Tenía 91.000 empleados fijos y 150.000 informantes, y llegó a ser la mayor policía secreta del mundo y una de las más temidas. Creada en 1950 por la RDA, la Stasi adiestraba a sus agentes en el arte del disfraz – en seminarios o en manuales con ejemplos como los anteriores–, para cumplir sus dos tareas básicas: la vigilancia de la población de Alemania Oriental y la contrainteligencia de los agentes occidentales.
A los agentes se los instruía para que pasasen inadvertidos en los lugares frecuentados por los turistas occidentales. Para dar el pego, complementaban sus looks con bolsas de plástico de la República Federal Alemana y cámaras fotográficas occidentales. Uno de cada cincuenta adultos de Alemania Oriental colaboró con la Stasi.
Uno de cada cincuenta adultos de Alemania Oriental colaboró con la Stasi. Los agentes potenciales realizaban un curso de señales secretas. El catálogo era amplísimo, como demuestran las imágenes, pero las investigaciones aún no han revelado el significado de todas.
La vigilancia de los agentes de la Stasi era especialmente intensa hacia los jóvenes disidentes de la RDA. Para documentar sus simpatías prooccidentales, entraban en sus casas y fotografiaban todo lo que les resultaba sospechoso. Tenían un cuidado extremo y, antes de tocar nada, hacían Polaroids de todo para dejarlo tal cual estaba.
La meta de la Stasi era la vigilancia y el control total de la RDA. Para ello contaba con estaciones para escuchas telefónicas, aviones de reconocimiento, centros de detención y aislamiento, y agentes especializados en seguimientos.
En unos cuidados manuales fotográficos explicaba a sus agentes la forma correcta de detener a los disidentes. En esas fotos, muchos de los detenidos eran condenados reales, que eran obligados a recrear sus arrestos para las cámaras.