Los 10 pueblos más bonitos de Granada para visitar en invierno: ¿cuáles son?
La provincia no se limita a la belleza de su capital o de los más conocidos pueblos de la Alpujarra; es posible y deseable apreciarla en todos sus rincones
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Guillermo Ortega
Granada
Siempre es buen momento para visitar la provincia de Granada, aunque también es cierto que, cuando el calor aprieta de verdad, en algunos sitios no se está del todo a gusto, por utilizar una expresión generosa.
No obstante, ahora llega el invierno, los termómetros ... bajan y la provincia sigue siendo igual de bonita. No es exagerado decir que en su totalidad, aunque también es verdad que hay pueblos que resultan más atractivos. En esta lista van diez que son poco menos que obligatorios. No están todos los que son, pero son todos los que están.
Puebla de Don Fadrique
Ubicada al noroeste, no sólo supone el límite geográfico de la provincia sino también el de la comunidad andaluza, porque linda con Murcia. Está enclavada en la comarca de Huéscar –otro municipio recomendable, ciertamente- y a través de carreteras de montaña se puede acceder incluso a Albacete, que pertenece a Castilla-La Mancha.
Curiosidades aparte, la Puebla de Don Fadrique es atractiva por varios motivos. Por lo pronto, está enclavada a más de 1.100 metros de altitud, lo que garantiza que incluso en verano, al menos a primera hora de la mañana, la temperatura es tolerable. En invierno hace frío, pero es un frío seco y sano, de ese que se quita con capas de ropa.
Es muy agradable pasear por su casco histórico, bien conservado, y detenerse en monumentos como su iglesia principal, consagrada a Santa María de la Quinta Angustia, del siglo XVI, de estilo renacentista. Y por supuesto mezclarse con la gente local, tranquila y sencilla.
Los poblatos, que tal es su gentilicio, son algo más de dos mil y pese a vivir a casi dos horas de la capital, son bastante cosmopolitas porque La Puebla es puerta de entrada a Andalucía y está acostumbrada al trasiego de gente. De hecho, muchos conductores y transportistas aprovechan la ruta que allí se inicia y que finaliza en Font de la Figuera, ya en la comunidad valenciana, porque el ahorro de kilómetros respecto a la costa es considerable.
Obviamente hay que disfrutar de su gastronomía, y ahí el cordero segureño, una raza autóctona, es el rey indiscutible, seguido de las migas y otros platos contundentes. Degustar esas exquisiteces es una recompensa perfecta después de transitar por los bellísimos parajes que hay en los alrededores, entre los que destacan por encima de todos los Collados de la Sagra, con picos a más de dos mil metros donde es habitual ver nieve.
El Valle
Es un municipio que engloba a otros pequeños núcleos poblacionales llamados Restábal, Saleres y Melegís y que, en su conjunto, forman el núcleo principal del Valle del Lecrín, una zona mucho menos publicitada que la Alpujarra pero que tiene en común con ella su exuberante naturaleza y su indudable atractivo.
Escapar al Valle del Lecrín garantiza una tranquilidad que pocos sitios pueden ofrecer en Andalucía. Abundan los frutales –las naranjas son formidables- y, gracias al clima que combina la suavidad de la cercana Costa Tropical con la altura, que en las cotas más altas supera los mil metros, hay también aguacates y castañas, fruto este último al que se le dedican unas populares fiestas a finales de octubre.
Descansar y disfrutar del silencio es sin duda una buena idea, pero darse un largo paseo por los numerosos senderos de la zona es algo todavía mejor. Probablemente en ese aspecto se lleva la palma la ruta del Barranco de Luna, en Saleres.
Discurre no ya junto al río Saleres sino en ocasiones dentro del mismo. Para hacerla hay que ir equipado con botas de agua o cualquier cosa que permita no terminar empapado. El agua llega hasta las rodillas, así que no hay peligro de corrientes y es un trazado apto para todos los públicos. Es más, los niños lo disfrutan horrores.
Es una zona, por lo demás, donde resulta fácil encontrarse con habitantes llegados de otros países. Se mezclan sin problemas con la gente local y en cierto modo hay que estarles agradecidos porque de lo contrario esos pequeños pueblos, donde abundaban las casas en ruinas, habrían desaparecido. Con su esfuerzo ha sucedido todo lo contrario y ahora vuelve a haber vida y actividad. Tiendas hay pocas, pero si se está atento se podrá escuchar por las mañanas la furgoneta que trae el pan, el pescado y la carne a los puntos menos accesibles.
Almuñécar
Parecería más lógico hablar de Almuñécar en verano, pero es que en invierno también es muy disfrutable. Si no hace calor suficiente como para pegarse un baño en sus playas, un paseo por la orilla tampoco viene nada mal. Y playas no faltan: están Velilla, Cotobro o El Muerto, en el pueblo; La Herradura, en la pedanía que lleva ese nombre; Cantarriján, ya lindando con la provincia de Málaga, sólo por poner algunos ejemplos. Almuñécar tiene 19 kilómetros de costa, hay para elegir.
Muchos chiringuitos permanecen abiertos todo el año y están menos concurridos, mientras que a los hoteles les pasa tres cuartos de lo mismo y encima hospedarse suele ser más barato y no hay que ajustarse a esa premisa de reservar por lo menos durante una semana.
Sin ser una ciudad especialmente monumental, tiene elementos bastante interesantes. Las vistas desde lo alto del Peñón del Santo merecen la subida a pie. El castillo de San Miguel preside un casco urbano interesante y oculta en su parte inferior una sorpresa: los restos de la fábrica de salazón que hicieron famosa a esta tierra en el siglo IV antes de Cristo, cuando no se llamaba Almuñécar sino sexi.
Los alrededores están llenos de posibilidades, como las que ofrecen los vecinos acantilados de Maro, y por lo demás es casi obligatorio aprovechar la visita para degustar unos espetos de sardina o cualquier otro tipo de pescado mediterráneo.
Castell de Ferro
Sin abandonar la costa, alejándose de la Costa del Sol y buscando la de Almería, el viajero se topa con Castell de Ferro, un núcleo poblacional dependiente del municipio de Gualchos que en 2023 ha puesto de actualidad Víctor Erice, que grabó ahí parte de la película que ha supuesto su retorno a la dirección cinematográfica, 'Cerrar los ojos'.
Y la verdad es que algunas de esas escenas logran reproducir la calma que transmite un pueblo de 3.000 habitantes censados que en verano multiplica su población pero que cuando se va el calor se queda con los de siempre y, pese al frío, se vuelve cálido a su manera.
Lo presiden los restos de un castillo árabe que ofrece un aspecto un poco decadente pero a su manera hermoso. A lo mejor si recuperara su imagen primitiva, cosa difícil porque ni siquiera se sabe a ciencia cierta en qué época fue erigido, el paisaje cambiaría a peor.
Bajo su escueta sombra hay un pueblo marinero que sabe de guerras pasadas, como la rebelión de los moriscos en el siglo XVI o la de la Independencia contra las tropas francesas en el XIX, que vivió de lo que le daba el mar hasta que llegó el turismo, pero que sigue apegado a costumbres como la procesión de la Virgen del Carmen o la noche de San Juan. Es, además, un buen punto de partida para recorrer la Costa Tropical. O para pasear por las playas del municipio: Castell, La Rijana y Cambriles.
Guadix
Ciudad monumental y pintoresca a la vez, ofrece atractivos tan variados como una catedral –sí, Guadix tiene obispo propio, independiente del de Granada- levantada entre los siglos XVI y XVIII que es una auténtica obra de arte por dentro y por fuera, o como las casas-cueva que hay tanto en un barrio del pueblo como en los alrededores y que constituyen, cada vez más, un reclamo turístico.
También lo es, sin duda, el hecho de que Guadix sea el punto de partida ideal para conocer el Geoparque, una enorme extensión de terreno de casi 5.000 kilómetros cuadrados que ofrece al viajero unos paisajes que parecen sacados de las badlands americanas o los Cárpatos de Rumanía.
Ese Geoparque puede visitarse de distintas formas, entre ellas algunas muy curiosas como pasar un fin de semana durmiendo al raso y buscando la supervivencia –aunque el tour termina con un almuerzo en un asador- y si se quiere apreciar todo a vista de pájaro, también hay excursiones programadas en globo.
La Plaza de la Constitución, los restos de la muralla medieval o del teatro romano y la alcazaba son paradas imprescindibles en una visita que puede y debe dar pie a perderse y reencontrarse. Porque esa es la mejor forma de toparse con casas señoriales de los siglos XVIII y XIX que sobreviven, algunas bien y otras no tanto, como testimonio de un pasado esplendoroso.
Es más que curioso también sumergirse en la relación entre Guadix y el cine. La ciudad ha aparecido en 22 películas, entre ellas 'El viento y el león', 'Doctor Zhivago' o 'Indiana Jones y la última cruzada'.
Santa Fe
El centro histórico de Santa Fe tiene forma de cruz. O de flecha, según se quiera ver. Es una cruz católica que apuntaba hacia Granada, el último bastión de los musulmanes, que terminó cayendo el 2 de enero de 1492 poniéndose así punto final a la Reconquista.
La forma no es casual: en Santa Fe se estableció el campamento militar que preparó el definitivo asalto a Granada y lo protegió con unas murallas, que fueron levantadas en menos de tres meses, y le dio una forma de cruz como para dejar claro que aquello era un lugar cristiano. Que la parte superior de esa cruz vaya en la dirección a Granada puede interpretarse como el '¡Vamos allá!' definitivo.
En Santa Fe se firmaron las capitulaciones de la rendición de Boabdil el Chico y, también en ese mismo año de 1492, las que permitieron a Cristóbal Colón zarpar con sus naves hacia las Indias por un camino distinto al habitual y, de esa manera tan casual, dar con el continente luego bautizado como América.
Todo lo anterior quiere decir que Santa Fe ha sido un lugar crucial, un sitio donde se respira la historia de España. El tiempo la ha cambiado, naturalmente, pero en su interior el viajero puede imaginarse esas cuatro puertas –una en cada punta de la cruz- cerradas a cal y canto al invasor pero abiertas para el tránsito hacia la costa, a otros puntos del interior como Sevilla y, por supuesto, a una nueva incursión con rumbo a la cercana Granada, cuya Alhambra, la última fortaleza nazarí, casi se tocaba con los dedos porque la distancia es de apenas veinte kilómetros.
Santa Fe conserva monumentos interesantes como la Iglesia de la Encarnación, del siglo XVIII y estilo neoclásico, o la Ermita de los Gallegos, en la que destaca un camarín rococó que se atribuye a Pablo de Rojas. Hay también decoración barroca de gran valor en las mencionadas puertas de la ciudad.
Otro de los atractivos de Santa Fe no está en el pueblo en sí sino en sus alrededores. Porque es un pueblo rodeado por los cuatro costados de Vega, y allí hay una riqueza paisajística importantísima. Casi a tiro de piedra están las choperas de Fuente Vaqueros, lugar donde por cierto nació Federico García Lorca, y hay numerosos senderos para hacer rutas a pie o en bici y respirar la paz del campo.
La gastronomía local ofrece como plato estelar el pionono, un dulce típico cuyo origen no está muy claro –algunos creen que en realidad es una copia de otro que ya se hacía en Cádiz- pero al que Ceferino Isla supo sacarle partido al inaugurar a finales del siglo XIX una tienda que los vendía en la calle Real.
Hoy, la marca Ysla se extiende por toda Granada y es un referente nacional. Todo el mundo la conoce, aunque no es del dominio público el origen de su nombre: fue un homenaje al papa Pío IX, que ejerció entre 1846 y 1878. La forma del dulce, aseguran algunos, representa la silueta del pontífice. Cierto o no, el caso es que se trata de un manjar.
Laroles
A Laroles se puede llegar principalmente por tres caminos: desde Almería, subiendo desde la costa, entrando por la Alpujarra almeriense y cruzar la frontera a Granada por Ugíjar, que ya queda a quince minutos. Desde Granada, vía Lanjarón, atravesando toda la Alpujarra granadina en un camino precioso pero repleto de curvas que hace que el trayecto se prolongue casi tres horas. Y desde la autovía Granada-Almería, desviándose a la altura de La Calahorra –precioso castillo el que hay allí- y subiendo el Puerto de la Ragua, a una cota de dos mil metros. Esta última opción no siempre es válida porque en invierno acostumbra a nevar allí y entonces el puerto se cierra al tráfico.
Eso último acentúa la sensación de que Laroles está alejado de todo, aislado del mundanal ruido. Apenas lo habitan 600 personas. Quien va allí a quedarse unos días es porque quiere experimentar precisamente esa sensación. Y el viajero que lo hace, suele salir satisfecho.
Laroles, que en realidad no es un pueblo sino que pertenece al municipio de Alpujarra de la Sierra, no es tan bonito como los tres que componen el Valle del Poqueira –que por orden ascendente son Pampaneira, Bubión y Capileira- pero para compensar está libre de la saturación turística que los citados sufren en fines de semana y puentes.
Ofrece aire puro, un camping –no sólo para tiendas, también tiene bungalows- y un hotel rural confortables y a precios asequibles, unas vistas difíciles de mejorar, rutas para caminar o montar en bici y hasta la posibilidad de cruzar la ficticia frontera que lo separa de Almería y encajarse en Bayárcal, que merece la pena.
Y si se quiere algo más recogido, hay al menos tres bares con terrazas para degustar la potente gastronomía alpujarreña y es muy saludable pasear por las calles estrechas y nada bulliciosas del casco urbano.
Víznar
Como pasa con otros muchos pueblos, de Víznar interesa ver el pueblo sí y tanto o más sus alrededores. Situado por encima de Granada, a más de mil metros de altitud, conserva elementos arquitectónicos interesantes de un pasado más o menos reciente, como el Palacio de Cuzco, del siglo XVIII, que no se puede visitar, o la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, del XVI.
Ha quedado desgraciadamente asociado a la historia negra de España porque cerca de allí, en el Barranco de Víznar, entre ese pueblo y el vecino de Alfacar, fusilaron a Federico García Lorca. Hay un parque para honrar su memoria y numerosos elementos que recuerdan que allí no sólo cayó él, sino muchas personas más.
Pero el paisaje es precioso, eso y el homenaje al poeta deben bastarle al viajero para dejar el coche y darse un buen paseo por la zona. Conocer por ejemplo la Acequia Aynadamar o tomarse tiempo para recorrer la Sierra de Alfaguara, donde nace el río Darro y se ubicó en tiempos un sanatorio mental, al que sólo se puede acceder andando y del que se cuentan historias escalofriantes.
Esa sierra forma parte del Parque Natural Sierra de Huétor, que abarca más de 12.000 hectáreas y donde se pueden encontrar especies arbóreas raras de ver en Andalucía, como la secuoya. Allí hay decenas de senderos, la mayoría asequibles para todos los públicos, y en invierno, en la cima del Puerto de la Mora, a más de 1.300 metros de altitud, no es raro que nieve.
De vuelta a Víznar, es una idea excelente visitar un asador para reponer fuerzas, acompañado a ser posible por pan de Alfacar, que es probablemente de los mejores de España, y después recorrer el pueblo de cabo a raro, que tampoco se tarda tanto, y pararse en sus miradores para ver el atardecer sobre Granada y su vega, todo un espectáculo.
Loja
Hay un refrán malvado e injusto que persigue a este bello pueblo del interior de Granada y que no le hace justicia en absoluto: «Loja, donde la que no es p… es coja». Se han creado varias leyendas para justificar su procedencia, entre ellas una que sitúa a un noble guapo, joven y rico en un palacio en todo lo alto de un cerro al que sólo podía accederse andando, cosa que las mujeres con dificultades para andar tenían francamente difícil.
Ninguna de esas teorías, sin embargo, parece ser cierta y quien se inventó el dicho, seguramente, sólo quería rimar por rimar… y recordar que una de las acepciones de 'coja' en el diccionario de la RAE no las deja precisamente en buen lugar.
Al margen de digresiones, el caso es que Loja merece una visita. Fue el ficticio país Sylvania en la película 'Sopa de ganso' de los Hermanos Marx pero, mucho antes de eso, fue una ciudad donde se asentaron romanos y árabes, que la entregaron a los cristianos en 1486.
Mimada por los Reyes Católicos y por otros monarcas que les sucedieron, se levantaron allí monumentos impresionantes como la Iglesia Mayor de la Encarnación, con rango de colegiata y de estilo gótico-mudéjar, o la de San Gabriel, renacentista y también imponente.
Esas y otras torres dominan un casco urbano bien conservado donde lo histórico, sobre todo los recuerdos de su etapa árabe, se combina con lo moderno, porque Loja no es precisamente un pueblo pequeño: el núcleo central y sus numerosas pedanías suman más de veinte mil habitantes.
Una de esas pedanías es Riofrío, que merece la visita sobre todo si el viajero es aficionado a comer truchas y caviar. Allí existe una piscifactoría que aprovecha las aguas del Genil para criarlas, y también hay esturiones que desovan en sus piscinas artificiales. Allí se puede comprar ese caviar y hay varios restaurantes donde el plato estrella es la trucha.
De vuelta a Loja, el viajero hará bien en acercarse a contemplar joyas arquitectónicas más modernas, como el palacete donde vivió el General Narváez en el siglo XIX o regresar atrás desde los restos de la alcazaba. Porque, como ha quedado dicho, en Loja se combina la historia más antigua con la más reciente.
Antes de dejar Loja, sería más que conveniente pasar por alguna pastelería y comprar sus afamados roscos. Que en esta época del año le vienen bien al cuerpo por su nada despreciable aporte calórico. Bromas aparte, están riquísimos y sería imperdonable no probarlos.
Baza
Hay muy pocas ciudades en Granada con tanta historia como Baza. A tres kilómetros de donde ahora se ubica la ciudad estuvo el asentamiento iberorromano de Basti, donde en 1971 se encontró la Dama de Baza, una de las mejores obras del arte íbero, no tan célebre pero de valor similar a la de Elche. La talla original está en el Museo Arqueológico de Madrid pero en el de Baza hay una réplica.
No acaba ahí su patrimonio monumental, ni mucho menos. Se conservan trozos de las torres defensivas que datan de la etapa musulmana, así como algunos tramos de la alcazaba, y ya de la época cristiana, destacan, entre otras, la Iglesia Parroquial de Santiago o la Iglesia Mayor de la Encarnación.
Pero es que Baza ofrece también una arquitectura civil digna de admiración. Ahí destaca el Palacio de los Enríquez, construido a imagen y semejanza de los suntuosos edificios renacentistas italianos. Su construcción data de 1506 y por desgracia su estado de conservación es lamentable. A pesar de que varias veces se ha hablado de la necesidad de reformarlo, es una obra que se pospone demasiado.
Baza cuenta además con la ventaja de estar muy bien situada. Cerca está la sierra que lleva su nombre, que es parque natural, pero es que no mucho más al norte se enlaza con la Sierra de Castril, un lugar que desde luego merece una visita, y también a los Collados de la Sagra, entre Puebla de Don Fadrique y Huéscar y no muy lejos de las provincias de Murcia y Albacete.
En invierno no se puede ver su fiesta grande, la del Cascamorras, pero seguro que el viajero encontrará a alguien que le cuenta la curiosa y verídica historia de ese personaje al que se homenajea año a año arrojándole –de forma amistosa, eso sí- cantidades ingentes de pintura para que no se lleve a Guadix la talla de Nuestra Señora de la Piedad.
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