CARTAS AL ALCALDE
Lejanías por quince euros
Hablo de atravesar, en la alta noche, la carretera de Extremadura
Serrat es Serrat

Hay un nuevo Madrid nocturno, alcalde, que tiene luces de guerra e irrealidad de grúas sonámbulas. Hablo de la noche del Madrid de las obras, que es un Madrid peleándose con sus entrañas, mientras la gente duerme o no duerme en ... sus nidos.
La cosa acaba o empieza en los jaleos de la A-5. Aquí hemos glosado alguna vez esta temporada de herida abierta, de trinchera boca arriba que viene teniendo la ciudad, en el día, pero quisiera anotar ahora que las obras, de noche, dan a Madrid un clima parado y fantasmal, un aire de sitio quieto en la excavación, un horizonte de grúas que trabajan solas y a solas, fuera del tiempo.
No hablo, obviamente, de los cuatro remiendos del centro de la ciudad, que ponen compás de ametralladora de amiantos entre un semáforo y otro.
Hablo de atravesar, en la alta noche, la carretera de Extremadura, por vertebraciones de la A-5, cumpliendo así, en rigor, el viaje a ninguna parte, mientras los camiones rumian su maniobra y otros trastos gigantes sacan o ponen en sitio su vértebra de hierro, su esqueleto insomne, su osamenta urgente.
Voy a mis faenas, alcalde, voy a los sótanos luminosos de la tele o a las grutas blancas de la radio, pero más bien parece que acudo de enviado especial a una guerra en curso, que es la guerra de la ciudad con ella misma, iluminada hacia adentro, con algo de gran estadio del desastre, con algo de sueño monstruoso con camiones sin piloto y andamiajes sin obrero.
Nos viene robando la ciudad esta ciudad desierta, este espacio de catástrofe, y se queda uno pobre de grandes salones, perdido de luces cegadoras, errante por una carretera que parece abierta entre un sueño deshabitado o un desastre clandestino.
Me gustaría detenerme un rato largo, en la alta noche demorada, y beber la soledad, propia y circundante, ante toda esta ruina pasajera, que se gusta con anchuras de apocalipsis, con horizontes de fantasmagoría, con descalabros de firmamento sin tiempo.
Muy a lo lejos se adivinan algunos edificios con la luz de clínica que tienen los edificios, a esta hora, y siento lo lejos que queda el Madrid de las copas caras, el Madrid de las citas adúlteras, el de las traiciones vivas y el del alterne perfumado, que es quizá mi Madrid, aunque no tanto.
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Las obras, de noche, traen una desolación de afueras a Madrid, alcalde, una rara tristeza de diáspora.
Se puede ir uno muy lejos, con quince euros de taxi.
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