SEMANA SANTA
Valladolid o Sevilla, la emoción contenida o la emoción desbordada
El periodista y escritor Carlos Aganzo describe dos formas de emoción, la del silencio, el desabrigo y la contención, y la del bullicio y el clamor popular
El sobrecogedor Cristo de la Luz, obra mayor de Gregorio Fernández
Ambas semanas de pasión, la de Valladolid como la de Sevilla, fueron pioneras en 1980, junto con la de Málaga, en la declaración de fiestas de interés turístico internacional. Las dos recogen un legado que en la Edad Media se celebraba en el interior ... de los conventos, y que salió a la calle en el siglo XVI, para cobrar pleno carácter en el XVII. Y que se refundó, después de una larga decadencia, entre finales del siglo XIX y principios del XX… hasta hoy.
Museo en movimiento
La Semana Santa de Valladolid es el principal acontecimiento cultural, tradicional, religioso y de atracción turística de la vieja capital del imperio, un deslumbrante museo en movimiento que representa, con absoluta fidelidad, los sucesos del prendimiento, la muerte y la resurrección de Jesús. Un extraordinario desfile de obras de arte que convierte a la ciudad, durante una semana larga, en un vibrante auto sacramental. 61 pasos, 42 de ellos incluidos en el catálogo del Museo Nacional de Escultura, en 39 procesiones, y acompañados por veinte cofradías, una de ellas (la Vera Cruz), documentada por lo menos desde el siglo XV, y cuatro más (las Angustias, la Piedad, la Sagrada Pasión y Jesús Nazareno), desde el XVI. A ellas habría que sumar la cofradía de la Santa Cruz Desnuda, de los franciscanos, que ya existía en el XIII. Su punto de máximo interés, el Viernes Santo, es la Procesión General, en la que desfilan, por riguroso orden cronológico, todos los pasos que ilustran la Pasión.
La plástica y el valor artístico de las tallas que marcharán en procesión son el principal emblema de esta fiesta, junto con el fervor silencioso con el que viven sus pasos los cofrades de la ciudad. La prueba viva de la alta expresión que alcanzaron los talleres de la imaginería castellana en el siglo XVI, enriquecida con nuevas aportaciones hasta la actualidad. Con dos nombres señeros a la cabeza: los de Juan de Juni y Gregorio Fernández. A los que habría que añadir otros seguidores suyos, como Andrés de Solanes, Francisco Fermín, Bernardo del Rincón, Francisco Díaz de Tudanca o Pedro de Ávila. Junto a las tallas de los extraordinarios cristos y vírgenes que protagonizan los pasos principales, otro de los signos de la Semana Santa vallisoletana es el de la representación de los personajes secundarios de la pasión. Sobre todo esos sayones, buena parte surgidos del taller de Gregorio Fernández, que animan la puesta en escena teatral con sus gestos, tantas veces groseros, siniestros y caricaturescos.
Buscando la imagen del esplendor, el Domingo de Ramos es posible admirar, durante la procesión de las Palmas a su paso por la calle Platería, el paso más antiguo de la ciudad: la Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén, el único que se conserva de los de 'papelón', es decir, que no está tallado en madera, a excepción de las cabezas, las manos y los pies de las figuras, sino con un entramado de telas y papel encolado.
El Martes Santo, en el Encuentro, se produce uno de los momentos de mayor emoción de la semana: la entrevista entre Cristo camino del Calvario y Nuestra Señora de las Angustias, precisamente en la calle de la Amargura. Tallada por Juan de Juni, en el rostro de la capitana del dolor el escultor dejó las trazas de un modelo que sería repetido después hasta la saciedad, con un poco de la remembranza de las madonas italianas y un mucho, según parece, de la expresión de la agonía de su propia hija. Más allá de Juni, no hay otro maestro como Gregorio Fernández en sus lecciones sobre la anatomía del dolor. Los ojos de cristal, la espina atravesando los párpados del reo, las uñas, los dientes de marfil, el sudor de la resina, el corcho de los coágulos de sangre, las coronas de espino naturales que él mismo trenzaba y colocaba sobre la cabeza de su criatura… el verismo dramático, la viveza absoluta de la Semana Santa vallisoletana, que pone los pelos de punta.
El Miércoles Santo está marcado por la espectacularidad del Vía Crucis procesional, con su interminable desfile de penitentes. Y durante el Jueves Santo, la tradición manda visitar al menos siete iglesias de las que permanecen, con sus puertas abiertas, mostrando los pasos que habrán de salir en procesión. Entre ellos, en su capilla del Palacio de Santa Cruz, de la Universidad de Valladolid, se encuentra otra de las maravillas del arte de este ciclo: el sobrecogedor Cristo de la Luz, obra mayor de Gregorio Fernández.
¿Dónde me miraste?
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«¿Dónde me miraste que tan bien me retrataste?», soñó Gregorio Fernández que le decía el propio Jesús al verse representado en su talla de El Señor atado a la columna, que desfila por las calles de Valladolid el lunes, martes, jueves y viernes santos. A lo que el maestro mayor de la anatomía imaginera le respondió: «Señor, en mi corazón». El verismo dramático de las imágenes de Jesús en los días de su prendimiento, pasión y muerte, preside, junto al silencio, la Semana Santa de Valladolid.
El Viernes Santo, a primera hora de la mañana los jinetes reciben de manos del arzobispo el soneto, compuesto cada año para la ocasión, que llama a los fieles a reunirse para escuchar las siete últimas palabras de Cristo en la cruz, y éstos salen a pregonarlo a caballo por diferentes puntos de la ciudad. A mediodía, miles de fieles se congregan en las gradas de la Plaza Mayor para escuchar el sermón de las Siete Palabras, con toda la circunstancia y la magnificencia del entorno, que recuerda los fastuosos autos de fe que se celebraron en este mismo lugar a lo largo de la historia. Por la tarde-noche, las veinte hermandades de Valladolid desfilan al completo, pasando también por la Plaza Mayor, donde las reciben las autoridades y el público: 33 grupos escultóricos en los que se representan, siguiendo con absoluto rigor las escrituras, los sucesos de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret.
Dolorosa de la Vera-Cruz (Gregorio Fernández, 1623), en Valladolid
Estos son, quizás, los puntos de máximo interés de una semana donde el espectador atento podrá descubrir infinidad de detalles, desde el paso de la única cofradía que desfila sin capirotes, la del Santísimo Cristo Despojado, hasta el gran farol con que marcha la cofradía de la Sagrada Pasión de Cristo, que recuerda la labor de los antiguos cofrades de ir a buscar a los huérfanos y expósitos para darles de cenar, pasando por los azadones de las Angustias, que evocan los trabajos de los hermanos ayudando a enterrar a los muertos. Y en total, 32 representaciones de Jesús, con la evidencia de que la Semana Santa vallisoletana es la que mejores interpretaciones e indagaciones ofrece sobre la figura del crucificado en todo el mundo.
Clamor popular
En Sevilla, la figura de Jesús, con el Gran Poder a la cabeza, sin duda está también magnífica y sobradamente representada. Pero si hubiera que elegir entre los misterios y los palios, entre las tallas de Cristo y las de la virgen María, sin duda la pugna la ganarían dos mujeres: la Esperanza Macarena y la Esperanza de Triana. Con todo, Sevilla ofrece una profusión de Semana Santa cuyo desbordamiento no tiene igual en ninguna otra parte del planeta: sesenta hermandades, setenta procesiones y más de cien pasos por el centro histórico y los barrios.
Salida de la Macarena enla Madrugá de Sevilla
En Sevilla las procesiones se viven en la calle, en el apretado cuerpo a cuerpo del bullicio ciudadano, pero también desde los balcones, esa versión exclusiva que puede llegar a ofertarse hasta por 20.000 euros para la semana entera. Porque otra de las características propias de la semana de pasión sevillana es que, con independencia del recorrido que cada paso sigue desde y hasta la iglesia que lo custodia, todos pasan indefectiblemente por la 'carrera oficial', ese itinerario común que comienza en la plaza de la Campana, sigue por Sierpes, plaza de San Francisco y avenida de la Constitución y termina en puerta de San Miguel de la Catedral, antes de salir por la de Palos.
Desde Andalucía se ha exportado a todas las semanas santas de España el término 'costalero', para hablar de los portadores de las imágenes, que deben soportar el peso protegidos por un costal o saco almohadillado que se coloca sobre la cabeza y cae por la espalda. Algunas de las grandes imágenes que desfilan en Sevilla son obra de los más destacados maestros de la escuela barroca andaluza, desde Juan Bautista Vázquez el Viejo hasta Felipe de Ribas, pasando por Juan Martínez Montañés, Juan de Mesa, Andrés y Francisco de Ocampo, José de Arce, Francisco Ruiz Gijón o Pedro Roldán y su hija Luisa, la Roldana. Esplendor en las tallas, pero también en la orfebrería y en los bordados de los mantos de las vírgenes y las bambalinas: verdaderas obras de arte.
El Domingo de Ramos ofrece algún aliciente extraordinario, como la salida de la hermandad de la Hiniesta, del siglo XV, de la iglesia de San Julián. Y el lunes Santo es la ocasión para escuchar a los Cantores de Híspalis, naturales del barrio del Polígono de San Pablo, cantar al paso del misterio sevillanas y saetas, o para apreciar la conjunción de la banda de las Cigarreras con el paso tan particular de los costaleros que portan el misterio del Soberano Poder.
¡Al cielo con ella!
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Es un sonido de resonancia universal. «¡Guapa, guapa y guapa!», en el grito del pueblo enamorado. Y «¡Al cielo con ella!», en la voz de los costaleros, en cada levantá de la Esperanza Macarena. Aunque caminan detrás, en Sevilla los palios de la Virgen parece que fueran un paso por delante de los misterios de Cristo. Dicen los sevillanos que uno no puede marcharse de este mundo sin haber visto al menos una vez pasar a la Macarena por su barrio. El punto culminante: la Madrugá.
El Martes Santo es el día del desfile por San Lorenzo de la hermandad del Dulce Nombre, popularmente conocida como la Bofetá, y para el Miércoles Santo es mejor buscar sitio donde poder ver pasar a la cofradía del Baratillo, vinculada al mundo del toreo, o al Cristo de la Salud y la Virgen del Refugio por su barrio de San Bernardo, un arrabal que fue de corralones taurinos y que hoy es un barrio residencial que mantiene el vínculo de la Semana Santa con la tauromaquia. Los bares de la calle Ancha no dejan de tirar cervezas al paso de los más de dos mil nazarenos que desfilan con el Cristo, o con la Virgen, cuyo andar evoca la nobleza y la gracia del paseíllo por la Maestranza.
El espacio mágico de la Madrugá
Aunque estuvo un tiempo sin salir, el espectacular misterio de la Exaltación o de los Caballos volverá este año por las calles de Sevilla el Jueves Santo. Sin embargo, el punto culminante de la Semana Santa sevillana será una vez más ese espacio mágico de la Madrugá, entre jueves y viernes santos: la sucesión de doce pasos a lo largo de doce horas de procesiones, en un auténtico espectáculo de arte, movimiento y fervor. Quizás la emoción más grande de toda la semana se produce cuando vemos a la Macarena pasar dando luz al atribulado Jesús de la Sentencia, escoltado por la centuria romana, con toda su historia y su proyección universal a cuestas. Solo un alarde de intendencia nos permitiría ver pasar alrededor de las 7 de la mañana a la Macarena, por la plaza de San Pedro, para poder después asistir al espectáculo, a partir de las 9, del regreso de la Esperanza de Triana a su barrio, cruzando el puente. Dos reinas mayores que coinciden en el punto más alto de la devoción. Y con las que comparten su dolor de Viernes Santo dos cristos veneradísimos también en Sevilla y en Triana: el Jesús del Gran Poder, tan primorosamente tallado por Juan de Mesa, y el Cachorro, obra de Ruiz Gijón al que el papa Francisco insiste para que se deje llevar al Vaticano para desfilar ante los devotos de Roma…
La Canina
El Viernes Santo es también momento para otras emociones, tocando ya el final de la semana sevillana, como el paso de la Carretería por el barrio del Arenal. Y aún quedaría algún instante único el Sábado Santo, con el paso de la hermandad completa del Santo Entierro y la espeluznante presencia de la Canina, la muerte con su guadaña vencida por la vida de la cruz, en la versión de Cardoso de Quirós de 1691. Casi punto y final antes del Resucitado, el domingo. La oportunidad de descubrir la seducción de la capital andaluza en una de sus semanas más intensas de todo el año. La fiesta única de las largas trompetas de plata, las túnicas de seda y los cirios «en hormiguero de estrellas, festoneando el camino», la apoteosis del embriagar los sentidos, que decía Manuel Machado.
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