
Him Huy es hoy un humilde campesino, pero durante el régimen de Pol Pot ejecutó a miles de personas en la prisión de Tuol Sleng
Bajito, pero con las manos y los brazos curtidos por las faenas del campo. Risueño. Y amante padre de sus nueve hijos, de entre 26 y 9 años y concebidos unos tras otro desde que se casó en 1981. A sus 59 años, Him Huy es el típico campesino camboyano: simpático, hospitalario e ingenuo. Pero Him Huy guarda un terrible secreto. Un oscuro pasado que conocen sus vecinos de las tres chozas de bambú junto a su casa, pero que le impide moverse por el pueblo de Khlal Chroy, a dos horas por carretera de Phnom Penh.
«Yo maté a miles de personas», confiesa a ABC avergonzado tras excusarse diciendo que «ellos me preguntaban si sólo podía matar a mil y sabía que me asesinarían si no lo hacía». Ellos son los Jemeres Rojos, para los que Him Huy «trabajó» como verdugo en la prisión de Tuol Sleng (S-21), cuyo director, Kaing Guek Eav alias «Duch», empezará a ser juzgado mañana martes en el arranque del juicio internacional contra uno de los mayores genocidios de la historia.
Junto a él, pero en siguientes sesiones, se sentarán en el banquillo cuatro gerifaltes del régimen de Pol Pot, quien falleció en la jungla en 1998 y se libró de responder ante la justicia por los crímenes contra la Humanidad cometidos en Camboya bajo su mandato.
«Trabajé en la cárcel entre 1976 y 1978 y, al principio, conducía el camión que llevaba a los prisioneros una o dos veces por semana a Choeung Ek, pero pronto me obligaron a ejecutarlos», admite Him Huy refiriéndose al «campo de la muerte» situado a 15 kilómetros de Phnom Penh donde se encontraron 8.895 cadáveres repartidos por las 86 de las 129 fosas comunes abiertas hasta ahora. «A medianoche, los llevábamos allí atados en fila y con los ojos vendados. Les engañaba diciéndoles que estuvieran tranquilos, que iban a ser liberados, pero luego les golpeaba con una azada en la nuca uno tras otro y un compañero les cortaba el cuello con un machete antes de arrojarlos a un hoyo».
En el campo había una escuadra de once verdugos: unos ejecutaban a las mujeres y otros a los niños mientras en los altavoces sonaban a todo volumen himnos revolucionarios a mayor gloria de Angkar, como se conocía en el idioma jemer a la Organización dirigida por Pol Pot. «La primera vez tenía mucho miedo, pero no me podía temblar la mano porque no me fiaba de los demás», indica Him Huy, quien reconoce que jamás ha tenido pesadillas. «Pero pienso en ello constantemente porque he arruinado mi karma», aclara antes de asegurar que «me arrepiento de haber ejecutado a tanta gente y no volvería a hacerlo, aunque me mataran».
Sostiene que él es víctima
El verdugo insiste en que él también es una víctima porque «la mayoría de los 300 guardias de la prisión fueron acusados de traición y ejecutados, así que sabía que algún día me tocaría a mí». Sus vecinos no entienden sus palabras. Sobre todo teniendo en cuenta que Him Huy, quien asegura que fue reclutado a la fuerza, acudía a su propio pueblo a detener a los sospechosos que acababan en la prisión de Tuol Sleng.
«No sabía cómo explicárselo a mi mujer, que perdió a su hermana y una cuñada, ni a mis hijos», susurra para evitar que su familia lo escuche. A pesar de su sigilo, su nombre ha aparecido en varios medios de comunicación porque acudirá como testigo de cargo al juicio contra el responsable de la cárcel S-21. El 28 de febrero de 2008, se volvió a encontrar con su antiguo jefe cuando asistió a una prueba del tribunal en el «campo de la muerte» de Choeung Ek. «Habló con confianza, sin humanidad», recuerda Him Huy, quien confía en que «se haga justicia y «Duch» se pase el resto de su vida en la cárcel».
Dependerá de su testimonio y del de otras víctimas. «Nunca podré olvidar el olor de la sangre», concluye antes de volver a su vida normal como campesino y ex verdugo.