Sevilla, la ciudad que nunca dormía
La capital de Andalucía se enfrenta no sólo a los rigores de los termómetros sino a los prejuicios sobre el calor, más llevadero de lo que puede parecer
javier rubio
La heroica (y muy noble, muy leal e invicta, según reza en su escudo) ciudad dormía la siesta. Qué otra cosa podía hacerse en aquellos veranos de jipijapas, cubanas de hilo y trajes de mil rayas con brazaletes de luto. A la hora sexta, con ... el sol reverberando en las fachadas enjalbegadas de aquella Sevilla de daguerrotipo que dejó de existir después de la Guerra, lo mejor que podía hacerse era esconderse del sol.
El emperador Carlos, que se casó aquí mismo en el Alcázar con la infanta Isabel de Portugal, dejó dicha su preferencia por los veranos en Sevilla como Soria para los inviernos. Conocida es la anécdota de don Pedro Rodríguez de la Borbolla (abuelo del que fuera presidente de la Junta de Andalucía), quien se lamentó en público de no estar en Sevilla cuando supo que se habían rebasado los cuarenta grados a la sombra mientras ejercía de ministro de jornada de Alfonso XIII en la corte de verano de San Sebastián. Porque Sevilla no lucha solo contra el termómetro , sino contra un prejuicio que tiene precisamente en los cuarenta grados centígrados la barrera del calor grabada a fuego en el acervo colectivo.
Claro que Sevilla en verano es mucho más que calor . O precisamente es a pesar del calor, un enemigo contra el que es inútil combatir y resulta más inteligente rehuir. Entre otras razones, porque los cuarenta tampoco se alcanzan tan alegremente como equívocamente marcan los termómetros callejeros expuestos al sol. La ciudad tiene también muchos rincones donde sortear las espadas flamígeras de los rayos de sol : por ejemplo, las calles comerciales del centro se cubren con velas que dan sombra.
En el parque de María Luisa, sin embargo, la cubierta es natural, proporcionada por los árboles del jardín de los Montpensier que la infanta María Luisa legó a Sevilla. O en los jardines del Alcázar , majestuosos y escondidos tras los altos muros del palacio real en servicio continuado más antiguo de Europa. Cruzando la plaza del Triunfo, por el templete con que la ciudad agradeció a la Virgen haberse salvado del terremoto de Lisboa de 1755, está la montaña hueca de la Catedral , fresca con sus mármoles y su hálito frío de siglos.
Hay más sitios donde huir del calor: conventos e iglesias ofrecen compases, jardincillos y claustros donde refugiarse. Entre la ingente oferta (sólo superada por Roma), dos propuestas que se salen de los caminos trillados: el monasterio de Santa Paula y la iglesia de la Caridad , con los impresionantes óleos de las Postrimerías de Valdés Leal.
Y luego está la noche, que en tiempos ofrecía el único resquicio para escapar de las altas temperaturas. Si Nueva York es la ciudad que nunca duerme, Sevilla era la urbe que nunca dormía en verano hasta la popularización del aire acondicionado, que acabó con los cines de verano, las verbenas de los barrios y los colchones en las terrazas en pos de la fresca de la madrugada.
Para apurar el fresco, muchos hoteles ofrecen sus terrazas con impresionantes vistas a la Giralda iluminada para cenar o disfrutar de una copa mientras la ciudad va poco a poco, ahora sí, cayendo en el sopor de la noche.
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