Almorzaban en París Dora Maar, Pablo Picasso y una jovencísima Meret Oppenheim, que iba envuelta en un abrigo de pieles. «Cualquier cosa se puede cubrir de piel», dijo Picasso. «¿Incluso esta taza y este plato? Así no se me enfriaría el café», comentó
Meret. De ahí partió una de las obras surrealistas más conocidas: Meret Oppenheim forró de piel una taza de café con su platito y su cuchara.
André Breton (fundador del surrealismo) la bautizó Desayuno en piel, en un guiño al Desayuno sobre la hierba, de Édouard Manet. Fue un éxito inmediato: en 1936, el MoMA de Nueva York la compró. Fue uno de los primeros reconocimientos de una obra creada por una artista surrealista.
Entre los creadores surrealistas hubo bastantes mujeres. Se sumaron al movimiento en una segunda etapa del grupo, que había nacido en 1924 y fue eminentemente masculino y literario en sus inicios. A finales de los años treinta, en los cuarenta y en los cincuenta, unas cuantas mujeres se sumaron a la estética surrealista, a la creación impulsada por el subconsciente, al afán de hacer aflorar el misterioso planeta de los sueños. Ellas aportaron una nueva manera de mirar.
Mientras ellos (Masson, Miró, Dalí, Ernst, Tanguy…) indagaban sobre sus fantasías sexuales, buceaban en las ideas de Sigmund Freud, cuestionaban lo racional o pedían un mundo nuevo; ellas –además de todo eso– se autorretrataban, se mostraban, confesaban cómo se sentían. Se desnudaban más que ellos.
Algunas mujeres surrealistas conocieron la fama –como Frida Kahlo–, pero muchas quedaron eclipsadas por ser las compañeras de otros artistas: Jacqueline Lamba era la mujer de André Breton; Lee Miller fue pareja de Man Ray y Roland Penrose; Kay Sage se casó con Yves Tanguy; Dorothea Tanning y Leonora Carrington estuvieron con Max Ernst; Nusch se casó y tomó el apellido de Paul Éluard…
Mujeres transgresoras, las surrealistas soportaron la guerra, algunas sufrieron trastornos y conflictos emocionales, a otras la vida las apartó del arte. Fueron desinhibidas, rebeldes, liberadas y precursoras del feminismo.
Varias de ellas coincidieron en 1943 en la exposición 31 mujeres artistas, que organizó Peggy Guggenheim en su galería neoyorquina Art of this Century. También hubo reunión surrealista femenina en México, donde se encontraron con Frida la española Remedios Varo y la británica Leonora Carrington.
Hace dos años, una exposición itinerante, Mujeres fantásticas. Los mundos surrealistas de Meret Oppenheim a Frida Kahlo, las reivindicó por varias ciudades de Europa y Estados Unidos. Ahora, la Bienal de Venecia [hasta el 27 de noviembre] vuelve a celebrar a mujeres como Carrington –su libro The Milk of Dreams da, de hecho, título a todo el evento–, Maruja Mallo, Remedios Varo, Eileen Agar, Dorotea Tanning...
Dorothea Tanning
«Cuando pinto desnudos, lo hago como una declaración sobre la naturaleza humana», explicó Dorothea Tanning, autora de este cuadro, Voltaje, de 1942. A veces incluía escenas escabrosas, oníricas y absurdas en sus obras: los críticos dijeron que lo suyo era surrealismo gótico. También añadió notas de humor y misterio en sus cuadros. Fue poeta y realizó escenografías para los ballets de George Balanchine. No era fácil sobresalir teniendo al lado a Max Ernst, con el que estuvo treinta años, pero brilló por sí misma.
Maruja Mallo
Independiente y excéntrica, la gallega Maruja Mallo, fue una artista multidisciplinar. Formó parte del grupo de mujeres de la generación del 27 Las Sinsombrero. Fue buena amiga de Lorca, Dalí y Buñuel, pareja de Rafael Alberti, íntima de Pablo Neruda cuando le tocó el exilio… Fue escritora, pintora, escenógrafa y surrealista en una de sus etapas creativas. Es autora de obras como Espantapájaros (que adquirió André Breton).
Leonora Carrington
Su acomodada familia transigió cuando pidió estudiar arte. La enviaron a París. Allí conoció a Max Ernst y se fugó con él: ella tenía 19 años; él, 26 y estaba casado. Comenzaba así una vida marcada por la huida (le alcanzó la guerra) y el deterioro mental (estuvo ingresada en un sanatorio en Santander). En México se codeó con Buñuel y otros surrealistas y participó en exposiciones internacionales. Mostró sus inquietudes en obras como este Autorretrato en la posada del alba (el caballo es un símbolo frecuente en sus cuadros). Este año la artista ha vuelto al primer plano con dos exposiciones sobre su obra en el Peggy Guggenheim de Venecia y en la Tate de Londres y una monografía que se publicará en otoño.
Leonor Fini
Expuso por primera vez a los 17 años; y a los 24 se movía con desparpajo entre Picasso, Éluard, Cocteau y los surrealistas de París. Pintó hombres desnudos observados por mujeres y fantasías eróticas como este cuadro, Diosa de la tierra observando el sueño de un joven, de 1946. Entonces, Leonor convivía con dos amantes. Polifacética, escribió novelas, ilustró libros y creó envases de perfume. En sus últimos años compartía apartamento con 23 gatos persas.
Toyen
La artista checa Marie Cerminová decidió adoptar el seudónimo Toyen (en referencia a citoyen, ‘ciudadano’ en francés) para que los espectadores de sus obras no supieran que las había realizado una mujer. Vestía a menudo como un hombre y hablaba de sí misma en masculino. Lo femenino (hembras de animales, órganos sexuales de la mujer), sin embargo, es protagonista habitual de sus trabajos. Esta obra, titulada La pantalla, la hizo en 1947 en París, donde se exilió huyendo del estalinismo.