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Destinos / EL EXQUISITO ENCANTO DEL PRINCIPADO SE PONE MUY A TIRO

Mónaco para estar de lujo

Visitar el Principado de Mónaco supone sumergirse en un mundo de excesos y derroches casi sin parangón en Europa, pero que es, a la vez, una experiencia sorprendente y deslumbrante para aquél que se atreva a adentrarse en el corazón del lujo en estado puro. La ciudad destila desmesura por sus cuatro costados, con yates imposibles y coches de alta gama por doquier. Pero Mónaco no es sólo un lugar para caprichosos multimillonarios, sino que es una mediterránea piedra preciosa con unas vistas al mar embrujadoras.

Día 08/10/2012 - 10.14h

Especial encanto tiene el amanecer, así como los paseos a la luz de la luna. Porque Mónaco es una ciudad en la que se vive la noche de una manera susurrante y tranquila. Ciudad segura donde las haya, en sus rúas se congregan dos tipos de turista: el que tiene el poder adquisitivo suficiente para participar de sus más que caras actividades y el espectador que se ha de contentar con ver desde fuera el deleite de una ciudad convertida en parque temático de las oligarquías europeas y las grandes fortunas mundiales. Urbe delicada y dedicada a las elites, se trata de un lugar limpio, cuidado pero socialmente muy inaccesible.

Rodeada de montañas y labrada por la historia, el Castillo Grimaldi y el Casino de Montecarlo son citas ineludibles. El primero es una de las construcciones más emblemáticas de esa parte de la costa francoitaliana, reducto monárquico entre repúblicas, de sobria belleza y que transmite el enorme peso de la historia. El segundo es hermoso por dentro y hermoso por fuera, situado en una plaza llena de Ferraris, Roll Royces y Bentleys, además de exuberantes mujeres. El paseo marítimo, el puerto y el estadio Louis II son, igualmente, parte obligada de la visita.

Siendo Francia e Italia a la vez, no es ninguna de las dos. Tanto el francés como el italiano son idiomas familiares en las calles monegascas y la influencia de ambos países es más que palpable tanto en la arquitectura y el urbanismo como en la gastronomía.

Sus precios son casi prohibitivos y lo que cuesta comerse una pizza con una cerveza puede llegar a sorprender. Sin embargo, no es habitual ver por sus calles al típico mochilero comiéndose un bocadillo de chorizo. En Mónaco se está con todas las consecuencias o no se está. Es por ello que para la mayoría de los mortales, lo más práctico es visitar Mónaco durante uno o dos días: el tamaño del principado, sobre todo de su parte más famosa, Montecarlo, los precios de restaurantes, cafeterías y actividades y la cuasi imposibilidad de ir 'a lo pobre', así lo dictan.

Lo mejor, pasear por sus calles, monumentales y bien cuidadas. Descubrir y asombrarse (tanto para bien como para mal) del elogio de la opulencia que guarda cada esquina es parte del encanto de la visita a Mónaco. Calles que, llegado el momento, se convierten en el circuito urbano de Fórmula Uno, donde cada día huele a Ayrton Senna, Fittipaldi y Michael Schumacher. Los amantes del deporte de las cuatro ruedas sentirán un cosquilleo especial cuando giren la 'Rascas' o atraviesen a pie el túnel: invirtiendo un poco más de tiempo que los Fernando Alonso, Lewis Hamilton y compañía, deslumbrarse con el sol tras la penumbra de luz artificial, como muchos ven cada temporada en las retransmisiones automovilísticas, tiene un sabor especial. Claro que lo tiene.

Situada en la ladera de una montaña, las vistas desde lo alto de Mónaco son, simplemente, espectaculares. Pequeña, caprichosa y coqueta ciudad a orillas de un tranquilo mar que le sirve de salado espejo: un capricho fabricado para unos pocos pero que es, sin duda, un buen libro a abrir para aprender acerca de la cultura occidental.

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