Estamos en la capital de Dalmacia. La vida en Split gira indisolublemente en torno a La Riva, su paseo marítimo. Los restos del frontal de un gran edificio rectangular a modo de muralla y con vistas al mar esconden una ciudad con gran encanto y posibilidades. Si bien es verdad que Dubrovnik se lleva toda la principal fama y aplauso de quien recorre la costa croata, Split se antoja un destino ineludible. Sus mercadillos de frutas, pescados y ropa atrapan al turista en un ambiente de otra época. Los croatas son gente vitalista y con ganas de agradar, y en Split tienen muy claro que su ciudad debe ser un balcón abierto a todo tipo de culturas.
Es fácil encontrarse en el interior del Palacio de Diocleciano unas clases gratuitas de bailes de salón mientras se disfruta de la agradable cerveza del país, vulgo'pivo' (muy recomendable la Karlovacko). Pida una "dobro pivo" allá donde vayan y no se equivocarán, junto a las escaleras que rodean una plaza que bien podría trasladarte a la antigua Roma. Columnas, bellos capiteles, calles a dos alturas entre restos de lo que fuera la antigua ciudad, guiños a Venecia con ventanas, balcones o leones alados (los años de dominación veneciana aún son palpables). Una ciudad con indudable encanto. Después de una ruta a pie, sorprenden sus cuidadas y adoquinadas calles, las innumerables tiendas, los puestos de fruta cortada y la dignidad de algunos ciudadanos que a pesar de conocer la pobreza la disfrazan en forma de mercadeo ofreciendo lo mejor de su arte y habilidad para no ejercer la mendicidad. Desde el ganchillo a las postales, pasando por una balanza romana para pesarse y darse cuenta de que la excelente calidad y variedad de la comida croata ha podido hacer mella en nuestra figura. Mejor así.
Split se divisa hermosa por sus cuatro costados desde lo alto de la torre de la Catedral de Domnio, a la que se accede por un sinfín de escaleras. Merece la pena llegar casi sin aliento y serpentear por el interior de la estructura de la torre dejando las campanas debajo de nuestros pies. Las kunas (moneda croata) fluyen por la ciudad porque es imposible resistirse a la innumerable oferta para el turista que verá mermada su cartera pero aumentada su felicidad, por poner un ejemplo, tomándose su refresco favorito en un palco con vistas al mar. Concentraciones moteras, salidas de cruceros, pubs y restaurantes abiertos hasta la madrugada, conciertos, esculturales mujeres... Imposible aburrirse en Split de día y mucho menos iluminada de noche.
A Split hay que descubrirla a través de sus recovecos. Accedemos al casco histórico a través de la llamada Puerta de Bronce para descubrir los cimientos del palacio que durante siglos sirvieron de auténticos vertederos. Seguimos adelante: aparece un Baptisterio que antes fue un templo dedicado a Júpiter y un sinfín de palacios y callejuelas. Todo parece encantador: desde asistir a un atardecer del Adriático apostado en el mítico Café Vidlica a pasear por el cementerio, ubicado en lo más alto de la Península de Marjan.
Los amantes del baloncesto bien recordarán aquella fantástica Jugoplastika que asolaba Europa barriendo a sus rivales y ganándolo todo en los 80, con aquel terrible equipo amarillo que integraban Kukoc, Radja o Divac... nada menos. Historia del baloncesto y cuyo pabellón no muy lejos del centro histórico sorprende por su sencillez. Las llaves sólo las tiene el director, así que si no están entrenando los chavales de la cantera o está ausente el mandatario te quedarás sin ver dónde jugaba aquel mítico y ya extinguido conjunto yugoslavo (sí, entonces era yugoslavo). Así es Split, como aquel equipo de baloncesto orgullo de la ciudad: rápida, dinámica, creativa, brillante y vibrante.