La aldea entre España y Portugal que practicó una forma diferente de vida
En Rio de Onor solo una calle separa Portugal de España. En este pueblo se practicó hasta final del siglo pasado una forma de economía colaborativa observada con curiosidad e interés en los dos países
Doce preciosas aldeas históricas en la frontera de Portugal
Calles empedradas de Rio de Onor
En 1984, el antropólogo Jorge Dias publicó 'Rio de Onor, comunitarismo agropastoril'. Hizo famosa la historia de este pueblo peculiar, por su tradición de economía colaborativa, que sobrevivió hasta el siglo pasado, y por estar exactamente en la 'raya' entre Portugal y ... España. Está a 26 km de Braganza y a dos pasos, literalmente, de su vecino español: Rihonor de Castilla (Zamora). Ni siquiera hay una calle que separe ambos municipios, que por alguna razón, en el siglo XII, quedaron separados administrativamente.
De calles empedradas, tejados de pizarra y pequeñas casas hechas de roca y madera, en Rio de Onor se respira tranquilidad. Nunca ha sido una ciudad, pero actualmente tan solo quedan 50 habitantes, todos mayores. Allí viven, en este lugar apartado, junto al tradicional molino con el que elaboraban la harina, que no funciona desde hace 20 años, al igual que el horno comunitario en el que hacían pan.
El encanto del lugar es incuestionable. Además del molino y el horno de piedra, la casa del toro es otro de los lugares imprescindibles para visitar. Simbólica y representativa, recuerda la importante figura de este animal, que era escogido por los vecinos para la reproducción de su ganado, que pastaba cada día en los mejores prados sembrados con maíz, que también han desaparecido.
El pueblo es un ejemplo de sostenibilidad, en el área del Parque Natural de Monteshino. En su historia -hasta final del siglo XX-, todas las tareas y decisiones eran consensuadas y tomadas en conjunto. Cada día, un vecino hacía de pastor. A pesar de que los animales pertenecían de forma individual a los habitantes, estos iban rotando y se encargaban de que se alimentasen de la mejor forma posible. Además, figuras como el 'mordomo' eran fundamentales. Encargado de mantener el orden, en el caso de que se hubiera infringido una norma o ley local, las penas no se pagaban en dinero, sino en vino. La 'vara de la justicia' era consultada en cada reunión, y llevaba la cuenta de las faltas de cada familia: una pequeña raya marcaba una falta leve, mientras que un aspa conllevaba peores consecuencias, es decir, mayor cantidad de vino.
Rio de Onor desciende de los astures, pueblos celtas que viajaron desde el centro de Europa hasta el norte de España. Su cultura mantiene símbolos como sus características máscaras, que eran utilizadas en rituales de iniciación y festejos. Un lugar idílico con tradiciones entrañables que corre el peligro de caer en el olvido.
¿Qué es la 'raya', la frontera que no es frontera?
La frontera entre Portugal y España no representa ninguna barrera, todo lo contrario. Unos 1.214 kilómetros de norte a sur que constituyen un amplio punto de encuentro a cielo abierto. Por algo la gente habla de 'la Raya' ('la Raia', en portugués) y lo escribe con esa significativa mayúscula.
Podemos toparnos con trabajadores transfronterizos o personas que se propusieron dar el salto y adquirir una vivienda en el otro lado.
Esos empleados cambian de país de forma constante. Trabajan en un punto del vecino ibérico y regresan a casa por las tardes, a su tierra.
El objetivo es disfrutar de 'lo mejor de ambos mundos' porque Portugal ofrece unas ventajas y España otras. Sin ir más lejos, estos ciudadanos pueden hacer la compra donde les salga más rentable.
La Raya deja huella porque favorece un estilo de vida muy particular. De Badajoz a Elvas, de Valença de Alcántara a los dominios de Cáceres, de Ayamonte a Castro Marim, de Rio de Onor a la provincia de Zamora, de los lugares más cercanos a Lusitania (nombre que le dieron los romanos) en Pontevedra y Orense a Vila Nova de Cerveira y Viana do Castelo, de Vilar Formoso a la Salamanca profunda.
Como si fuera un único país, es así como actúan quienes acogen esta manera de ver las cosas. En efecto, el devenir cotidiano en las dos franjas de la Raya implica una cosmovisión distinta.
Hay quien va al otro extremo simplemente a correr un par de horas en un parque, hay quien compra ciertos productos en un pueblo próximo y retorna pasadas unas horas, hay quien no puede vivir sin este cruce de caminos y experiencias.
Esta es la idiosincrasia de la frontera que no es frontera, que marca a sus habitantes y los arrastra a la peculiaridad de otro ritmo, de otro talante, de otro flujo.
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