de sotres al naranjo
«El pequeño pueblo encajado en los Picos de Europa al que siempre vuelvo»
Sebastián Álvaro, histórico director de 'Al filo de lo imposible', escritor y aventurero, nos traslada a sus paisajes preferidos del norte de España
Sebastián Álvaro
«La belleza celeste de los Picos de Europa», como fue descrita, atrapó la curiosidad y la pasión montañera de alpinistas, cazadores y viajeros desde mediados del siglo XIX. Luego el talento literario y el afán científico de unos pocos románticos, que recorrieron con curiosidad ... y asombro las zonas más abruptas de la cordillera cantábrica, dieron a conocer el entorno más bello y salvaje al sur de Europa. De los relatos de aquellos pioneros surgiría una temprana pasión por aquellos paisajes que terminaría de unir el conocimiento, la cartografía, el utilitarismo práctico, la minería, y el Sentimiento de la Montaña. Pero fue esa belleza celeste, que sigue siendo igual de fascinante, la que me atrajo en multitud de ocasiones, a los valles y montañas de Picos de Europa. Aquellos viajes a Picos, en tiempos en los que salir fuera de España no estaba al alcance de jóvenes universitarios, siempre quedaron en mi baúl de los recuerdos. Pero fueron ellos los que avivaron mis ansias de querer saber más e impulsaron las siguientes grandes expediciones a cordilleras muy lejanas. Aquellos primeras incursiones a Picos de Europa -que entonces eran auténticas aventuras- quedaron para siempre enredados en mi cabeza y en mi corazón.
De benasque al aneto
«Por qué el Pirineo es el principio y el fin de todas las montañas»
Eduardo Martínez de PisónComencé caminando, descubriendo valles y ríos, pueblos y aldeas, de mi querida Asturias, a la que siempre estaré ligado por mi madre, asturiana, que muy pronto me enseñó a amarla. Primero lombas suaves y los paisajes más humanizados, lugares tradicionales a los usos agrícolas y ganaderos. Y por último, la zona más agreste y salvaje, antaño refugio de alimañas y guerrilleros, en la que suceden leyendas de contrabandistas y pastores, mezcladas con historias de alpinistas modernos y de exploradores que cartografiaron las cumbres de montes perdidos para poblarlas de razón y ciencia. Caminando y escalando llegué a aldeas de pastores y cazadores, enclavadas en lo más profundo de los Picos de Europa, que ya eran conocidos por los romanos como Monte Vindio (Monte Blanco), por la tonalidad de sus calizas. También conocí a sus gentes y pude comprobar la incuestionable certeza del historiador cuando afirmó: «Es cosa común entre ellos la valentía, no sólo entre los hombres sino también entre las mujeres. Son fieles a la amistad (…) y montan extraordinariamente bien sus magníficos caballos«; aquellos reconocidos equinos, los asturcones, que aún pueden verse por los prados y que ayudaron a vigilar las fronteras más lejanas del imperio romano.
Algunas antiguas calzadas romanas se internaban en lugares tan remotos como el Cares y la aldea de Sotres. Llegar allí es sentir una profunda conmoción. Sotres es un pequeño y pintoresco pueblo encajado en lo más profundo de Picos de Europa, al que viajo siempre que puedo para realizar caminatas y escaladas pues, junto a Bulnes, es el lugar de partida para iniciar algunas de las mejores ascensiones, como el Naranjo o el Torrecerredo (2.650 m), la cumbre más alta del macizo. Caminar por las estrechas calles de Sotres, hermosas y decoradas con tiestos en los balcones, rodeada de prados y montañas agrestes, o charlar con los amigos de 'Casa Cipriano' de aventuras y escaladas, inevitablemente me lleva a recordar los días en los que dormíamos al pie del coche con nuestros sacos de dormir. Las primeras veces que nos adentramos en aquellos abruptos valles, mientras las nieblas se enseñoreaban de nuestro camino y nos desvelaban, poco a poco, sus fantasmales agujas, torreones y corredores nevados, supuso para mí una nueva forma de peregrinaje. Aquella sensación de prodigio, que emana una naturaleza salvaje y arrebatadora, nunca podré olvidarla. Luego pude seguir las huellas de los pioneros en aquellas montañas que se mantienen magníficas y grandiosas. Entre otras reconstruimos la primera escalada del Naranjo de Bulnes, que la realizó en 1904 Pedro Pidal junto a Gregorio Pérez, llamado 'el Cainejo' por ser natural de la aldea de Caín. La conquista de una montaña tan 'imposible' vino a simbolizar el nacimiento del alpinismo de dificultad en España.
Pedro Pidal era cazador y dejó escrito que «aquel paisaje era el más dantesco y aquellos senderos en 'ziszás' el más escabroso y alarmante. Por esa canal endiablada, os encontraréis con una peña colosal, tallada a pico por sus cuatro costados. Esa peña, el más célebre pico de los Picos de Europa, es el Naranjo de Bulnes«. De aquella atracción surgiría una de las más grandes aventuras y el Naranjo, también conocido como 'el Picu', se convertiría en un símbolo de la escalada, pues aúna la atracción de la belleza y soledad de la alta montaña y la intimidadora provocación del dulce abismo. Son placeres sólo al alcance de escaladores avezados pues las paredes verticales del Naranjo no permiten una ascensión fácil. Luego lo sobrevolamos en globo aerostático y volamos en parapente desde su cumbre. La última vez que estuve en su cima fue con un grupo de enfermos de esquizofrenia a los que ayudamos a hacer realidad el sueño de sus vidas. Allí, rodeado de amigos, observando la cercanía del Cantábrico mientras las agujas y cumbres sobresalían de un mar de nubes, pude sentir, como dice la canción »la fuerza del viento del norte y esa bravura que viene del mar«.
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