«La zona cero es indescriptible, son escenas apocalípticas, y no sé si mis fotos hacen justicia a la sensación que uno tiene cuando está ahí. Aunque algunas parezcan pintorescas, la tragedia es mayor y se palpa a cada paso bajo el rugir de 'la mala
bestia', como los lugareños llaman al volcán. Casas que fotografiaba por la mañana habían desaparecido por completo al día siguiente bajo un sepulcro de ceniza negra. Es como una aniquilación a cámara lenta. Sé que hay quien dice que no se cree mis fotos, que están manipuladas o renderizadas en el ordenador, pero eso para mí es un halago. Porque no lo están en absoluto. En AP (Morenatti es director en España de la agencia) tenemos unas normas muy muy estrictas sobre la manipulación de imágenes y yo no me cargaría mi carrera por alterar ninguna foto. Así que, cuando alguien duda de una de mis fotos porque le impacta, es un halago. Tengo la total certeza de que nada ha sido alterado ni inventado. Se puede contrastar una imagen para destacar algo en particular, en medio de la luz tamizada por la ceniza. Pero lo que ves es lo que es».
«Además del volcán, hay otro sonido recurrente en la zona de exclusión: el llanto de las familias que presencian como sus hogares sucumben. Los flujos de lava han destruido más de mil casas. Hogares enteros, hasta la chimenea. La ceniza borra los rasgos del paisaje. 'No puedo ni reconocer mi casa', me dijo Cristina Vera llorando. 'No reconozco nada: ni las casas de mis vecinos, ni siquiera la montaña. Todo ha cambiado tanto que no sé dónde estoy». Cristina tiene unos minutos para recoger algunos enseres personales. Hay quien no ha podido llevarse ni el álbum de fotos de su hijo muerto. A algunos no les quedan ni los recuerdos».
«Un columpio para niños. Una fuente en un patio. Una bandeja de vasos abandonados ante la urgencia de la huida. Todo desaparecerá cuando una nueva ventisca de ceniza oscura brote del volcán. La sensación cuando estás ahí es muy potente. Hay imágenes que a mí me hacen llorar porque recuerdo como, estando ahí, oía que las paredes empezaban a crujir por la presión de la lava. Sabes que todo esto va a desaparecer; en cuestión de horas no habrá nada».
«Esta tierra exuberante se aproximaba hace poco a un paraíso terrenal tanto para los residentes como para los visitantes. El silencio reinaría en la zona de exclusión si no fuera por 'la bestia'. El rugido constante del volcán hace que la conversación sea casi imposible, ahoga los ladridos de los perros abandonados y de las bandadas de palomas migratorias que rodean el cielo en busca de un nido que ya no existe».
«Me impresiona la devastación, pero aún más el coraje de los palmeros. Tony –un tipo fuerte como un roble, con las manos de agricultor de toda la vida, con las que construyó su casa y la de sus hijos– me contó que ha enterrado dos veces a su padre: la primera, en el cementerio; y la segunda, ahora, cuando la lava ha sepultado el hogar donde vivía. El padre de Tony ya había perdido antes su primera casa. Fue en la anterior erupción, hace 70 años. Por eso, le decía siempre a su hijo que no invirtiera en su hogar, que el volcán se lo llevaría; que apostase mejor por la platanera. Por algún motivo creía que el volcán nunca arrasaría la tierra de cultivo. Pero lo ha hecho. Ahora, Tony resurgirá de las cenizas y volverá a montar su casa y su platanera. No tengo duda».
«Los científicos estiman que el volcán ha expulsado más de diez mil millones de metros cúbicos de ceniza. Algunas partículas son tan grandes que, cuando golpean el techo de un automóvil o las hojas de un árbol de plátano, suenan como granizo. Transitar por la zona de exclusión no es fácil. Si te despistas, un río de lava te puede dejar aislado. Hay que estar muy atento. No he tenido sensación de peligro, como en un escenario bélico, no es comparable, pero sí de estrés. Después de una jornada de trabajo llegas agotado. Es fácil imaginar lo que significa para los que trabajan allí de continuo y es su propia tierra lo que defienden».
«La frustración. Esa es la sensación que más ves en las familias que recogen sus enseres y en los pequeños productores de plátanos que han perdido su medio de vida. Tienen poca esperanza de que las compensaciones lleguen. 'Ahora está el PSOE, luego estará el PP, dicen, y nosotros seremos otras víctimas olvidadas, como tantas'. Les dicen que el volcán igual beneficia el turismo en la isla, pero ¿cómo se van a reciclar ellos? Solo quieren recuperar su campo, la vida que tenían. Jesús, de 55 años, que ha perdido su plantación, me decía destrozado: 'La lava debería haberse llevado mi casa en lugar de mi plantación. ¿Con qué me ganaré ahora la vida?'».
«En medio del apocalipsis hay momentos para que emerja lo sublime. Los colores ganan en brillo contra el nuevo fondo de ébano. Las imágenes evocan un mundo extraño... Pero hay que fijarse en los detalles. Porque el volcán, su erupción, y es el primero que veo en activo, tiene un efecto hipnótico. Tanto que intento no mirarlo para no perder la perspectiva. No fotografío el volcán; lo que me interesa es lo que hay debajo. Pero, si te descuidas, quedas fascinado por su encantamiento».
«Los residentes evacuados hacen fila en coches y camiones en el límite de la zona de exclusión, esperando permiso para hacer viajes escoltados a su casa y rescatar sus posesiones más queridas o, al menos, ver por última vez sus propiedades. Es muy triste. Pero gran parte se arreglaría con compensaciones económicas. Tiene arreglo, por eso es tan importante reclamar que se arregle. Me duele lo que veo, pero debo decir, y sé que esto puede sonar mal, que me tranquiliza pensar que el dolor solo es material. Que no estamos enterrando gente. No es una guerra. Y yo he cubierto muchas. El volcán es una 'mala bestia', sí. Pero no es mi enemigo».
«La rápida reubicación de más de siete mil personas ha evitado la pérdida de vidas humanas. En los cementerios, sin embargo, los fallecidos pasan por un segundo entierro. Las cenizas borrarán los marcadores que señalan el lugar donde fueron depositados sus restos para su descanso eterno. El tiempo humano y el tiempo geológico han sido sincronizados por el volcán. Lo que alguna vez pareció un hecho cierto, la tierra bajo los pies de la gente, se vuelve fluido e impredecible. Hombres y mujeres ven con angustia cómo su forma de vida se está borrando, como el nombre de los muertos».