Sabes quién nos asesinó el 22 de abril de 2016?». El cartel que ofrecía una recompensa de 10 mil dólares por cualquier pista del asesinato de ocho miembros de una misma familia, los Rhoden, en la pequeña localidad de Pike County, en Ohio, se pudo ver durante
años.
No fue hasta 2018 cuando se supo quienes eran los asesinos: cuatro miembros de otra familia, los Wagner. Pero han tenido que pasar otros cuatro para que el caso llegue a los estrados y se pueda probar su culpabilidad. El juicio, que comenzará a finales de agosto, pondrá fin a una de las investigaciones criminales más costosas y complejas de Estados Unidos y tendrá una considerable repercusión mediática cuando los fiscales desplieguen las pruebas del plan de cuatro miembros de una familia para matar a ocho miembros de otra... presuntamente amiga.
El motivo: obtener la custodia exclusiva de una hija compartida, que en ese momento era una niña pequeña.
A las 7.53 de la mañana del 22 de abril de 2016, una mujer llamó alarmada al 911. «Hay sangre por todas partes», dijo Bobby Jo Manley, cuñada de Christopher Rhoden, el patriarca de la familia, de 40 años, en cuya casa acababa de entrar con sus llaves porque iba periódicamente a alimentar a los animales. Aquella mañana se encontró a Christopher y a su primo Gary Rhoden, con quien convivía en aquel momento, en medio de un charco de sangre. Antes de que llegara la policía, Bobby fue hasta la vivienda de al lado y golpeó la puerta: le abrió el pequeño Bentley, de 3 años, hijo mayor de Frank Wagner —hijo del patriarca Christopher— y su pareja, Hannah Gilley. En la cama, acribillados a balazos, estaban sus padres muertos y en medio, vivo, su hermano, un bebé de 6 meses. Era solo el principio.
Mientras la Policía se dirigía a la escena, también otro vecino alertó por su cuenta a los agentes: en unas casas-tráiler cercanas —habituales en las zonas rurales de Estados Unidos— había más muertos. Todos de la familia Rhoden. Dana Manley, exesposa de Christopher; Chris Junior, su hijo de 16 años, y Hanna May, su hija de 19 años, cuyo cadáver apareció junto a su bebé de solo cinco meses. Hanna May tenía otra hija, Sophia, involuntaria protagonista de esta historia, quien ese día estaba con su padre, con el que Hanna mantenía una disputa por su custodia.
Faltaba aún un cadáver más por descubrir: el de Kenneth Rhoden, el hermano mayor de Christopher. Lo encontró un primo que fue a cerciorarse de que Kenneth estuviera a salvo. No lo estaba.
Se trataba de un crimen perfectamente organizado, en cuatro lugares distintos, ejecutado en poco tiempo, por lo que debió haber más de un tirador, y sin que las víctimas, que dormían, pudiesen reaccionar a los disparos en la cabeza. Solo uno, el patriarca de la familia, se habría dado cuenta, por una herida defensiva en la brazo. Recibió 9 balazos, más que el resto.
En medio del shock en toda la región, se celebraron los funerales de la familia Rhoden a los que acudieron vecinos y amigos, entre ellos una compungida familia, los Wagner, unidos a los fallecidos porque Frankie Wagner, entonces de 20 años, era el padre de Sophia, la hija de Hanna May Rhoden.
Mientras tanto, la Policía se centró en investigar las conexiones de la familia Rhodes con las drogas. En sus propiedades aparecieron cultivos de marihuana. Los detectives pensaron en una venganza de los carteles de la droga o en conexiones de la familia con narcos mexicanos. Pero lo cierto es que la plantación no parecía lo suficientemente importante como para provocar semejantes crímenes. Así que por más registros e investigaciones que llevaban a cabo siempre acababan en un callejón sin salida. Así, durante dos años.
Los Wagner, mientras tanto, actuaban como si nada hubiera pasado. Siguieron con sus vidas y, en la primavera de 2017, toda la familia —integrada por Billy Wagner, el padre, de 51 años; Angela, la madre, de la misma edad; y sus dos hijos, George, hoy de 30 años, y Frankie, de 29— se trasladó a Alaska, con la pequeña Sophia y un hijo de George. Y allí estuvieron un año. Pero como no lograban abrirse camino, decidieron volver a Ohio. Los Wagner ya habían tenido problemas legales en varias ocasiones por trapicheo con drogas, robos y otros delitos, pero no llamaban en exceso la atención en un entorno donde pobreza y crimen diluyen sus límites y que para quienes hayan visto series como Orzak es fácilmente reconocible.
Al fin y al cabo, no destacaban especialmente por nada y el único problema que habían tenido con los Rhodes era una disputa por la custodia de una niña, algo que casi nunca desencadene asesinatos en masa para dirimir la tenencia del menor.
Fue al regreso de los Wagner desde Alaska cuando el caso dio un inesperado giro. Uno de los fiscales que investigaban el caso decidió apuntar hacia ellos, alentado por algunos intercambios de mensajes. No es que su teoría gozase de credibilidad entre sus colegas. Pero una vez centrado el foco, la Policía fue capaz de recabar suficientes evidencias en numerosos registros en su propiedad para proceder a su detención en noviembre de 2018. El problema es que la familia Wagner seguía negando vehementemente su participación en el homicidio múltiple.
La fiscal encargada del caso, Angela Canepa, ha retratado a los Wagner como una familia que vivió y trabajó junta toda su vida, que compartía dinero y decisiones y votaron siempre todo en grupo, incluyendo la decisión de matar a Hanna Rhoden y su familia. Eran controladores hasta el punto de ser violentos con cualquiera que amenazara con perturbar el vínculo de la familia.
Fue la madre, Angela Wagner, quien hackeó las cuentas de las redes sociales de la exnovia de su hijo y madre de Sofia. Angela interceptó un mensaje privado de Facebook en el que Hanna Rhoden decía que los Wagner tendrían que matarla antes de que ella renunciara a la custodia de su hija, que entonces tenía dos años y medio.
Entonces, según la fiscal, tuvo lugar la fatídica votación familiar.
Una vez que los Wagner votaron para matar a los Rhoden, pasaron cuatro meses planificando metódicamente las ejecuciones. «Cada uno de ellos tenía un papel que desempeñar», explica Canepa.
El siguiente giro se produjo en 2021, cuando Jake Wagner y su madre, Angela, rompieron su silencio tras permanecer en la cárcel dos años y medio.
Jake prestó una declaración indagatoria, lo que significa que los fiscales no pueden utilizar sus declaraciones en su contra en ningún proceso penal futuro. A cambio, se declaró culpable de haber matado a cinco de las ocho víctimas y aceptó declarar contra cada uno de los miembros de su familia.
Jake será condenado a ocho cadenas perpetuas consecutivas sin posibilidad de libertad condicional. Pero, como parte del acuerdo, si testifica en el juicio, él, su padre y su hermano se librarán de la pena de muerte en caso de ser condenados.
Según Canepa, Jake Wagner corroboró las pruebas que los investigadores habían reunido en el caso. También condujo a los investigadores hasta las armas utilizadas en los asesinatos y el camión que, según el fiscal, su hermano compró para ser utilizado la noche de los asesinatos.
A Angela, la madre, se le retiraron los cargos de asesinato. Los fiscales admitieron que ella estaba en casa con sus dos nietos cuando se cometieron los crímenes, pero por su colaboración será condenada a 30 años de prisión.
Sin embargo, Jake y Angela Wagner son sólo la mitad de la historia.
George Wagner y su padre, Christopher 'Billy' Wagner, se siguen declarando inocentes en el caso. Sus abogados sostienen que no apretaron el gatillo en ninguno de los asesinatos.
Y, aunque la declaración de Jake los implique, determinar exactamente lo que hizo cada uno no va a ser fácil. Ha habido decenas de registros en las propiedades de ambas familias a lo largo de los años, pero hay muchos rastros de armas, balas y drogas, que pueden resultar muy confusos.
Así que el juicio puede reparar sorpresas.
Uno de los personajes secundarios que podrían sorprender es la abuela del clan Wagner, Fredericka, de 80 años. Fue detenida con el resto de la familia, pero luego fue puesta en libertad por falta de pruebas. En un principio, las autoridades la acusaron de ayudar a su familia a planear un encubrimiento, pero los fiscales desestimaron los cargos. Ella ha negado cualquier implicación.
Fredericka tiene un negocio de cría de caballos y la propiedad en la que está su casa, de más de 2000 acres, se estima que tiene un valor de 4 millones de dólares. De ahí podría salir la indemnización o parte de ella para los niños de los Rhoden que sobrevivieron al homicidio (los dos hijos de Hanna y los dos de Frankie). En el banquillo también estará la abuela de los Rhoden, que ya estuvo en las vistas anteriores. Cuando Jake se declaró culpable, ella rompió a llorar. Hoy, el abogado de la familia asegura que lo único que quieren es que pase el juicio. «Están agotados».