Baselga, el toro de fuego y los secretos de Rubielos de Mora
Aún quedan en España pueblos medievales, de arte y costumbres, donde tradiciones centenarias siguen en pleno apogeo
ALFONSO ARMADA
Nos salimos de la autovía Valencia-Zaragoza a la primera oportunidad y elegimos la carretera más secundaria de todo el viaje, la que pasa por Forniche: estrecha, desierta, sin pintar, entre sabinas pineras. Por ella llegamos a Rubielos de Mora , una joya medieval ... llena de vida, y más en las noches de verano, cuando sueltan al toro de fuego.
—¿No sufre el animal?
—No llora .
Cuando llegamos, marroquíes flacos encabezan la media maratón. La puerta de la herrería está abierta. En la penumbra, las herramientas, gastadas y ordenadas, son una historia del trabajo. A sus 84 años, Manuel Baselga, el herrero, no sabe jubilarse. Con cabeza clara y manos diestras, sigue haciendo hablar al hierro . Él y su sobrino, Miguel Igual, su discípulo —dejó la fragua para montar en Valencia una fábrica de maquinaria—, son los emboladores.
Aunque son las siete y media de la tarde, y el festejo no empieza hasta medianoche, hay que ponerse manos a la obra. Llevan haciéndolo «toda la vida». ¿Y el toro embolado? «Desde que hay memoria. Cuando se trasladó la iglesia desde el convento al centro, hace 300 años, ya se celebraba».
Manuel Baselga empezó a los 14 años a martillar el hierro al rojo vivo. A él se deben buena parte de las farolas que alumbran Rubielos, Teruel y muchos pueblos de la provincia, pero también rejas, llamadores, cerraduras y balcones. No hay dos iguales: cada farola tiene «un detalle», un toro, una virgen, una bandera… que habla del que ocupa la casa contigua.
También es obra suya «el yuguete» que se coloca sobre la testuz del animal, sujeto a un bozal, rematado con dos crucetas. En ellas se ensartan las bolas. «No sobre los cuernos. Aquí al toro se le respeta», dice Miguel, maestro de ceremonias. Tío y sobrino atan con alambre capas y capas de cáñamo encerado empapado en aguarrás. Cuanto más prietas, más tiempo arderán las bolas, y más durará fiesta.
Mucho más por descubrir
Pero Rubielos es mucho más que toro. A la villa se accede por una de las dos torres-arcos del siglo XIV. Premio Europa Nostra, casonas y palacios maravillosamente preservados dan cuenta del esplendor pasado. Miguel encabeza la cuadrilla que va a buscar al toro al establo. El de hoy se llama Forastero y es joven, tres años. Con una maroma que tensan dos equipos con el bicho en medio, le llevan al «pilón» (viga plantada en una plaza) para enjaezarle el yuguete, prenderle fuego y verle correr entre citas y desplantes de los mozos. Hasta que se extinguen las llamas y le devuelvan, soga mediante, al corral.
Saciada el hambre de toro, antes de recogerse, Miguel nos muestra de madrugada el itinerario secreto de su tío: aquí una verja rematada con un vía crucis, aquí un llamador original, una cerradura obra de José Gonzalvo —el artista local, íntimo de Manuel, que fraguó buena parte de sus piezas—. La emoción le puede ante la reja que «tejió» para el ayuntamiento renacentista: «Ni yo me lo explico ni él recuerda cómo lo hizo. Un trabajo de orfebrería sencillo y hermético, un enhebrado que parece imposible.
Hay inventario de símbolos, pero no un mapa que recoja los detalles secretos de un pueblo que su alcalde, Ángel Gracia, ha logrado que sea de los pocos de España que cumpla con los requisitos de «cittaslow», movimiento fundado en Italia que persigue una vida más lenta y respetuosa con la naturaleza y con la historia. Entre el toro y el mapa de Manuel, Rubielos de Mora traza un insólito destino.
—¿Sufre el toro?
—No llora.
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