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Educar es una forma de domesticar

Las atrocidades nos hacen enmudecer, y más cuando quienes las cometen pertenecen al segmento que las interpretaciones más amables de la condición humana suelen identificar con el país de la

Las atrocidades nos hacen enmudecer, y más cuando quienes las cometen pertenecen al segmento que las interpretaciones más amables de la condición humana suelen identificar con el país de la inocencia.

El filósofo, escritor y polemista Gabriel Albiac no pertenece a esa estirpe. Ante las violaciones en grupo de Isla Cristina y Baena escribió en estas páginas un artículo titulado «Perversa infancia» en el que deja traslucir una visión muy poco amable hacia la condición humana, un animal que hay que domesticar para evitar que la búsqueda de la satisfacción de los impulsos sin freno alguno arrase los derechos de los otros. Es lógico que recurra a un famoso axioma de Sigmund Freud: «Nadie prohíbe lo que nadie desea». Sabe Albiac que el deseo y sus urgencias definen buena parte de nuestra urdimbre: «desmoronadas las mentes piadosas que enmascaran nuestro rostro, queda esto: que somos animales predadores y hablantes; que llevamos «el placer de matar» en nuestro código genético; que a ese placer, que como todos los predadores compartimos, sumamos la potencia simbolizadora que pone el lenguaje, su arte de disfrazar lo brutal de nuestros deseos».

El autor de libros como «Desde la incertidumbre» o «La muerte: metáforas, mitologías, símbolos», sostiene que «llamamos ética a la desesperada lucha que, de nacimiento a muerte, debe librar cada hombre, solo, contra la bestia que en él late; la nunca ganada guerra contra el placer oscuro de dañar al otro». Para Albiac, «no hay origen angélico en lo humano. El disparate más trágico de nuestras sociedades es ése: proyectar en la infancia una intacta inocencia que la edad iría empañando; fantasear un utópico retorno al infantil paraíso perdido». No es de extrañar que ante los grupos de pequeños salvajes saque a relucir «El señor de las moscas», la sombría fábula de William Golding, antes de recordar que «sólo el temor a la ley -al coste de violarla- contiene a la bestia que somos; a cualquier edad», de ahí que concluya, como Antoine de Saint-Exupéry, que «educar es domesticar».

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