de Estados Unidos, a más de 1.000 kilómetros mar adentro, más o menos con su centro en el mar de los Sargazos. Son verdaderos basureros flotantes, que dejan al descubierto las vergüenzas de una sociedad de consumo, cuyos patrones a todas luces parecen irreversibles.