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Destinos / EL EMBRUJO DEL DESIERTO JORDANO POR EXCELENCIA

En el Wadi Rum en plan Huweitat

Día 08/10/2012 - 12.22h

La intención primera fue alcanzar un enclave que tiene una fantástica vista del atardecer. Había que correr. Mabug pisó a fondo el 4x4 por las pistas desérticas, toda una subida de adrenalina para el cuerpo. ¡Cómo corría el tío! Sin cinturón de seguridad de ningún tipo. Por supuesto llegamos a tiempo para ver el atardecer y hacer campamento. Los turistas llegados subimos a una montaña que aquí le llaman jebel. Desde su cima el sol se convirtió en un huevo frito para gigantes. Poco a poco se ocultaba entre los dentados jebeles. Fue un espectáculo absolutamente hipnótico.

El campamento estaba formado por varias jaimas. Mi grupo se quedó con una entera. Se colocan mullidas alfombras en el suelo para que sirvan de aislante y se provee a los visitates con todo tipo de colchones, almohadas y mantas. Una lamparita de aceite sirve para iluminar la estancia. El vecino cuarto de baño está perfectamente alicatado y aprovecha el agua de los manantiales; de hecho dicen que aquí está el agua más pura de toda Jordania. Definitivamente no se puede decir que las noches sean muy duras en el Wadi Rum. Todo lo contrario.

Este desierto está habitado por una etnia de beduinos conocidos como Huweitat. Son muy orgullosos por considerarse descendientes directos de Mahoma. Por supuesto también son muy hospitalarios. Lo pudimos comprobar al conocer al jefe, Zidane: tenía una mirada y una clase propias de un alto dignatario y su túnica era de un blanco impoluto. Así debían ser los monarcas, pensé.

Para cenar nos deleitaron con una riquísima barbacoa enterrada en la arena. Tienen una especie de torre con varias capas donde introducen en una las patatas, las cebollas y el pollo. Sabrosísimo, todo un triunfo local. Nos prepararon una hoguera para combatir el frio de la noche del desierto bajo un manto de estrellas y nos acompañamos de varios chupitos del licor griego ‘metaxa’, algunos tés y muchas risas.

A la mañana siguiente nos dedicamos a explorar el desierto, de nuevo con Mabug y su destartalado pero potente 4x4. El Wadi Rum es un desierto de moderna creación, donde se combinan grande peñascos y arena de colores muy variados. La mejor es una de un peculiar color rojizo. Este desierto debe parte de su fama a Lawrence de Arabia, ya que estuvo viviendo por aquí y junto al Emir Faisal apoyó la causa árabe contra los invasores otomanos.

Así que una de las visitas obligadas es a su casa. En realidad se trata de cuatro piedras y hay que hacer un esfuerzo de imaginación. Más interesantes resultan algunas inscripciones nabateas junto a otras árabes que hay en una garganta en la que después de aventurarme a subir por lo que parecía un caída de agua, tuve muchos problemas para bajar. En otra zona nos encontramos algunos frescos con camellos. Me sentía un auténtico aventurero.

Pero un aventurero cansado. No se puede olvidar que fueron dos auténticas palizas. La primera, escalar una duna grandísima y la segunda, subir hasta el manantial de Laurence tras escalar la montaña que destrozaba las rodillas. Lo único que encontramos fue un charquito, pero por lo menos la vista era impresionante.

El Wadi Rum sorprende muchísimo por sus paisajes para hacer fotos de postal. Hay una frase que utilizan muchos los locales: “deja sólo huellas, llévate sólo recuerdos”. Hay que preservar el entorno como lo encuentras para que el que venga en un futuro pueda disfrutar igual, sin duda una frase aplicable a todos los lugares del mundo. Traducción: por favor, no se lleven arena roja para meterla en un tarro en el salón de su casa. Donde luce es en el desierto, no junto a un televisor o en una chimenea.

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