El garage de Basse estaba a rebosar de gente y vehículos, aunque había pocas posibilidades para elegir, concretamente dos: un gelli-gelli (algo parecido a un microbús) y un 'sept-place' (un vehículo familiar al que se le incluye una fila de asiento más para que quepan siete pasajeros). La cuestión es que ambos vehículos iban a Banjul, en el extremo occidental, el primero permite paradas en su trayecto y el segundo es directo, sin paradas ni para ir al baño. Así que apostamos por el segundo, pero cómo no, cobraban precio hasta Banjul, y con un incremento de más del 40 por ciento del precio real, por tan sólo la mitad del trayecto.
La decisión no fue fácil. Hubo gambianos que estaban indignados por los precios que nos estaban poniendo, y el evidente abuso que suponía. Mientras la cuadrilla del gelli-gelli nos prometían llegar a nuestro destino a un precio más bajo, pero que seguía siendo altísimo. El tiempo pasaba y los cinco pasajeros del 'sept-place' esperaban para a que se llenara con mi presencia y la de mi amigo, ya que los transportes no salen hasta que estén completos. Casi una hora después del circo que se había montado en la estación, y con casi medio pueblo observando, salimos dirección a la capital gambiana, con la condición de que ese sobrecoste fuera para que nos dejaran en Kuntaur.
Varias horas de viaje a través del interior gambiano por carreteras de arenas nos llevaron a Janjangbureh o Georgetown, tras cruzar el río Gambia con un transbordador pequeño en el que caben un par de vehículos y poco más. Por cierto que esta ciudad fue un chiringuito inglés para el comercio de esclavos. Algunos gambianos cobraron fama en la literatura, como el mandinga Kunta Kinte, protagonista de la novela Raíces, de Alex Haley. Pasado pocos kilómetros, apareció el desvío de Kuntaur y lo dejamos de lado.
La confusión me invadió y lo comenté con el chófer, así que paró en Wussa, a unos cinco kilómetros, para que nos apeáramos. Le expliqué que ese no era el punto en el que nos tenía que dejar. Todos los pasajeros insistían que el transporte era directo hasta Banjul y que no se podía pasar por ninguna localidad ajena al recorrido. Así que nos plantamos en el coche diciendo que no nos bajábamos hasta que nos llevaran a Kuntaur. Con la razón principal que éramos los que más habíamos pagado y habiendo dejado claro que nos tenían que dejar en ese destino.
Tras mucha presión y mucha paciencia todos los pasajeros convencieron al conductor para que nos llevaran. Según decían, nunca habían visto que un sept-place se desviara de la ruta por algún pasajero. Afortunadamente lo conseguimos.