Semana Santa en Sevilla: ¡Al cielo con ella!
Sevilla ya está aquí. Ya está todo preparado para la semana en la que es más Sevilla que nunca
La Vera Cruz con un acordeón
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Iniciar sesiónAcaban de reventar los naranjos del antiguo patio de las abluciones. Ya se ha puesto la Giralda el perfume de la primavera y un traqueteo de priostes tiene a la ciudad en un lento compás de impaciencia. De repente un paso de palio sin ... la Virgen cruza por una esquina. Por el otro lado trae la brisa el sonido de una banda de cornetas. En la taberna Morales se celebra una tertulia cofrade en la que los parroquianos beben tinto y nostalgia. Por la judería va un viacrucis en penumbra y en el barrio de San Lorenzo están mudando una parihuela. Sevilla ya está aquí. El poeta Joaquín Caro Romero escribió que la vida es una semana. Semana Santa. La ciudad de Velázquez y Murillo ha sacado de su paleta el añil de las vírgenes inmaculadas para ponerle palio a las calles. El cielo va a explotar en un espectro de azules claros que provoca destellos en la flor blanca de los tramos de naranjos, dispuestos en las costanas como los nazarenos de una cofradía. Hay quien comenta en la barra de Trifón, jamón del paraíso, que el alminar de los almohades se suele vestir de luces con este sol para sumarse a la terna del Domingo de Resurrección en la Maestranza, que ya está blanqueada con pinceles y tiene el redondel como una yema de huevo de albero fresco de Alcalá. Por eso esta semana es la vida. Porque Sevilla no vive para otra cosa. Cuando el Domingo de Ramos salga la Borriquita a la Plaza del Salvador, montículo primigenio de la Hispalis romana, todo habrá terminado. Lo han escrito los viajeros románticos y lo ha consagrado Luis Cernuda: bienvenidos a una entelequia de campanas, aguaores, costaleros, cirios, mantillas, tambores, silencios, bullas, tapas, altares efímeros, iglesias abiertas y balcones vestidos de damasco.
El argentino Oliverio Girondo describió la maravilla de viajar a España en Semana Santa cuando vio por primera vez salir una cofradía en Sevilla hace exactamente un siglo: «De repente, las puertas de la iglesia se abren como las de una esclusa, y, entre una doble fila de nazarenos que canaliza la multitud, una virgen avanza hasta las candilejas de su paso, constelada de joyas, como una cupletista». Una catedral, un museo, un retablo, una talla, una calle o un palacio pueden verse en cualquier momento, pero un crucificado yéndose por un callejón que desemboca a la sebkas de la Giralda sólo tiene un instante. Dice también Girondo que «cuando el Señor aparece en la puerta, las nubes se envuelven con un crespón, bajan hasta la altura de los techos y, al verlo cogido como un torero, todas, unánimemente, comienzan a llorar». Porque este no es jamás un viaje a un espacio físico, sino a un rincón espiritual, a una experiencia transformadora. La torrija, el bacalao con tomate, la pavía, las espinacas con garbanzos y los potajes de vigilia acompañan a Cristo en su penitencia pública mientras se hace el silencio en los bares porque ya está llegando la Virgen de la Estrella. Se ha parado el paso pero la banda sigue tocando 'Amarguras' de Font de Anta. Los niños miran al cielo porque se le han escapado los globos al hombre que los vendía. Otros chavales piden cera al cortejo para agrandar la bola que empezaron hace unos años. En la taberna La Fresquita acaban de encender el incensario para acompañar la copa de palo cortado. Y el capataz llama a la cuadrilla, a los viajeros y las vírgenes consteladas de joyas con el grito que anuncia que ya está todo preparado: «¡Al cielo con ella!».
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