Día de la Mujer
Diez grandes mujeres de la historia de España que nunca quisieron quedarse en casa
Un recorrido que empieza con Egeria, autora del relato de viajes más antiguo que se conoce, y continúa con referencias de nuestra historia, desde Isabel la Católica a la almirante Isabel Barreto, desde Teresa de Jesús a las grandes escritoras que exploraron el mundo a finales del XIX y principios del XX
Isabel Barreto. La primera mujer almirante
Desde hace décadas cientos de mujeres viajan por el mundo solas, en busca de nuevos horizontes, de vidas felices. Bastan unos pocos ejemplos. Alicia Sornosa -que acaba de publicar ‘Toda aventura comienza con un sí’ (Anaya)- lleva desde 2011 recorriendo el planeta en ... moto. Cristina Spínola fue la primera mujer en dar la vuelta al mundo en bicicleta. Empezó en 2014, en Sudáfrica, y terminó en 2017, en en Ushuaia, Argentina. Paula Gonzalvo -arquitecta de formación- vive en barcos, sobre todo en veleros, de aquí para allá. Sus «travesías de una navegante nómada» las cuenta en el blog ‘Allende los mares’. Y el hilo podría seguir hasta crear un ovillo de aventuras y arrojo, de decisiones firmes y vidas interesantes. En estos tiempos, sí, el curriculum de mujeres como Alicia, Cristina o Paula ya casi no es insólito. Pero siglos atrás, salir de casa, mandar un barco o un imperio y cruzar el Atlántico o el Pacífico era una osadía solo al alcance de mujeres excepcionales. En estas líneas repasamos algunas de esas historias, empezando por Egeria, autora del primer relato de viajes peninsular, escrito por una mujer.
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Un posible retrato de Egeria
Egeria. La primera viajera
El relato de viajes más antiguo del que se tienen noticias en España lo escribió una mujer, una dama de la antigua Gaellecia de la que se desconoce su identidad. Y fue en el siglo IV, cuando las mujeres apenas viajaban y el mundo era para ellas un lugar inhóspito. En 1884, un erudito italiano, Gian Franceso Gamurrini, descubrió en la biblioteca de Arezzo un códice medieval con cartas escritas por una mujer llamada Egeria dirigidas seguramente a amigas de su lugar de origen, en lo que hoy sería El Bierzo o Galicia. Estas cartas eran una especie de diario de viaje -lo que iba haciendo, los lugares por los que pasaba- de su peregrinación a Tierra Santa, según explica Carlos Pascual, autor de ‘Viaje de Egeria’ (La Línea del Horizonte). «En aquel momento, lo que ella hizo se consideraba recorrer el mundo, porque era todo lo que se conocía», añade Pascual. «Tuvo que ser una mujer de la nobleza, segura y decidida y de mediana edad. No joven, porque iba acompañada siempre de presbíteros, diáconos e incluso obispos, y tampoco anciana, por la exigencia física del empeño. En cuanto a su estilo era coloquial, directo, cercano e, incluso, a veces repetitivo y atropellado, pero lleno de frescura y naturalidad». Según el periodista Manu Leguineche, «tan alejada de la altanería, la hipérbole, la grandilocuencia y fantasía de tantos hombres-viajeros». Egeria pudo ir a Palestina, Jerusalén o Egipto. Atravesando la Vía Domitia, llegó a Constantinopla, y recorrió parajes bíblicos, incluido el Sinaí y algunos lugares de la Mesopotamia romana.
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Un retrato anónimo de origen flamenco de Isabel I de Castilla
Los castillos de Isabel la Católica
Isabel I de Castilla, que nació en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) en 1451 y murió en Medina del Campo (Valladolid) en 1504, fue una reina viajera . Más de cinco siglos después, aún merece la pena seguir -para saber de dónde venimos- aquel rastro de esplendor artístico, los caminos por los que pasó y sus estancias en lugares como Toledo, Valladolid, la sierra de Gredos, Benavente, Aranda de Duero, Madrid, Segovia, Cuenca, Córdoba, Carmona, Granada, Barcelona y Murcia. En Madrigal de las Altas Torres se puede visitar el antiguo palacio de Juan II, el padre de Isabel, integrado en el edificio del convento de Nuestra Señora de Gracia. En Arévalo, el castillo donde jugaba de niña. En Segovia, el alcázar, donde vivió antes de ser proclamada Reina. En Valladolid, el Palacio de los Vivero, donde se casó con Fernando de Aragón. En el Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares nació su hija menor, Catalina de Aragón. En Medina del Campo está el Palacio Real Testamentario, donde falleció la Reina, y donde desde 2004 hay un centro de interpretación sobre el personaje y la época. Y en la Capilla Real de la catedral de Granada está el Sepulcro de los Reyes Católicos, además de la corona y el cetro de la Reina.
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Juana I de Castilla por Juan de Flandes (Museo de Historia del Arte, Viena)
El viaje fúnebre de Juana la Loca
Tras la muerte de Felipe «el Hermoso» en 1506, cuando solo tenía 28 años, la Reina Juana comenzó una terrible procesión con el ataúd de su esposo. Durante tres años vivió pegada al féretro en un asombroso y macabro cortejo fúnebre que salió de la cartuja de Miraflores, en Burgos, con destino a Granada, adonde nunca iba a llegar. En Torquemada (Palencia) se detuvo para dar a luz a Catalina. De allí fue a la cercana Hornillos de Cerrato, donde vivió en una casa siempre con el cadáver cerca. En Tórtoles (Ávila) -también allí se desplazó con los restos de Felipe- se entrevistó con su padre. En Arcos de la Llana (Burgos) esperó que se dieran las condiciones de viajar a Andalucía. En plena batalla por el poder o en pleno desvarío, su padre, Fernando «el Católico», decidió encerrarla en Tordesillas (Valladolid) en 1509 hasta su muerte, el 12 de abril de 1555. En 2005, la asociación de vecinos Centro de Iniciativas Turísticas de Tordesillas se propuso recuperar la memoria de una mujer «maltratada y olvidada», y recordar que Juana I fue reina de Castilla, hija de reyes y madre de seis reyes. Desde entonces recrean la llegada de Juana a la localidad, una representación en la que una joven encarna a la Reina, que recorre las calles acompañada de su padre, Fernando el Católico; por los Monteros de Espinosa, su guardia personal, y por su hija, Catalina de Austria. La XVII edición del Día de la Reina debería haberse celebrado -si la pandemia lo hubiera permitido- el 6 de marzo. El sepulcro de don Felipe y doña Juana está en la Capilla Real de Granada.
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Santa Teresa de Jesús (Teresa de Ávila) pintada por José de Ribera
Los monasterios de Santa Teresa de Jesús
En Ávila, donde nació en 1515, a Teresa de Jesús se la conoce también como la Andariega, calificativo que da idea de su incansable actividad. En veinte años fundó diecisiete monasterios de monjas y dieciséis de frailes, que la llevaron por Ávila, Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Caravaca de la Cruz, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada y Burgos. Un periplo asombroso para una mujer en el siglo XVI. Ahora, la ruta teresiana más asequible y evidente es la que va de Ávila a Alba de Tormes, situada a menos de cien kilómetros. En la capital castellana pasó gran parte de su vida. La iglesia, levantada sobre su casa natal, forma conjunto con el convento carmelitano. Debajo hay una gran cripta abovedada de enterramientos, actual museo teresiano. Las obras las dirigió el arquitecto carmelita Fray Alonso de San José, y se inauguraron el 15 de octubre de 1636. Además habría que conocer la iglesia de San Juan Bautista, donde fue bautizada, o el monasterio de la Encarnación, donde permaneció casi ininterrumpidamente desde 1535 a 1574. En Alba de Tormes (Salamanca), donde falleció el 4 de octubre de 1582, se guarda su sepulcro y las grandes reliquias de su corazón y el brazo izquierdo.
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Isabel Barreto
Isabel Barreto. La primera mujer almirante española
Cristina Morató, autora de ‘Viajeras intrépidas y aventureras’ la describe así: “Solo una mujer, navegante española del siglo XVI, ha tenido en sus manos el mando de una expedición en toda la historia de la conquista de América y ha ostentando el título de Almirante”. Y, sí, en efecto solo hubo una mujer -Isabel Barreto, gallega de nacimiento- al frente de una expedición naval en aquellos años de conquista y descubrimiento. ¿Cómo logró convertirse en almirante? Ocurrió durante la expedición a las islas Salomón organizada por su marido, Álvaro de Mendaña. Por entonces, el Pacífico estaba inexplorado y no se conocía su inmensa extensión. “Tras llegar a las islas Santa Cruz, Mendaña enfermó de unas fiebres. Hizo testamento y dio a Isabel el cargo de gobernadora y el de almirante a Lorenzo, su hermano. Pero este último falleció poco después y las dos responsabilidades cayeron sobre ella”, explicó a ABC Mario Escobar , autor de «La reina de Saba», una novela histórica sobre la vida de Isabel Barreto. Barreto pasó a la historia -en opinión de Escobar, injustamente- como una mujer egoísta y pendenciera. «Un año después de la muerte de Mendaña -continúa Escobar-, Isabel volvió a casarse. Desde Manila hicieron varios viajes hasta Acapulco y Chile, donde tenía tierras. Volvieron a Perú con la intención de regresar a las Salomón y reclamarlas. Fue hasta Guañacos, entonces en la capitanía general de Chile, donde vendió todo para volver a España. Recorrió medio mundo e hizo un extenso viaje, siempre con el objetivo de reclamar los derechos de su primer marido».
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Retrato de Inés Suárez (1897) obra del pintor chileno José Mercedes Ortega
Inés Suárez: 'Inés del alma mía' y la conquista de Chile
Inés Suárez (Plasencia, 1507-Santiago de Chile, 1580), conocida por la novela «Inés del alma mía» de Isabel Allende , viajó al Nuevo Mundo en busca de su marido, Juan de Málaga, tras esperarle en su casa durante años. Al final decidió emprender un largo viaje para encontrarle, aunque al llegar supo que había fallecido en las luchas civilesque siguieron a la conquista del Perú. No regresó a la península ni tampoco ingresó en un convento. Durante un tiempo atendió a los soldados heridos, hasta que se cruzó en su camino Pedro de Valdivia , conquistador de Chile, a quien acompañó en su aventura. Era difícil imaginarlo en aquellos tiempos, pero estaba destinada a convertirse en una pieza clave en la conquista chilena. En diciembre de 1540, participó en la fundación de la actual capital del país, Santiago de Nueva Extremadura. Tras la ruptura con Valdivia en 1549, Inés se casó con Rodrigo de Quiroga , uno de sus capitanes, que llegó a ser Gobernador, extendiendo a su mujer el título de Gobernadora. Isabel Allende la definía como «una mujer con agallas que desafió las convenciones de una época tan masculina como la de la conquista de América, de testosterona, de hierro, de violencia y masacre.» Según el historiador chileno Tomás Thayer Ojeda, durante la conquista de Chile, «Inés se comportó como una mujer de extraordinario arrojo y lealtad, discreta, sensata y bondadosa, y disfrutaba de una gran estima entre los conquistadores»
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Sofía Casanova, en 1916, vestida de enfermera de la Cruz Roja
Sofía Casanova, la primera corresponsal de guerra
Sofía Casanova (La Coruña, 1861; Poznań, Polonia, 1958), la primera corresponsal de guerra permanente, fue una pionera en este oficio de contar historias como periodista, poeta e incluso autora teatral. Y en otras muchas cosas que tenían que ver con su forma de enfrentarse a la vida: viajera y valiente, durante una época enfermera en pleno conflicto. Cubrió como corresponsal de ABC la Primera Guerra Mundial en el frente Este. En 1887 se había casado con Wincenty Lutoslawski, filósofo, profesor y polaco, lo que siempre la mantuvo unida a aquel país. Desde allí narró una parte de la convulsa primera mitad del siglo XX: desde la Revolución rusa de 1917 a la ocupación nazi. En Rusia llegó a entrevistar a Trotski. Habría que recordar que en los primeros años de su trabajo apenas había teléfonos y las cartas tardaban semanas en llegar a Madrid, a pesar de lo cual publicó en este periódico más de ochocientos artículos. Su historia es arrebatadora y turbulenta, como los tiempos que le tocó vivir, aunque quizá no suficientemente conocida por el gran público. Alrededor de su figura y de sus idas y venidas por aquellas fronteras gira la novela «Azules son las horas» (Espasa), de Inés Martín Rodrigo.
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Anita Delgado
Anita Delgado, una princesa española en la India
Anita Delgado (1890-1962), malagueña, bailarina de cuplés, llegó a Madrid muy joven con su familia, con poco dinero en la cartera. Sin embargo, la vida enredó, como suele, y aquella malagueña inteligente, temperamental y divertida conoció en un teatro de varietés, el Kursaal, al maharajá de Kapurthala, que andaba por Madrid como invitado en las fiestas de la boda del Rey Alfonso XIII con Victoria Eugenia de Battenberg. Ella tenía 16 años; él, 34. Tras algunos desencuentros («Valle-Inclán y el grupo de tertulianos que se reunían periódicamente en ese café-teatro hacen de celestinos», ha contado alguna vez Javier Moro, autor de 'Pasión india'), la bailaora y el marajá terminaron por casarse el 28 de enero de 1908, en una ceremonia que ABC describía así : «Los guerreros lanzaban al viento sus gritos de combate, los sacerdotes entonaban los cánticos litúrgicos y Ana María Delgado, por no quedarse corta ante aquella algazara, se arrancó por malagueñas y no hay para qué describir el efecto. El entusiasmo fue tan delirante que en aquel mismo momento y mejor que con ningún tratado diplomático, la simpatía y las cordiales relaciones entre España y el Estado de Kapurthala quedaban aseguradas de modo imperecedero». Durante años, fueron «la pareja de moda -según Javier Moro-. Viajaban mucho a Europa, Estados Unidos y Sudamérica, y fueron seguidos por nubes de paparazzi». Anita volvió a Málaga a final de los años 20, cuando terminó el cuento de hadas, tras abadonar la India definitivamente.
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Grabado de la Real Expeción Filantrópica de la Vacuna
Isabel Zendal, enfermera en la expedición de Balmis
En las conversaciones de la calle se ha quedado como el nombre de un hospital madrileño. Pero su historia va mucho más lejos. Isabel Zendal, nacida en 1771 en la provincia de La Coruña, era enfermera, nacida en una familia pobre, madre soltera, y protagonista de una historia poco conocida hasta estos tiempos del Covid-19. Participó -la presencia de las mujeres era extraña incluso en un viaje de este tipo- en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna de Francisco Javier Balmis, desde 1803 hasta 1806. Fue la primera expedición sanitaria de la historia, financiada por Carlos IV, para llevar la vacuna de la viruela a todos los territorios del todavía imperio español. Un viaje para la historia . El ‘María Pita’ zarpó de La Coruña el 30 de noviembre de 1803 con veintidós niños, incluido un hijo de Isabel, que transportaban en sus cuerpos la vacuna viva de la viruela. El grupo de Balmis -la expedición se dividió en dos al llegar a América- pasó por las islas Canarias, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Nueva España, Filipinas y China. «No me imagino que en los anales de la historia haya un ejemplo de filantropía tan noble y extenso como éste», dijo Edward Jenner, quien había descubierto el remedio contra la enfermedad en 1796.
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Emilia Serrano, baronesa de Wilson, en La Ilustración Nacional
Emilia Serrano de Wilson, escritora y viajera
Desde siempre -es decir, desde Egeria- las mujeres han amado los viajes. En la lista de españolas del siglo XIX que fueron de aquí para allá están Flora Tristán, Emilia Pardo Bazán, la citada Sofía Casanova, Carmen de Burgos y un personaje poco conocido, que recogemos en estas líneas: Emilia Serrano de Wilson (¿1834?-1922), granadina culta y de buena posición que tomó su apellido de un matrimonio fugaz, cuando era muy joven, con el Barón de Wilson, fallecido a los tres años de casarse. A partir de 1865, durante treinta años, esta intrépida aventurera viajó sola por casi todo el continente americano -y a intervalos por Europa-, dejando testimonio de lo que veía en libros y artículos de prensa. Allí unió sus tres amores: las letras, los viajes y América. Carmen de Burgos, que como decíamos también podría tener su propio apartado, la describió así: «Ella ha viajado por toda América, desde el Canadá hasta la Patagonia. Ha realizado peligrosos viajes... Ninguna mujer ha realizado jamás tan penosos trabajos ni abarcado empresa de tal magnitud. Por mucho menos se han aplaudido viajes de francesas e inglesas celebrando su esfuerzo en todos los tonos. Y estos viajes no han sido de turista, han sido de una mujer estudiosa, laboriosa, que ha trabajado incansable».