Las Cárceles del Terror de Matarraña
Lóbregas, angostas, húmedas, insanas, quienes eran encerrados en ellas, inmovilizados con cepos, grilletes y cadenas, sometidos a castigos, sin apenas comida y agua, sabían que nunca más volverían a ver la luz del sol
Pueblos y paisajes de Teruel que muestran la belleza de la España vacía
FRAN CONTRERAS
Matarraña -ubicada al este de la provincia de Teruel, limitando con tierras valencianas y catalanas, en el Bajo Aragón- es una de las comarcas más fascinantes de nuestro país, de referencia en la España Mágica. Sus pueblos atesoran historia, arqueología, arte, naturaleza, gastronomía ... y leyendas. Un rico patrimonio natural y cultural en el que el viajero encontrará un gran abanico de propuestas. Y entre ellas, una ruta singular y estremecedora, desconocida por muchos, que recorre nueve prisiones rurales, en las que durante tres siglos estuvieron presas, y terminaron sus vidas, cientos de personas. Es la Ruta de las Cárceles de Matarraña, la Ruta de las Cárceles del Terror.
Fueron construidas en el siglo XVI y utilizadas hasta el siglo XIX. Nacieron en un momento clave de la historia; cuando desaparece el feudalismo -el dominio de los nobles señores, de la iglesia y las ordenes militares religiosas- y comienza el gobierno del pueblo, el municipal y la creación de las Casas Consistoriales. Edificios señoriales que tenían salones para las reuniones del Concejo, archivo para los escribanos, lonjas para los mercaderes, y cárceles, en las que no se cumplía condena, sino que servían como calabozos para custodiar a los delincuentes, cárceles preventivas o procesales en las que los reos esperaban su juicio y veredicto final. Los grandes pueblos de Matarraña, comarca alejada de los centros de poder y grandes ciudades como Zaragoza o Valencia, tuvieron su Casa Consistorial, y en ella, o junto a la misma, su cárcel.
Como descubrirá el curioso viajero al recorrerlas, la gran mayoría tienen el mismo diseño. Están estructuradas en una o dos plantas con, entre dos y cuatro estancias, dispuestas incluso a diferentes alturas para aprovechar el poco espacio existente. Una siempre a la entrada, con una pequeña ventana enrejada al exterior, la vivienda del carcelero, y el resto alejadas de la puerta principal, todas ellas comunicadas por angostos pasillos o escaleras separadas por grandes portones de madera y herrajes con cerraduras o travesaños. Cárceles en la que el preso era ubicado en función del delito cometido o del poder económico que tenía, la capacidad de comprar a los carceleros. Donde se les inmovilizaba con cepos -dos maderas unidas por piezas metálicas que sujetaban brazos y piernas, e incluso el cuello-, así como con grilletes y cadenas, portando sambenitos aquellos que habían sido acusados de delitos religiosos, y que, en el mejor de los casos, tenían una letrina.
Le adelanto, amigo lector, que es difícil no sentir un escalofrío y estremecerse al recorrer los sombríos pasillos y estancias de estas cárceles imaginando el infierno que vivían los reos: aislados por completo, en soledad, sin luz y ventilación, rodeados por sus orines y excrementos, el terrible hedor de los mismos, sin apenas agua y alimentos, esperando días, semanas, meses y años, si llegaban con vida, su juicio, a ser juzgados. Y es que en aquel tiempo el castigo empezaba al ser encerrados, no solo con la privación de la libertad, sino con el tormento psicológico y físico. Un infierno que inmortalizó de forma magistral y denunció con su obra, en sus grabados, el ilustre pintor Francisco de Goya. Tres estampas de agua fuerte tituladas 'Tan bárbara la seguridad como el delito', 'La seguridad del reo no exige tormento' y 'Si es delincuente que muera presto', conocidas como 'Los Prisioneros', pertenecientes a la serie 'Los desastres de la guerra', en las que criticaba la tortura judicial y carcelaria. Arte que también hallaremos en los muros de las cárceles turolenses. Y es que, en todas ellas, en sus paredes, aparecen decenas de grafitis presidiarios. Signos, símbolos, nombres, frases, todo un rosario de representaciones que son, no solo un mensaje de otra época y realidad, sino un testimonio cultural, arqueológico y antropológico excepcional, de un valor sin igual, único en España y Europa.
Cretas, La Fresneda, Fórnoles, Fuenteespalda, Mazaleón, Monroyo, Peñarroya de Tastavins, Ráfales, Torre Arcas, Torre del Compte, Calcite y Valderrrobres son las localidades que forman la Ruta de las Cárceles del terror de Matarraña. Todas albergan su propia historia e historias, singularidades y peculiaridades, nos descubren un sombrío pasado no tan lejano y sobrecogedor que a nadie deja indiferente. Estas los más destacadas:
La Fresneda, la 'Cárcel de las Escaleras'
Alberga dos cárceles. La primera en la calle Mayor, junto a la Casa Consistorial. Tiene dos plantas y tres estancias, la primera destinada al carcelero, las restantes como calabozos que se encuentran en un pozo que alcanza los siete metros de profundidad comunicados por agujero en el suelo. La segunda esta dentro de la Casa Consistorial, de una planta, atesora numerosos grafitis presidiarios en paredes y suelo.
Ráfales, la 'Cárcel del Pozo'
Ubicada junto a la Casa Consistorial, en la plaza Mayor, tiene una estructura similar a la cárcel de La Fresneda. De dos alturas, comunicadas por una estrecha escalera, posee tres estancias excavadas en el suelo, una la vivienda del carcelero y dos calabozos, uno encima del otro, a los que se accede por un agujero en el suelo. En las paredes del superior se conservan grafitis presidiarios y las cadenas de los reos.
Fuentespalda, la 'Cárcel de la Torre'
Situada en pleno casco antiguo, en la calle Honro, a diferencia del resto cárceles no se encuentra en la Casa Consistorial sino en una de las torres defensivas de la antigua muralla. Fue utilizada como cárcel hasta el siglo XIX, como se deduce del cartel que hay en la entrada: «Cárcel Publica». Se accede por una puerta ojival que lleva directamente a la estancia -de planta cuadrada, cinco metros de lado y una pequeña ventana al exterior-, que hacía las veces de calabozo, que conserva los grilletes y cadenas de los presos.
Valderrobres, la 'Cárcel de los Capellanes'
Se encuentra junto a la Puerta de San Roque y el Puente de Piedra, en la Avenida de la Hispanidad, en los sótanos de la Casa Consistorial. Esta declarada Bien de Interés Cultural. Conocida como 'Cárcel de los Capellanes', utilizada hasta el siglo XIX, siendo cárcel 'del partido', albergaba varias estancias-calabozos, de los que solo se conserva uno. No fue la única, también hubo otra cárcel en el castillo, que dependió del arzobispado de Zaragoza a la que entraban reos con delitos religiosos.
Mazaleón, la 'Cárcel de los Grafitis'
Ubicada en la plaza de España, en la Casa Consistorial, es una de las más grandes y sorprendentes. Tiene dos plantas y en cada una de ellas un calabozo. La baja, a la que se accede por una puerta adintelada, de pequeñas dimensiones, completamente aislada, cubierta de maderos con suelo de tierra, conserva el cepo de madera original con el que se inmovilizaba a los reos y una pilastra de ladrillo rectangular con un orifico que se utilizaba como letrina. La superior, a la que se llega por unas escaleras, conserva en sus muros más de un centenar de grafitis presidiarios; representaciones de siluetas de manos, aves y embarcaciones -símbolo de libertad-, puñales, cuchillos y pistolas -algunas con la firma de su autor 'esta la hizo Joaquín Dolz'-, figuras femeninas de grandes faldas, calendarios -de rayas verticales y horizontales que marcaban el paso del tiempo-, e incluso nombres, como el de Miguel Collado, y frases, 'por pesetero estuvo Fco. Vives preso 12 meses'.
Peñarroya de Tastavins, la 'Cárcel del Carcelero'
Situada en la plaza de España, en la antigua Casa Consistorial, es considerada como una de las más tétricas. Tiene tres estancias distribuidas en una sola planta. La primera, con una pequeña ventana al exterior, era la destinada al carcelero. Las otras dos, los calabozos, unidos por un estrecho pasillo excavado en la roca, con el suelo de tierra y cubiertos por bóvedas de sillería, conservan las argollas de los reos.
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