La torre invertida dentro de la tierra que alberga el mito del Pozo Iniciático de los templarios

Subimos por las sinuosas cuestas y llegamos a la Quinta da Regaleira , un conjunto de cascadas, grutas, lagos y edificios que parecen el refugio de unos hechiceros. El misterio se apodera del entorno y nos atrapa con su simbología esotérica.

La masonería, la alquimia, los templarios… todos aquellos fantasmas parecen salir al encuentro mientras nos asomamos al Pozo Iniciático , tal vez el lugar más enigmático de este laberinto que el millonario portugués Antonio Augusto Carvalho Monteiro (precisamente, caballero de los templarios) mandó poner en pie en 1900 gracias al diseño arquitectónico del italiano Luigi Manini.

Miramos hacia abajo e invocamos el vértigo. Es una torre invertida de 27 metros … dentro de la tierra. Bajo una humedad extrema, descendemos por la escalinata en espiral y el escenario se vuelve cada vez más inquietante. Grupos de 15 peldaños y nueve rellanos que evocan los nueve niveles del infierno de la «Divina Comedia», de Dante Alighieri… y a los nueve fundadores de la orden.

Pero, ¿por qué ese nombre de «pozo de la iniciación» que sorprende nada más acceder al recinto? La explicación hunde sus raíces en l os rituales masónicos para el ingreso en sus filas, es decir, el enclave se distinguía como su «hectárea cero» porque allí se daban cita los candidatos con los ojos vendados.

Tenían que bajar las 135 escaleras así, a ciegas, y con una espada junto a su corazón. Si eran capaces de completar el tramo hasta el final de la pendiente y volver a subir, entonces significaba que habían logrado atisbar la luz. De esta forma, conseguían la bienvenida al selecto club templario.

Obviamente, el Pozo Iniciático ya no está en uso, pero resulta irresistible aventurarse a emular aquel rito . Es una experiencia única y convierte la visita a la Quinta da Regaleira en una especie de antecedente de Manderley, cual «atrezzo» de Daphne du Maurier en su mítica novela «Rebeca».

Cuando ya estamos abajo del todo, nos aguardan unos angostos pasadizos, en la antesala del Portal de los Guardianes , de una coqueta Casa da Renacença o de la preciosa capilla.

No lejos de allí, más misterio. Sí, porque se yergue como un pequeño búnker del sosiego el Museo Ferreira de Castro , dedicado al legendario autor, cuyas novelas «Tierra fría» y «La selva» le han garantizado un rincón eterno en el alma lusa.

Una de las vitrinas encierra una caja que contiene decenas de cartas de amor enviadas o recibidas por el escritor. Y unas palabras suyas de 1974 nos subyugan desde la cubierta del envoltorio. Leemos de su puño y letra en portugués: «Cartas femeninas. Siempre me faltó coraje para reducir a cenizas este montón de sueños. Siempre me pareció una secreta crueldad. Nada tiene de sensacional. Pido, por tanto, como última voluntad que las conserven selladas por lo menos hasta el año 2050. Confío en la honradez moral e intelectual de aquellos por cuyas manos pase este volumen».

De modo que faltan tres décadas hasta que puedan abrirse esas misivas de la sensualidad. ¿Qué deseaba preservar o tapar el novelista durante todo este tiempo? La intriga permanece como un espejo de la propia esencia de Sintra.