Los Baños Árabes jiennenses son los más bellos del mundo en su género. Presiden el barrio de La Magdalena desde el siglo XI, cuando Alí destronó a un rey déspota y se dedicó a embellecer la ciudad. Sobre los baños se construyó en el siglo XVI el Palacio de los Condes Villardompardo, lo que provocó que estuvieran ocultos a la humanidad hasta su redescubrimiento en 1913. Un tesoro oculto con todas las de la ley. Un paseo por sus salas fría, templada y caliente supone un regreso a la época en la que el hombre fue la medida de todas las cosas.
Otra cuestión es la espléndida catedral, bandera indiscutible de la ciudad. Precisamente fue mandada construir en 1249 por orden de Fernando III sobre una antigua mezquita aljama. Sólo catedral y baños justifican una parada en Jaén. Sin embargo, si algo tiene esta tierra es el gusto por llenar estómagos, no sólo espíritus.
En pleno centro se encuentra El bodegón, un sitio de lo más característico. A primera vista es una tienda de comestibles. Te pides la chacina, clásicas patatas fritas o lo que se apetezca. Bajando una rampa está el bar, llenito de barriles y tocado con una luz tenue. La música quizás desentone, más a la altura de pub que de bar de tapas de toda la vida. Aquí se pide la bebida y se ofrecen cubiertos para degustar lo que se ha adquirido en la tienda. Ambiente de comunidad. Vuelve el concepto compartir. También la cerveza, que se pide por litros.;Nosotros tomamos un riquísimo lomo de orza que estaba en un bote con aceite. Allí mismo en la barra te lo ponen en un plato y si quieres le dan un golpe de calor en el fuego. Cayeron por mi parte varios Malaguitas, un gran vino para el aperitivo. El lugar tiene algo que engancha. Y más si como era el caso, estaba lloviendo a mares. El aperitivo se mezcla con el almuerzo mientras te sientes como en casa. Quizás ése sea el secreto de Jaén. Imposible sentirse incómodo entre sus paisanos. Llegó el turno para el jamón, atún y cómo no, algo muy típico jiennense: el paté de perdiz. Todo acompañado de muchos litros de cerveza y mucha conversación con todos los desconocidos comensales.
Siguiente etapa del aperitivo-almuerzo-merienda: El pato rojo, una marisquería con mucha solera. Aquí las tapas que dan con las cañas o vinos son todas del mar. La primera una de langostino, la segunda tocó mojama y con la tercera pulpo a la gallega. No podemos ni movernos con la cantidad de alcohol y de comida que llevamos en el cuerpo. Y no nos hemos gastado un dineral.
Hicimos un esfuerzo para darlo todo. Corresponder a Jaén. Llegamos al archiconocido 'El gorrión', una tasca del 1888 decorada con muchísimos cuadros de estilos muy variados. Ecléctico total. La estrella del local es un jamón encerrado en una vitrina de cristal que ha cumplido ¡90 años! Una auténtica momia. Dicen que el dueño del bar decidió dar la venia a este jamón como celebración de la finalización de la I Guerra Mundial. Existe otra versión más romántica aún si cabe: cuentan que durante la I Guerra Mundial estaba el dueño enseñando las bodegas a una rusa y de repente le calló una gota de grasa encima. Aprovechó el incidente para besarla, por lo que en agradecimiento a dicha gota decidió conservar ese jamón.
Mientras escuchaba estas historias probé el vino añejo, de fuerte sabor, pero inexcusable si se anda por estos lares. Lo acompañé de la apuesta ganadora, perdiz en salsa de trufa. Por supuesto, de postre unas aceitunas cornezuelos... En Jaén es facilísimo ser feliz con lo que en otros lugares forma parte tan sólo de la rutina. Es el cofre de los pequeños placeres domésticos.