De cuevas a ermitas: 'catedrales' asombrosas bajo la tierra de Burgos

Un recorrido por los tesoros más profundos del norte de Burgos, con el Monumento Natural de Ojo Guareña como estrella de la visita

Ermita rupestre de San Tirso y San Bartolomé juan carlos muñoz

Mar Ramírez

En el Alto de la Peña, la encina sagrada dejó de ser lugar de reunión del concejo en 1616. Bajo la sombra de su amplia copa y con vistas panorámicas de la burgalesa merindad de Sotoscueva, la imponencia del árbol centenario hasta entonces había ... ayudado a dirimir los asuntos del municipio, compuesto de 25 núcleos de población.

El nuevo lugar de reunión no se encontraba lejos, bajo la peña, en un abrigo rocoso que ya había sido utilizado por el hombre desde tiempos ancestrales como atestiguan sus restos arqueológicos. Era donde manaba el agua mágica de Ojo Guareña, capaz de hacer ver en la oscuridad a quien lavara sus ojos con ella.

Milagro o no, conviene entrar con los ojos bien abiertos en la ermita rupestre de San Tirso y San Bernabé, para contemplar el precioso templo en la roca junto al que se ubicó la sala de reuniones del Ayuntamiento.

Sus paredes están cubiertas de frescos con escenas del martirio de San Tirso, romano convertido al cristianismo, mártir de gran devoción entre los pasiegos. Fueron pintados en 1705 por un artista desconocido. Habrían de pasar casi 200 años hasta que los milagros atribuidos a San Tirso y San Bernabé en estas tierras quedaran representados en los coloristas murales añadidos, a modo de viñetas, sobre la roca del templo, desde entonces advocado a ambos santos.

La magia que encierra la ermita rupestre se prolonga 400 metros a través de la cueva de San Bernabé. Los primeros pasos por su oscuridad son apenas un atisbo de la presencia humana que desde el Paleolítico ha habido en el complejo kárstico de Ojo Guareña, uno de los mayores conjuntos subterráneos de roca caliza del mundo.

Cuevas para todos los gustos

El sistema de Ojo Guareña reúne un panorama de galerías, cuevas y grandes salas a través de 110 kilómetros de longitud cartografiados en seis niveles, que acogen hasta un río que discurre a 60 metros de profundidad. Es un laberinto que atrae a espeleólogos de todo el mundo y donde hasta un príncipe celta, en el siglo VI, quedó atrapado en su oscuridad impulsado por la ambición de encontrar el agua milagrosa.

Cueva Palomera Ricardo Ordóñez

La cercana cueva de Palomera, con su enorme apertura en medio del robledal, situada a un kilómetro del aparcamiento de la ermita, invita a sumergirse a placer en la geología y valores naturales del complejo kárstico (con 34 especies únicas) sin necesidad de ser un experto. Guiados y orientados exclusivamente por la luz del casco, basta con recorrer 1,5 kilómetros, admirando sus dimensiones y formaciones, hasta entrar en la base de la imponente sima Dolencias, con numerosos grabados en proceso de investigación y cuya apertura al exterior se divisa a 54 m sobre la cabeza del visitante.

El segundo de los recorridos por Palomera (reservas en www.merindaddesotoscueva.es) necesita de cuatro horas para, caminando 2,5 kilómetros, llegar hasta la descomunal sala del Cacique o el museo de Cera, así denominado por sus curiosas formaciones de estalactitas y estalagmitas. Irremediablemente resultan cavidades fascinantes, tanto más al saber que se camina por donde también pisaron los neandertales.

Cueva de Fuentemolinos

Animados por estas primeras experiencias subterráneas conviene atreverse con la espeleología. Para ello la cueva de Fuentemolinos, en la sierra de la Demanda, es el lugar perfecto para iniciarse. Se halla junto al viejo complejo minero de manganeso de Puras de Villafranca, la mina más antigua de España y donde se obtenía el mineral más puro conocido, que incluso llegó a utilizarse en la fabricación del Titanic.

La cavidad, aunque de acceso angosto por una gatera de seis metros, bien merece la pena por sus espectaculares paleoformas que se remontan 35 millones de años de historia geológica de la Tierra, cuando se formó la cueva. Caminando por la galería y esquivando el río que discurre por su lecho las espectaculares formaciones de sus paredes dejan a cualquiera boquiabierto, gracias a la amena explicación de los guías expertos de la empresa Beloaventura.

La aventura bajo tierra se puede prolongar por otras dos galerías de Fuentemolinos, pero requiere de más experiencia y buena forma física para abordarlas.

Una vez al exterior es momento de disfrutar entrando a las bocaminas del antiguo complejo minero hoy rodeado de bosque. Los romanos también supieron de su riqueza mineral y las explotaron para utilizar los tonos marrones y violáceos del manganeso para colorear el vidrio.

Paisajes bajo tierra Los raíles cruzan Mina Esperanza, en Olmos de Atapuerca. Sobre estas líneas, a la izquierda, la entrada a Cueva Palomera. A la derecha, la cueva de Fuentemolinos.

Donde todo empezó

Los romanos también sabían de la riqueza de hierro al norte de la sierra de Atapuerca, donde se halla la mina Esperanza (minaesperanza.com). Una extraordinaria montaña de hierro entre rocas calizas del municipio de Olmos de Atapuerca.

Su explotación minera se detuvo hace casi medio siglo y desde hace 7 años es una fantástica opción para practicar turismo industrial. Recorriendo sus 200 metros en las entrañas de la montaña se observan las galerías y la dura faena que el minero desempeñaba para extraer el mineral de las rocas. La sala de distribución, conocida como la Gran Caverna, es en la actualidad un tesoro dentro de un mineral. Aloja un museo con minerales de todo el mundo y una didáctica explicación del aprovechamiento que la humanidad hace de ellos.

Casualmente, trazando la vía de ferrocarril para hacer llegar el hierro hasta los altos hornos de Vizcaya para separar el mineral de la roca (tiene una pureza del 30%), se descubrieron los valiosos restos de homínidos de Atapuerca.

A un paso de la carretera A-1, entre los pueblos de Tornadijo, Cubillo del Campo y Hontoria de la Cantera, se hallan las canteras de Hontoria de donde se extrajeron las blancas calizas con las que se levantó la catedral de Burgos. Además del cercano monasterio de las Huelgas burgalés también puede distinguirse la luminosidad de sus piedras formando parte de otros 302 monumentos, entre ellos las catedrales de Palencia, León y Vitoria.

Se hizo la luz

La riqueza en carbonato cálcico de la roca (96-98%) le confiere esa luminosidad que hoy en día, al acudir a las visitas turísticas de la iniciativa Patrimonio de la Luz (patrimoniodelaluz.com), irradia, incluso bajo tierra, la propia roca formada hace 80 millones de años bajo el mar. Las enormes dimensiones de la explotación en la galería la Catedral sirvieron para la entrada de camiones del ejército, ya que fue usada como polvorín durante la guerra civil, y hoy la hacen semejarse a una catedral de roca tallada.

No menos espectacular es la galería El Pozo, que estuvo 1.300 años en explotación y aún guarda las últimas señales de su aprovechamiento con la mecanización, mediante las marcas de los taladros. Aquí, donde viven siete murciélagos, es de donde salieron las piedras que fundamentan los Nuevos Ministerios de Madrid. Unas canteras que en sí son un auténtico paisaje monumental oculto bajo tierra.

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