Los 'Cristos del Terror' de Burgos, Orense, Fisterra y Palencia
Sus cuerpos están hechos con piel animal, pelo humano, fragmentos de astas y emanaban sangre
El espectáculo de campanas que es Patrimonio de la Humanidad y está a solo 20 minutos de Sevilla
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Cientos de cofrades, costaleros y penitentes, acompañados por el silencio o al son de tambores y cornetas, envueltos por aromas de inciensos e iluminados por cirios y velones, tomarán las calles de los pueblos y ciudades españolas durante la Semana Santa. Llevarán en pasos ... y tronos imágenes religiosas para celebrar y recordar la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, y entre ellas, algunas singulares y únicas, como son los medievales y articulados Cristos.
Son el testimonio vivo de las teatralizaciones que se realizaban en la Edad Media. Y fueron concebidos de una forma diferente, con movimiento en sus cabezas, cuellos, brazos, codos, manos y pies, para que así pudieran realizar durante las procesiones y oficios litúrgicos tres escenas: la crucifixión, el descendimiento y el santo entierro.
Proliferaron a partir del Concilio de Trento, en 1563, y son muchos los que el viajero descubrirá a lo largo y ancho de nuestra geografía. Entre otros, el Cristo de los Gascones, en Segovia; el de Vera Cruz, en Salamanca; el riojano de Laguardia; el valenciano de la Sangre, en Liria; el palentino de Santa María la Real, de Aguilar de Campoo; el lucense de Vilabade o los extremeños de Pasaron o Aldeanueva.
Pero existen cuatro que pertenecen a un grupo iconográfico diferente. Aparecen en el siglo XIV, son de estilo gótico y de autoría anónima, aunque su procedencia podría estar en Alemania. Todos están marcados por la misma leyenda, que fueron realizados por Nicodemo y hallados por marineros en el mar. Y son únicos porque, además de poseer la capacidad de mover los codos, brazos, manos, pies, cuello y cabeza, gracias a engranajes, están confeccionados con piel de animales: de vaca y carnero, pelo humano para el cabello, barba y bigote; fragmentos de asta para las uñas de los dedos, una sofisticada policromía; y calabazas huecas en su interior, que se llenaban de vino o sangre animal para que pareciera que sangraban durante sus procesiones y rogativas. Y el viajero los descubrirá en Burgos, Orense, Fisterra y Palencia.
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El 'Señor de Burgos'
«Hay en este libro diez y ocho muertos resucitados; diez y ocho cojos y mancos sanos; onze enfermos restituidos a la salud…», se puede leer en el libro de los 'Milagros del Santo Cristo' de Burgos -realizado en el siglo XVI-, que se guarda en el archivo de la Catedral de Santa María, donde se custodia y venera al llamado 'Señor de Burgos'. Son algunos de los portentos realizados, a los que habría que sumar los que vivieron los peregrinos y se extendieron por el Camino de Santiago, cuya imagen del crucificado llegó a la catedral en 1836 procedente del desamortizado convento de los Agustinos Ermitaños.
Según la leyenda -recogida por los procuradores burgaleses en el capítulo general de la Orden de los Ermitaños de San Agustín en el siglo XV-, un mercader burgalés viajó a Flandes encomendándose a Dios y ofreciendo traer un regalo a su vuelta a los agustinos. Cuando retornaba, halló en el mar un cajón en el que se hallaba la imagen que fue entregada a los monjes cumpliendo así su promesa.
La talla, de dos metros de altura, está realizada con madera y piel de vaca, pelo humano en cabello, barba y bigotes, trozos de asta para las uñas y tiene en su interior lana picada como relleno y póstulas para provocar regueros sanguinolentos, así como articulados, además de los brazos, su cabeza, manos y pies.
De su culto, prodigios y leyendas se hicieron eco viajeros literatos como Jacobo Sobieski en su obra 'Viajes de extranjeros por España y Portugal' en el siglo XVII o Davillier en su trabajo 'Viaje por España' en el siglo XIX. Y como descubrirá el visitante, a la entrada de su capilla hay dos grafitis medievales, una de una concha y otro de una espada, y en el altar donde esta ubicado, singulares exvotos, cuatro huevos de avestruz traídos por un comerciante medieval burgalés.
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El Señor de la Ciudad de As Burgas (Orense)
Ya lo dice el dicho: «Tres cosas hay en Orense que no las hay en España: el Santo Cristo, el Puente y las Burgas hirviendo agua». Y es que hasta las aguas termales de la capital gallega, siempre según la tradición, tienen su origen en la orensana catedral de San Martín, más concretamente en la barroca capilla donde se venera al Santo Cristo de Orense.
La talla, de dos metros de altura, esta realizada en madera y piel animal. Posee pelo humano en cabello, barba y bigote; astas en las uñas de manos y pies y muestra una sobrecogedora expresión en su rostro, con una gran boca abierta, expirando el último aliento de vida.
Según algunos cronistas, guarda en su interior una reliquia: un trozo de la soga con la que habían atado al nazareno. La leyenda cuenta que fue hallado por unos marineros en el interior de un arcón que flotaba en las aguas de la Costa de la Muerte, y la historia nos dice que llegó al templo de la mano del obispo don Vasco Pérez Mariño, procedente de su pueblo natal, Finisterre. No en vano, las semejanzas entre el Santo Cristo de Orense y el Santo Cristo de Finisterre han hecho pensar que ambas fueron creadas por el mismo autor o que una de las dos es copia, desconociéndose cuál es la original.
Su historia esta repleta de portentos y prodigios, de singulares creencias, como la de que cada cierto tiempo un peluquero le cortaba el pelo que le crecía, así como tradiciones, entre ellas la de dejar jaulas de pájaros junto al mismo durante las novenas. Y no es el único que el viajero podrá conocer, hay otro más: una réplica, de menor tamaño, que se guarda y venera en la iglesia de San Pio X y que es el que se procesiona, para proteger el genuino, en Semana Santa.
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El Cristo de la Barba Dorada (Fisterra )
«Finisterre, peñón gigante hincado en el hondo mar, cuya cima se levanta, al cielo como un altar. Finisterre, costa brava, que llaman de la muerte, el Santo Cristo nos valga para pasarla con suerte. Santo Cristo de Finisterre, enclavado en un madero, a quien invocan fervientes el patrón y el marinero, líbranos de los peligros, en el mar como en la tierra», afirma el himno del Santo Cristo de Finisterre, conocido como el Cristo de la Barba Dorada -no por el color de la misma, sino por la creencia de que le crece-, que se guarda y venera en la Iglesia de Santa María de las Arenas en Fisterra.
La imagen, de dos metros de altura, esta realizada en madera y con piel de animal, pelo humano en cabello, barba y bigotes, así como fragmentos de asta en uñas de manos y pies. Según la leyenda fue hallado por unos pescadores que, mientras estaban faenando, observaron cómo la tripulación de un barco lanzaba su carga en pleno temporal. Entre los objetos que flotaban en las aguas oceánicas, los marineros descubrieron un arcón y, al llegar a tierra, en su interior, la imagen del Cristo.
Es lo que afirma la tradición, aunque, como hemos explicado antes, la historia nos dice que llegó de la mano del obispo Vasco Pérez Mariño y está relacionado con el Santo Cristo de Orense, siendo un misterio quién realizo ambos. Una talla rodeada por numerosos milagros, entre ellos los conocidos como 'sudores de sangre' -episodios sanguinolentos provocados por el mecanismo interno que hacía emanar sangre del cuerpo- y devoción como muestran los rezos y cantos que fieles, peregrinos y marineros le dedican: «Santo Cristo de Fisterra. Santo Cristo de Barba Dorada. Dame fuerzas para pasar desde Laxe a Toruiñan»» o «Santo Cristo de Fisterra. Santo Cristo da Barba Dourada. Veño de tan lonxe terra, Santo por te ver a cara». El Domingo de Resurrección es uno de los procos crucificados que sale en procesión y su paso esta repleto de rosas que son entregadas a los enfermos en los hospitales.
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El Santísimo Cristo de las Claras (Palencia)
«Este Cristo español que no ha vivido, negro como el mantillo de la tierra, yace cual la llanura, horizontal, tendido, sin alma y sin espera», escribió el ilustre Miguel de Unamuno sobre el Santísimo Cristo de las Claras, también llamado Cristo de la Buena Muerte, el único que, a diferencia del resto, no es un crucificado, sino yacente.
Se guarda y venera desde hace cinco siglos en el Monasterio de las Claras de la ciudad de Palencia, donde el dramaturgo José Zorrilla ubicó la trama legendaria de Margarita la Tornera. Custodiado en urna de cristal, la imagen, que mide un metro y medio de largo, esta realizada en madera y con piel animal, pelo humano en su cabello, barba y bigote, fragmentos de asta en sus uñas, y posee en su interior una calabaza hueca que provocaba regueros sanguinolentos por las heridas de su cuerpo.
Su rostro, de gran expresividad, con el rictus agónico de la muerte, llegó a sobrecoger hasta al rey Felipe II cuando lo visitó, quien afirmó: «Si no tuviera fe, creyera que este era el mismo cuerpo de Cristo que había padecido al arbitrio de la malicia, pero sé y creo que resucitó y esta es su imagen, pero tan parecida que estando difunto le retrata vivo».
Según cuenta la leyenda fue hallado en el siglo XIV por Diego Alonso Enrique, Almirante de Castilla y Capitán General de la Armada, cuando navegaba por el mar Mediterráneo. Ante su barco apareció un singular fuego fatuo, o de San Telmo, pero al acercarse contemplaron que en realidad era una urna de cristal que emitía un resplandor, descubriendo ya en el barco el Cristo que había en su interior.
Como sigue contando la leyenda, al llegar a puerto el Almirante decidió que fuera llevado a Palenzuela escoltado por caballeros y soldados, pero al llegar a Reinosa, al castillo que fue monasterio de las clarisas, los animales que lo transportaban se pararon, decidiendo no continuar, lo que fue tomado como una señal divina, siendo trasladado hasta el Monasterio de Santa Clara de Palencia.
Un Cristo que ha marcado con dos milagros la historia de la capital palentina: el primero se produjo en 1659, cuando libró de una plaga de langostas a la ciudad y, el segundo, en 1966, cuando las monjas clarisas escucharon un gran estruendo en el convento descubriendo que su cabeza se había ladeado y los brazos y manos, cruzados en el pecho, se habían extendido y puesto en los costados, tal y como hoy lo contemplan todos los que acudan a su capilla.
Tras los Cristos de Leyenda
Así que, si tiene la oportunidad, amigo lector y viajero, en Semana Santa no lo dude y ponga rumbo a tierras castellanas y gallegas para descubrir estas cuatro imágenes, tapadas con una falda de terciopelo desde la cintura hasta las rodillas, que varía su color en función del tiempo litúrgico, con sus brazos articulados sujetos por clavos, los pies superpuestos y fijados al madero con otro clavo; sus cuerpos de piel animal con la cabeza ladeada sobre el hombre derecho y el pelo, de cabellos humanos, cayendo sobre este, con la boca y ojos medio abiertos.
Cautivan y sobrecogen, y son, no solo un misterio, el que desprenden, sino el legado de la fe medieval en pleno siglo XXI. Catalogados o etiquetados como 'Cristos Siniestros', 'Cristos del Terror' o 'Cristos de la Peste', en realidad son 'Cristos de Leyenda', historia viva, parte de nuestra España mágica.
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