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Verdades y mentiras sobre el “oro blanco”

Beber o no beber leche

Durante generaciones ha sido un alimento nutritivo y saludable para todas las edades. Sin embargo, sobre la leche de vaca ahora se ciernen sospechas no solo de poner en riesgo nuestra salud, también de hacer peligrar el planeta y acentuar el cambio climático. Ante la avalancha de mitos, teorías apocalípticas y productos alternativos, buscamos respuestas.

Miércoles, 10 de Agosto 2022, 11:57h

Tiempo de lectura: 15 min

A fin de cuentas, es un alimento completo que contiene todo lo que necesitan bebés y crías para la fase de desarrollo más intensa de la vida. En la España de la posguerra, la unanimidad era total. Aseguraba el aporte de proteínas, vitaminas y minerales

que necesitaba una población en crecimiento. Tanta era la confianza que los nacidos en los setenta pasaban más tiempo aferrados al biberón que al pecho de sus madres.

Ahora, el péndulo ha oscilado al extremo opuesto, rozando su demonización. Los argumentos antileche forman una madeja difícil de desentrañar. Los más serios se clasifican en tres categorías: ecología, bienestar animal y salud.

Foto: Getty Images

Argumentos ecológicos

Las vacas producen cantidades ingentes de gases de efecto invernadero, estiércol y purines. Sobre todo, metano, un gas con un efecto en el cambio climático 28 veces más intenso que el dióxido de carbono.

Argumentos de bienestar animal

Son los argumentos éticos contra las condiciones de vida de las vacas criadas para maximizar su rendimiento. Por ejemplo, la separación de madres y crías al nacer, el estabulado permanente, los piensos concentrados y el envío al matadero en cuanto se reduce su producción.

Argumentos de salud

Veganos y gurús critican a diario que la leche provoca alergias, diabetes, neurodermatitis o incluso cáncer. El Nobel de Medicina Harald zur Hausen va más allá: desaconseja el consumo de productos derivados de la vaca, pues podrían contener fragmentos peligrosos de material genético, posibles culpables de aumentar el riesgo de tumores. Las evidencias que sustentan sus sospechas son, sin embargo, endebles.


Ante estos tres argumentos es interesante ver cómo responden los consumidores. Un estudio reciente desvela que solo al 20 por ciento de los compradores de productos sustitutivos de la leche y la carne los mueve la preocupación medioambiental. El 58 por ciento, mientras tanto, los compra porque creen que las bebidas vegetales, altamente procesadas en realidad, son más sanas que la leche. Los impulsan, a menudo, argumentos vagos o descartados hace tiempo, como que la leche eleva el colesterol. Y olvidan que, aunque en estas bebidas vegetales hay pequeñas cantidades de ingrediente vegetal, también llevan más azúcares y grasas. «El azúcar en la leche es intrínseco al alimento y no añadido», subraya Gemma del Caño, farmacéutica y especialista en industria y seguridad alimentaria.

Las bebidas vegetales que nos parecen tan sanas, en realidad no dejan de ser alimentos altamente procesados

Tampoco parece justo culpar a las vacas por el cambio climático. «Según la FAO –ilustra Caño–, liberan 100 millones de toneladas de metano al año y unos 2500 millones de toneladas de dióxido de carbono. Pero esto es solo el 5 por ciento de lo que emitimos. Luego, si se le añade lo que el cultivo de pasto para vacas implica en las emisiones del sector agrícola y el procesado industrial de sus productos derivados, alcanza un 15 por ciento del total de emisiones. Es decir, hay que reforzar y mejorar la eficiencia energética en todo el ciclo de la ganadería, pero no usarlo como excusa para no tomar leche».

Toda esta preocupación por todos y cada uno de los componentes de la leche empezó en torno a 2012, cuando comenzaron a llegar a las tiendas cada vez más productos sin lactosa. Junto con este azúcar presente en la leche de los mamíferos, las proteínas y las hormonas también se convirtieron, de repente, en grandes villanas.

Porcentajes. Pese a liberar unos 100 millones de toneladas de metano al año, las vacas son responsables del 5 por ciento de las emisiones de gas de efecto invernadero |Foto: Getty Images

Hoy, en Internet, se leen cosas como que nuestra salud se ve dañada por culpa de las «proteínas de la leche de animales de otras especies, contra las que el organismo se defiende». Sin embargo, los autores de esta teoría no se han parado a pensar en sus derivadas lógicas: dado que las proteínas son imprescindibles para la vida, la única posibilidad de subsistir alimentándose de proteínas de la «especie propia» sería beber leche materna toda la vida… o el canibalismo.

Comparado con tan agitado panorama, el estado actual de la investigación médica en torno a este tema resulta tranquilizador. Según la comunidad científica en su más amplio consenso, el consumo medio apenas influye en el peso corporal y tampoco produce un estrechamiento de los vasos coronarios, como se sospechó por un tiempo. Es probable incluso que la leche y sus derivados reduzcan el riesgo de hipertensión y diabetes de tipo 2; quizá también el de accidentes cerebrovasculares. Por lo tanto, los temores más extendidos en torno a la leche, dicen los expertos, no están justificados.

A vueltas con el cáncer

La leche y los lácteos tampoco desempeñan papel alguno en la mayoría de las enfermedades cancerígenas, salvo pocas excepciones. Parece probable, de hecho, que la leche reduce el riesgo de cáncer de intestino; una posible explicación es el efecto de la abundante cantidad de calcio que contiene: este se une a los dañinos desechos de los ácidos biliares, sospechosos de favorecer la formación de tumores en la mucosa intestinal. Por otro lado, el World Cancer Research Fund International ha encontrado indicios –que no evidencias incontestables– en diversos estudios de que la leche aumenta el riesgo de cáncer de próstata en hombres si consumen más de un litro al día. El efecto, en todo caso, sería más bien pequeño y se presenta sobre todo asociado a la leche desnatada.

Yogures, quesos, kéfir... Todos estos productos conforman un tesoro colectivo, un patrimonio mucho más ancestral que el Antiguo Testamento

De todos los componentes de la leche, la grasa es precisamente uno de los objetos de investigación más interesantes. Está compuesta en un 70 por ciento por ácidos grasos saturados, vistos con recelo por su efecto negativo en el colesterol, factor de riesgo de la arterosclerosis y los infartos. Sin embargo, recientes descubrimientos revelan que no es tan dañina como se decía. Su efecto sobre el colesterol es sorprendentemente limitado, e incluso derivados como el yogur parecen reducir sus niveles.

Los mejores números. Para maximizar el rendimiento agropecuario se recurre a procedimientos como el estabulado permanente de las vacas y otras medidas que lejos quedan de garantizar el 'bienestar animal' |Foto: Getty Images

El motivo, probablemente, sea la propia estructura de las diminutas gotas de grasa que nadan en la leche y que le aportan su textura cremosa. Estas gotas están rodeadas por una membrana de varias capas, no solo formada por grasa, sino también por proteínas y fósforo. La grasa de la leche parece ser especialmente saludable cuando estas estructuras permanecen intactas. Eso explicaría por qué la mantequilla siempre está detrás de resultados negativos: en experimentos con alimentos en seres humanos, la mantequilla, a diferencia de la nata, aumenta la concentración en sangre del LDL, o 'colesterol malo'. Para obtener la grasa de la mantequilla, se centrifuga la leche, generando unas fuerzas que rompen sus diminutas estructuras.

La humanidad tiene diez mil años de experiencia en la domesticación de animales productores de leche. Ningún otro alimento natural ha estimulado tanto nuestra creatividad: se calcula que hay cuatro mil variedades de queso.

Variedad de lácteos.Los productos lácteos fermentados son sanos y digeribles, conclusión a la que nuestros antepasados llegaron sin necesidad de laboratorios: solos, aprendieron a sacar partido a la capacidad de los microorganismos y las enzimas naturales para convertir la leche en un producto duradero y versátil, desde el amargo kéfir hasta el requesón más dulce y cremoso. Existen hasta 4000 variedades de quesos; además de yogures, mantequillas y una gran variedad de productos lácteos |Foto: Getty Images

También encontramos variantes totalmente distintas de yogures en todo el mundo, como en la cocina de la India, muy marcada por el vegetarianismo, aunque nunca vegana, en un país donde la vaca es considerada sagrada desde hace milenios. La ciencia confirma que los productos lácteos fermentados son sanos y digeribles, conclusión a la que nuestros antepasados llegaron sin necesidad de laboratorios: ellos solos aprendieron a sacar partido a la capacidad de los microorganismos y las enzimas naturales para convertir la leche en un producto duradero y versátil, desde el amargo kéfir hasta el requesón más dulce y cremoso.

Patrimonio de la humanidad

Todos estos productos conforman un tesoro colectivo fruto de la experiencia, un patrimonio mucho más antiguo que el Antiguo Testamento (lleno, por cierto, de alabanzas a la leche). Incluso ideas tan 'modernas' como la elaboración de leche sin lactosa mediante la enzima lactasa tienen una larga historia: en la elaboración tradicional del yogur se usan bacterias procedentes de la leche fermentada; las enzimas de estas bacterias no hacen otra cosa que digerir la leche por nosotros y transformarla así en un producto tolerable y duradero.

Las vacas obran el milagro de transformar para nosotros fibras vegetales inútiles en proteínas lácteas digeribles. Siempre que coman hierba, claro

Nuestra forma de tomar leche también ha evolucionado. Ahora la ingerimos como bebida refrescante y, a la luz de las evidencias, no parece lo más conveniente por su elevado valor energético: para refrigerarse, el cuerpo necesita sobre todo agua, no calorías. Durante la mayor parte de la historia, la leche se ha procesado buscando alargar su periodo de conservación, transformándola en mantequilla, queso curado o en bebidas fermentadas como el kéfir. Muchas de estas recetas reducen el contenido de lactosa de tal manera que buena parte de los derivados son aptos para personas a las que les cuesta digerirla.

La importancia de comer hierba

Un aspecto esencial para nuestra salud es cómo se alimenta a las vacas. Los expertos aconsejan volver a lo tradicional. Cuando pasta en los prados, o si come suficiente cantidad de hierba y heno, en su rumen se forman más ácidos grasos omega-3 que en una vaca de alto rendimiento, alimentada con piensos concentrados y soja. El omega-3 es un elemento especialmente valorado, ya que reduce el riesgo de desarrollar varias dolencias cardiovasculares, de ahí lo importante de consumir leche de vacas alimentadas de forma natural. Además, si esta forma de gestionar las explotaciones volviera a imponerse, se reducirían muchos de los problemas ecológicos y éticos de la actual economía excedentaria.

Foto: Getty Images

Las vacas son capaces de hacer algo que a los humanos nos resulta imposible: gracias a sus cuatro estómagos y a una flora bacteriana específica que puebla su rumen, procesan las duras fibras de celulosa de la hierba y obtienen de ella su energía. Al mismo tiempo, sus microbios estomacales almacenan las proteínas vegetales y son después digeridos en el intestino de la vaca, sacrificados como mártires de la producción de leche. Las proteínas de las bacterias llegan más tarde a través del sistema circulatorio hasta las ubres. De esta forma, las vacas transforman para nosotros fibras vegetales inútiles en proteínas lácteas fácilmente digeribles. Si las dejamos que coman hierba, claro.

Porque el 'problema' es que una vaca que se alimenta en prados 'solo' produce seis mil litros al año como máximo. Cantidad insuficiente mientras un granjero gallego o asturiano, al que le cuesta 32 céntimos producir un litro, siga percibiendo 31 céntimos por cada litro que vende a la industria. Es decir, pierde un céntimo por litro. ¿Cómo no se arruina? Gracias a las ayudas públicas, sobre todo a la Política Agraria Común (PAC) de la UE. El impacto de las subvenciones es de unos 3 céntimos por litro, lo justo para rebasar el umbral de la rentabilidad y rascar un par de céntimos por litro.

Llevar al matadero a una vaca de 5 años cuando su esperanza media de vida es de unos 20, debe hacernos pensar

Mientras, los supermercados de bajo coste libran una guerra por los clientes en ese campo de batalla en que se ha convertido la sección de lácteos. Esta guerra de precios supone una presión enorme para el granjero… y para las vacas. La actual política agraria obliga a amortiguarla recurriendo a la cantidad, lo que deja la única opción de aumentar el rendimiento. Como se ve, las críticas al funcionamiento del mercado tienen bastante fundamento.

Da que pensar el hecho de que una vaca de alto rendimiento tenga que ir al matadero a los cinco años de vida tras parir dos terneros, a lo sumo tres, solo porque a esa edad reduce su producción. La esperanza de vida natural de una vaca puede superar los 20 años.

A los consumidores nos gustaría que las vacas se quedaran en los prados, o eso decimos en las encuestas. Presuntamente, incluso estaríamos dispuestos a pagar más por esa leche. Sin embargo, tan buenas intenciones no se materializan: el porcentaje de leche ecológica que se vende en España sigue siendo mucho más bajo que el de Francia o Alemania. Esta procede de vacas criadas bajo estándares de bienestar animal que, además, han pastado en prados sin pesticidas ni fertilizantes. La tendencia, no obstante, es que aumente su consumo, así como el de leches de pastoreo, procedentes de vacas que pastan al menos 150 días al año a razón de cinco horas al día.

Situación insostenible. «Una vaca criada en prados es un animal eficiente —dice Johannes Isselstein, catedrático de Agronomía de Gotinga—, pero cuando su alimento procede en un 70 por ciento, o más, de los campos de cultivo y no de los pastos, nos encontramos ante una situación insostenible» |Foto: Getty Images

En última instancia, hay una verdad más: la vaca solo se convirtió en problema al abandonarse la cría en prados; solo entonces su huella ecológica se disparó. «Una vaca criada en prados es un animal eficiente, pero cuando su alimento procede en un 70 por ciento, o más, de los campos de cultivo y no de los pastos, nos encontramos ante una situación insostenible. Esas superficies se podrían dedicar a producir alimentos para el ser humano», dice Johannes Isselstein, catedrático de Agronomía de Gotinga. En Alemania, el pienso para vacas requiere una superficie equivalente a la que se dedica al cultivo de cereales para el pan. En esos cálculos, además, no se incluyen los campos de maíz para pienso ni los de soja. En definitiva, la verdad sobre la leche es: aquí tiene que moverse algo.


¿Moda o salud?

Productos alternativos a la leche

¿Están la leche de soja, la de avena o la de almendra a la altura de lo que los consumidores esperan de ellas?

Cada día una nueva variedad. Leche, soja, avena, nueces, coco, arroz... |Foto: Getty Images

Valor nutricional

En la leche de soja hay unos tres gramos de proteínas por 100 mililitros; en la de almendra y la de avena no llegan al gramo. La leche de arroz, con solo 0,1 gramos, casi no contiene proteínas. En 2018, la organización de consumidores alemana Warentest examinó 15 bebidas de soja, cuyo contenido de proteínas resultó ser similar al de la leche entera, además de sumar la presencia de valiosos ácidos grasos omega-3.

Salud

Las legumbres como la soja pueden resultar peligrosas para las personas alérgicas al cacahuete y al polen de abedul, mientras que la leche de almendra puede serlo para los que no toleran los frutos secos. En el examen de la leche de soja antes mencionado, cinco bebidas fueron calificadas como deficientes: una estaba contaminada por gérmenes, cuatro por níquel o compuestos clorados.

Balance medioambiental

Un litro de leche de soja genera un tercio de los gases de efecto invernadero que produce la leche entera. En un estudio realizado este año, un laboratorio encontró trazas de soja transgénica en algunas bebidas. Conseguir bebidas de este tipo totalmente veganas y libres de ingredientes modificados genéticamente parece poco menos que ilusorio: vitaminas, aromas y otros elementos añadidos se suelen elaborar con ayuda de microbios modificados genéticamente. Incluso están permitidos en los productos ecológicos, siempre y cuando la sustancia necesaria para su producción no esté disponible en una variedad no modificada. En el caso del arroz, el balance climático es más bien moderado; la causa es que los campos inundados emiten grandes cantidades de metano y óxido nitroso. Por lo general, en el cultivo de la mayoría de las bebidas alternativas se usa menos agua que en la ganadería lechera. La excepción es la leche de almendra. En zonas de cultivo secas, como California y España, la sed de los almendros puede llegar a ser problemática. Arjen Hoekstra, que investiga el balance medioambiental de los alimentos para la Universidad de Twente, en Holanda, ha calculado que cada litro de leche de almendra precisa 917 litros de agua. Una vaca promedio necesita 1050 litros para producir un litro de leche.


10 mitos sobre la leche

1 | La leche desnatada es más sana

No, no es que sea más sana; es que la entera no es insana. Se pensaba que las grasas eran malas, pero la ciencia apunta a que no es así. Ni siquiera la desnatada y la entera se procesan de modo diferenciado. De hecho, en la central lechera siempre se elimina toda la nata y luego se añade a cada tipo de leche el porcentaje de grasa que establece la normativa.


2 | La leche ecológica es más sana

La leche y el queso son más sanos cuando contienen abundantes ácidos grasos omega- 3, que reducen los niveles de colesterol. Y, en este sentido, la leche de las vacas que pasean y pastan contiene más omega-3 –aunque presenta menos yodo– que las de alto rendimiento, alimentadas con piensos y soja. En términos de seguridad alimentaria, en todo caso, no hay diferencias.


| Protege contra las fracturas

El calcio fortalece el esqueleto. Y con más de un gramo por litro, la leche es una buena fuente de calcio. Los niños que consumen muchos productos lácteos tienen mayor densidad ósea, pero no hay evidencia de que sufran menos fracturas. De hecho, el calcio no se acumula y, si se consume en exceso, genera un efecto contrario y se elimina más. Tampoco parece que proteja contra la osteoporosis en el envejecimiento. La genética, la masa muscular, la actividad física y los niveles de vitamina D en sangre también influyen.


| Los lácteos son mejores que la carne en cuanto al cambio climático

No de forma general. Es cierto que la producción de un litro de leche o de yogur emite menos gases de efecto invernadero que la de un kilo de carne de cerdo o de pollo, pero el queso también deja una huella considerable (8,5 kilos de dióxido de carbono por kilo de queso). Y la huella de la mantequilla, con 23,8 kilos de dióxido de carbono, es mayor que la de la carne de ternera.


| La leche te llena de flemas

Ya en el siglo XII, el filósofo Moisés Maimónides aseguraba que la leche producía «congestión en la cabeza», un mito que perdura hasta hoy. Que después de beber leche sintamos la mucosa de la garganta reblandecida se debe a la textura cremosa de la bebida. No hay indicios de que estimule la producción de mucosidades.


6 | La uperizada casi no tiene vitaminas

Este tratamiento térmico que permite alargar la conservación de la leche destruye el 20 por ciento de las vitaminas B y C. Es decir, el 80 por ciento sigue ahí. En cualquier caso, la leche no es ni pretende ser la fuente principal para adquirir estas vitaminas.


| Las hormonas causan cáncer

Falso. Es un bulo, también, que se le añadan hormonas externas. La incidencia de las que contiene de forma natural en la aparición de ciertas enfermedades no está demostrada. Más bien, su consumo parece reducir el riesgo de desarrollar tumores de colon, mama o estómago.


8 | En la producción de leche no muere ningún animal

Las vacas solo tienen leche cuando dan a luz de forma regular. A los terneros los separan al nacer, las hembras más viejas se envían al matadero y los machos se venden para su engorde. Los ganaderos gallegos venden los becerros de menos de 20 días de la raza frisona –la gran productora de leche en España– a partir de 25 euros por cabeza. A veces, ni siquiera compensa el coste de llevarlos a la lonja.


9 | Los terneros de crianza ecológica permanecen con sus madres

En las granjas ecológicas también separan a los terneros de sus madres. Por ahora, son pocas las explotaciones que intentan criar a los becerros con sus madres o con las llamadas 'vacas nodrizas'.


10 | La denominación 'leche de pasto' garantiza que la vaca pasa casi todo el tiempo en el prado

Este término no está reconocido oficialmente. Las vacas de explotaciones ecológicas deben tener acceso a los prados durante el verano, pero la directiva de la UE sobre la materia no precisa el número de días.


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