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Las pasarelas que llenan de turistas uno de los pueblos más bonitos de España
En los últimos treinta años Alquézar (Huesca) ha triplicado su población, tras la restauración del pueblo y el éxito de los barrancos en la sierra de Guara o de la ruta de las pasarelas en el río Vero
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Hace treinta o cuarenta años en Alquézar (comarca del Somontano, Huesca) apenas quedaban un centenar de vecinos, muchas casas estaban en ruinas, y el cauce del río Vero, encajonado a los pies del pueblo, era ese sitio donde los jóvenes (pocos) iban a darse un baño cuando apretaba el calor. Una senda que empezaba cerca de la plaza les llevaba entre piedras y arbustos allá abajo, entre recovecos frescos y solitarios. Una de las pozas donde chapoteaban era también la presa que alimentaba la central hidroeléctrica -ya cerrada- que allí se instaló aprovechando un viejo molino harinero del siglo XV.
Seguramente, ni los empleados de la central ni los jóvenes que se zambullían entre los cárcavos ni por supuesto las tropas musulmanas que por aquí iban de Alquézar a Barbastro (el mismo camino que luego utilizaron las aragonesas en la reconquista) pudieron imaginar nunca la multitud de turistas que llenan cada fin de semana las calles de un pueblo completamente rehabilitado, reluciente bajo el sol de junio. Muchos van con traje de baño, para hacer uno de los descensos de cañones más populares y asequibles del Pirineo. Y otros muchos se dirigen directamente a la entrada de la vieja senda, junto a la plaza y el Ayuntamiento, donde con el curso de los años fue creciendo una de las rutas de pasarelas entre cañones más populares de España.
La Ruta de las Pasarelas tiene tres tramos bien diferenciados, que en total requieren algo más de dos horas de esfuerzo llevadero, aunque en los días de mucho calor conviene medir bien las energías, la reserva de agua y el ritmo, además de llevar buen calzado y crema solar. El primer tramo es el descenso por el Barranco de la Fuente desde Alquézar al río. En el segundo ya empezamos a pisar las pasarelas metálicas que sustituyeron en 2003 a la vieja estructura de hormigón que usaban los empleados de la central a mediados del siglo XX. El tercero es el más moderno, inaugurado en 2015, donde las pasarelas se elevan entre cinco y veinte metros sobre el cauce de Vero.
El cañón se extiende unos nueve kilómetros desde el nacimiento del río Vero, en Fuente de Belarra (Lecina), hasta este punto, aunque el recorrido entre recovecos que hacen los turistas de las pasarelas metálicas tiene en realidad poco más de un kilómetro. Dice nuestro guía que la naturaleza ha necesitado siete millones de años de agua, hielo y erosión para abrir este tajo tan abrumador en la roca, un sistema único de galerías, cuevas y cañones que es una referencia europea de los aficionados a los barrancos, sobre todo de los franceses, que descubrieron la sierra de Guara a final de los años 70 del siglo pasado. Cada fin de semana, muchos se lanzan al agua en Rodellar, y otros aquí, en el Vero, más asequible.
Los turistas de las pasarelas descubren en cambio un paisaje de almendros, enebros, sabinas; de litoneros, higueras y saúcos, que agradecen la humedad de los cañones. Al final del primer descenso, justo antes de subir al camino de metal, vemos también rusco, una planta que no tiene hoja, sino un tallo extendido en forma de hoja que da pie a la confusión. Y en las paredes que nos rodean se confunde la caliza de origen marino, cuando hasta aquí llegaba el mar, y los conglomerados de origen fluvial.
Hay quien ve una contradicción -los más conservacionistas- entre tantos millones de años de naturaleza y las 120.000 personas que cada año pisan estas pasarelas (quizá 1.500, entre la pasarela y el cañón, este mismo sábado que realizamos nuestro recorrido). Hay otros, sin embargo, que miran Alquézar a principio de los años 80, cuando el pueblo agonizaba en un cerro olvidado, bajo la mirada omnipresente de la Colegiata de Santa María la Mayor, y ve en ese turismo la razón del renacimiento del pueblo.
Al final de la pasarela hay una puerta cerrada que impide hacer el recorrido en sentido contrario. Y luego un mirador que acabará en la carpeta de fotografías de todos los móviles. En el horizonte, allá arriba, Alquézar, ocre, pluscuamperfecto. En la zona central el último tramo de las pasarelas, y a la derecha, las paredes del cañón. Pero el mirador no es el final. Faltan otros veinte minutos de subida por una pista de tierra hasta el pueblo. No es difícil, aunque siempre hay quien necesita más de una parada de avituallamiento antes de llegar a las terrazas y la cerveza fría.

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