La Sierra de Alfaguara, naturaleza pura y el misterioso sanatorio de Berta Wilhelmi, a un paso de Granada
A casi 1.500 metros de altitud, en la cumbre de un paseo saludable, están a la vista los restos de un hospital para tuberculosos creado por una filántropa de raíces alemanas
Visitas guiadas a la «Granada mágica y misteriosa»
Granada
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Iniciar sesiónGranada está rodeada de espacios naturales preciosos. Sierra Nevada es sin duda el más conocido, pero hay otros muchos, y además están más cerca. Uno de ellos es la Sierra de Alfaguara, el lugar donde nace el río Darro, ese que da agua al ... magnífico pan de Alfacar y que, ya en la capital, vierte sus aguas en el Genil para seguir camino hacia el Guadalquivir. Un lugar mágico, de vegetación exuberante y no exento de historias misteriosas, para darle aún más empaque.
Enclavada en el Parque Natural de Huétor, lo cierto es que la Sierra de Alfaguara vale para todo. Muchos aficionados a la escalada aprovechan sus escarpados picos tanto para iniciarse como para crecer en sus habilidades. Gente menos adepta a las emociones fuertes pero que tiene ganas de disfrutar de un ambiente saludable, se pega buenas caminatas entre pinos y gozando del silencio y la ausencia de humos. Paseos que bien pueden terminar en las áreas recreativas y en algunos restaurantes allí dispuestos.
Uno de las rutas más recomendables es la que corona el antiguo sanatorio de enfermos de tuberculosis que fundó Berta Wilhelmi, un lugar ahora abandonado, aunque también preservado para que no haya allí más expolios de los que por desgracia ya se han producido, en el que se respira un aire de lo más puro –su ubicación, dada la enfermedad de sus ocupantes no fue casual- desde el que la mayor parte del año se ven al fondo cumbres nevadas y del que se cuentan historias y leyendas que todavía asustan a los más susceptibles.
Hay varias formas de llegar, ésta es sólo una de ellas. Entre Alfacar y Nívar hay una carretera que asciende casi sin parar, sortea las rocas por las que se pirran los escaladores y desemboca en una pista forestal, no muy cómoda pero transitable en coche. No hay una señalización clara, así que hay que estar atentos. Unos tres kilómetros más allá hay una cadena que cierra un camino aún más empinado y ya sin asfalto ni nada que se le parezca. Lo suyo, si se va allí en coche, es parar en las cercanías. Casi siempre hay otros vehículos, lo que, además de dar una pista, proporciona seguridad.
El siguiente paso es transitar por ese caminito ascendente, rodeado de pinos que protegen del calor en verano y oxigenan el ambiente en todo momento. Tras ascender unos 15 minutos se llega a un cruce de caminos. Hay que tirar a la izquierda y como cien metros más allá, a la derecha. Es posible perderse, pero normalmente hay gente por allí, andando o en bici de montaña, y ya se sabe que los amantes del campo gustan de ayudarse.
Si se sigue bien la ruta, diez minutos más tarde se llega al destino, el antiguo sanatorio, del que en realidad queda poco más que el esqueleto. Pero aun así impone en lo alto del cerro y apoderándose del llano en el que se asienta. Y sobrecoge mucho más cuando se conoce, aunque sólo sea por encima, su historia. Hora es ya de contarla, o por lo menos esbozarla.
Berta Wilhelmi, aunque nacida en Alemania, vivió desde los 12 años en Granada, donde ejerció de educadora, empresaria y filántropa. Es conocida por cosas tan vanguardistas por entonces como crear en 1912 una escuela mixta en Pinos Genil, muy cerca de la capital, municipio al que además donó 600 libros para crear una biblioteca pública.
En 1920, cuando ya era una persona respetada y admirada en su entorno, decidió crear el Sanatorio de la Alfaguara, un hospital a 1.489 metros de altitud que abrió sus puertas en 1923 y desde sus inicios estuvo destinado, fundamentalmente, a personas con escasos recursos económicos. Ella vivió para ver cómo allí recibieron tratamiento hasta 58 enfermos que de otra forma habrían encontrado una muerte segura.
Ella falleció 1934 y su obra sobrevivió poco tiempo más. Llegada la Guerra Civil, los enfermos fueron evacuados a Granada y el hospital se transformó en cuartel. Después volvió a tener esporádicamente un uso médico gracias a la iniciativa de su continuadora, Helene Brickman, pero en 1974, cuando la tuberculosis ya era, por suerte, una enfermedad con mucho más margen de curación, el sanatorio cerró.
Entre medias, en las décadas de los cincuenta y sesenta, el espacio tuvo un uso religioso, porque allí vivieron monjas que lo utilizaron como lugar de recogimiento y actos espirituales. La tuberculosis ya no era enfermedad que provocara rechazo en los demás y, por añadidura, tenía mucho más margen de cura, así que recuperar el sanatorio quedó descartado.
El edificio quedó expuesto y abundaron allí los actos de rapiña. Que convivieron con la irrupción de historias sobre supuestas apariciones de personas que habían muerto allí –y a las que habían quemado en el crematorio dispuesto especialmente para ellos, algo que hasta tiene su lógica porque era poco higiénico y peligroso transportar desde allí restos mortales de personas que de todas formas nadie iba a reclamar- y sobre todo de un cura que habría trabajado en el lugar.
Por allí siguen todos ellos, a decir de aficionados al esoterismo y a las psicofonías que de vez en cuando acuden al lugar. El Ayuntamiento de Alfacar se hizo cargo de la situación de deterioro en 2019 e hizo algunas obras de conservación y «puesta en valor» del edificio que en ningún caso favorecieron su acceso, por otra parte empresa baldía, sino que se centraron sobre todo en conservar lo que quedaba y apuntalarlo para que no cediera al paso de los años y la soledad.
Ahora, delante de lo que queda del sanatorio, tres paneles explican su bonita historia. No son pocos los que visitan el lugar, y llegados a la fachada los más expertos, o los que han escuchado de primera mano sus historias, se las narran a los recién llegados. Se perpetúa así un legado que no tiene visos de quedar nada más que en eso, en una bonita visión del pasado. No parece viable que el sanatorio tenga una nueva vida en los próximos años, así que sus fantasmas, si es que existen, pueden seguir vagando tranquilos por allí.
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