ABC
Suscríbete
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizMi ABCABCRutas Y Escapadas
Vista nocturna del exterior del hotel María Cristina, en San Sebastián - hotel maría cristina
turismo

Siete tesoros de San Sebastián con sello internacional

Un paseo por esta ciudad permite contemplar la huella que han dejado diferentes países en sus calles y edificios

guía repsol
Actualizado:

Un paseo por esta ciudad permite contemplar la huella que han dejado diferentes países en sus calles y edificios

1234567
  1. Cobijo de reyes y actores

    Vista nocturna del exterior del hotel María Cristina, en San Sebastián - hotel maría cristina

    No se puede pasear por San Sebastián sin toparse a cada paso con las huellas de la Belle Époque, cuando la ciudad se convirtió en destino turístico de reyes e intentó emular el encanto parisino. Pero esa proximidad a la frontera con Francia no ha impedido que otros muchos países del mundo hayan puesto su granito de arena. Desde el palacio de Miramar, una auténtica casa de campo inglesa, hasta los pavos paquistaníes que habitan en el parque de Cristina Enea, las pruebas de que la capital guipuzcoana es cosmopolita son innumerables.

    Cobijo de reyes y actores

    Sus 136 habitaciones han acogido, con motivo del Festival de Cine de San Sebastián, a gran parte de la mitología de Hollywood, como Bette Davis, Elizabeth Taylor o Brad Pitt, sin embargo si por algo destaca el hotel María Cristina es por mantener aún vivo el ambiente de la Belle Époque. Fue el arquitecto francés Charles Mewes, responsable de los hoteles Ritz de París y Madrid, quien se hizo cargo del diseño de este señorial hotel construido a orillas del Urumea justo cuando el río alcanza su desembocadura. Desde su inauguración en 1912, el hotel María Cristina albergó a miembros de la aristocracia y de la realeza y durante la I Guerra Mundial fue centro de reunión de las clases acomodadas europeas (y nido de espías, según cuenta la leyenda). En los años 50, la creación del Festival de Cine donostiarra le dio una nueva vida igualmente glamurosa que dura hasta nuestro días.

  2. Villas románicas de estilo francés

    Paseo de Francia - txeluis/flickr

    Si no existiera el famoso paseo de la Concha, puede que éste fuera el lugar escogido por los donostiarras para darse una vuelta viendo y dejándose ver, pero ante esta competencia el paseo de Francia puede incluso pasar inadvertido al visitante. Gravísimo error. Este espacio verde, con cuidados jardines, tilos, palmeras, elegantes fuentes de estilo Wallace y siete palaciegas villas cuya arquitectura recoge influencias de los hoteles franceses de estilo barroco del siglo XIX, es una delicia para el caminante. El paseo y las villas se construyeron entre 1926 y 1927 en el espacio ganado al río Urumea tras su canalización, obra de ingeniería realizada entre 1920 y 1925. Así se crearon los 3.000 metros cuadrados de este parque limitado por un lado por el tramo de río que cortan los puentes de María Cristina (con cuatro obeliscos monumentales, en sus extremos que copian al puente de Alejandro III, de París), y Santa Catalina y, por el otro, por las villas alineadas en paralelo con éste. La primera de ellas, justo al lado de la estación del Norte, fue hasta los años 80 consulado de Francia. Los diplomáticos galos de la época estaban como en casa.

  3. Ingleses, contra viento y marea

    Cementerio de los Ingleses, Urgull - placida/flickr

    En el monte Urgull , justo en la ladera norte, la que se enfrenta desarmada al mar Cantábrico, un pequeño cementerio, casi oculto entre los árboles, recuerda contra viento y marea a los oficiales y soldados de la Legión Auxiliar Británica caídos en Guipúzcoa durante la primera guerra carlista. En el Cementerio de los Ingleses permanecen los restos mortales de los voluntarios que engrosaron la unidad enviada a España en 1835 al mando el general George Lacy Evans, veterano de las guerras napoleónicas que había luchado en Waterloo. Estas tropas se batieron en marzo de 1837 contra las del infante don Sebastián en el cerro de Oriamendi, pero también permanecen allí grabados los nombres, entre otros, del coronel Oliver de Lancey, muerto en Hernani, o el de Guillermo J. M. Tupper, caído en Ayete. El pintoresco cementerio fue inaugurado el 28 de septiembre de 1924, en presencia de la reina Victoria Eugenia, el embajador de Inglaterra y de las compañías y banda de música del buque británico Malcolm, fondeado en la bahía de la Concha para tan solemne ocasión.

  4. Una montaña rusa sobre el monte Igueldo

    Montaña rusa, Igueldo - hlanchas/flickr

    Corría 1911 cuando varios avispados caseros de Igueldo se unieron para crear la sociedad anónima Monte Igueldo y compraron el monte para crear un centro de ocio y recreo en su cumbre. Así empezó la historia de un parque de atracciones entonces singular y hoy vetusto pero no exento de su particular encanto (las vistas que ofrece de la bahía de la Concha tienen mucha culpa de ello). Los socios del parque viajaron en 1929 a la Exposición Iberoamericana de Sevilla y se trajeron de allí algunas de las atracciones. Probablemente la más famosa sea su Montaña Suiza , cuyas modestas rampas asoman en medio de un feroz traqueteo a la ladera del monte que se inclina al Cantábrico. ¿Pero por qué la de Donostia es una montaña suiza y no rusa, como casi todas las de su especie? Aunque la leyenda popular ha querido ver en su denominación cierta alergia del Franquismo por todo lo soviético, la realidad parece ser otra. Por definición, las montañas rusas tienen una estructura removible, para ser trasladadas de un sitio a otro, mientras que la estructura de la atracción de Igueldo se asienta sobre una plancha fija de hormigón. El culpable de su construcción, bien es cierto, se pierde en la memoria del tiempo, aunque hay quien dice que se trataba de un tal Heidrich y que incluso pudo ser, efectivamente, un ingeniero suizo.

  5. Victor Hugo estuvo aquí

    Una de las habitaciones de la casa de Victor Hugo - casa museo víctor hugo

    La casa donde habito es a la vez una de las más solemnes que miran a la calle y una de las más alegres que miran al golfo. (...) La casa donde estoy tiene dos pisos y dos entradas. Es curiosa y rara donde las haya, y lleva a su más alto grado el doble carácter tan original de las casas de Pasajes. En el verano de 1843 el escritor francés Victor Hugo cayó por casualidad en Pasajes. Viajaba a través de la zona occidental de los Pirineos y paseando por San Sebastián a través del monte Ulía se topó con este pueblo. Le gustó tanto lo que vio en este puerto de marineros que decidió alojarse una temporada en la que hoy se conoce como Casa Victor Hugo para escribir su libro de viajes Los Pirineos, con numerosos apuntes e ilustraciones sobre este pueblo. El genio francés de las letras se marchó, pero hoy queda allí una casa museo (lunes a domingo: 11:00 h a 14:00 h y 16:00-18:00), inaugurada en 1902, con una exposición permanente dedicada a su memoria.

  6. Tiburones de dos mares

    chalo84/flickr

    Con el impulso de la Sociedad de Oceanografía de Guipúzcoa, fundada en 1908, el Aquarium abrió sus puertas en 1928 en el edificio que Juan Carlos Guerra diseñó en el muelle donostiarra, justo en la falda del monte Urgull. Desde entonces, han sido muchos, millones, los visitantes y unas cuantas las remodelaciones que ha sufrido el centro. La más importante, la acometida en 1998, una ampliación de servicios e instalaciones espectaculares que se concretó sobre todo en la construcción de un inmenso tanque de 1.800.000 litros de agua atravesado por un túnel. Éste es el mejor sitio para observar a dos ilustres huéspedes, Txuri y Kontxita, dos tiburones toro llegados desde Miami y Sudáfrica que se han convertido en la mayor atracción del Aquarium.

  7. Un parque con plumas de Paquistán

    noemí rivera/flickr

    El de Cristina Enea es el parque más grande de San Sebastián. Se extiende sobre los terrenos que Fermín Lasala, duque de Mandas, donó a la ciudad a mediados del siglo XIX con la única condición de que permaneciese siempre en su estado originario. Tenía 78.979 metros cuadrados de extensión, de los que 993 estaban edificados. Había, y hay, palacio, capilla, cocinas, portería y dos casas más. Hoy los más nobles espacios los ocupa un centro de no menos nobles intenciones, el centro medioambiental de Cristina Enea, y por los jardines, entre una secuoya, cedros del Líbano y un ginkgo, campan a sus anchas especies protegidas como el sapo partero común o el ciervo volante, aunque las estrellas más visibles y vistosas son los pavos reales de origen paquistaní. La primera pareja llegó al parque en 1977 y desde entonces son todo un emblema del parque de Cristina Enea . Sobre todo, los machos que forman con sus plumas de colores dorados, azules y verdes un espectacular abanico de hasta dos metros de diámetro.

    Fuente: Guía Repsol