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María Teresa Campos: «No creo en la objetividad, es imposible»

La periodista, que acaba de publicar un libro sobre la Princesa Letizia, pasa el fin de semana en el plató

María Teresa Campos: «No creo en la objetividad, es imposible»

ANNA GRAU

Para esta gran dama de la tele y de muchas otras cosas, el domingo es de todo menos un día festivo desde que presenta «Qué tiempo tan feliz» en Telecinco. «A veces, en vez de ir directa a la tele, me paro a hacer alguna comprilla en El Corte Inglés que tengo al paso, paro a coger algo que me falta o para darme una vuelta y ver algo, más que nada por sentir que he hecho algo más que trabajar el domingo», dice, con un inquietante centelleo en la mirada de maruja agudamente inteligente, de superdotada de lo cotidiano. Hay en ella demasiados registros para simplificarla a solo presentadora de televisión o solo periodista, que para algo estudió Filosofía, Música y Arte Dramático, entre otros campos de interés y de inquietud.

Comprometida

Llega a la tele. Le arreglan el pelo lo primero. La maquillan. Come en el camerino. Se viste. Entre una cosa y la otra se ha reunido con su equipo para planear la jugada y el partido. Se baja al plató. ¿Le gusta esta vida? Sin pestañear contesta que «cada uno tiene el trabajo que ha querido y podido tener, y hoy todavía más». Se siente ardientemente comprometida con su labor periodística. Se acuerda por ejemplo de cuando en plena Transición defendía la lucha feminista «en un programa de radio, Mujeres 72, que yo creo que me lo dejaban hacer solo porque era a las doce de la noche».

A día de hoy le quita el sueño «desayunarme con la noticia de que dentro de diez años el cuarenta por ciento de los españoles estará en la pobreza». Entonces llama a todos los periodistas a «apoyar a los mas débiles». «Nosotros no hacemos política», afirma... ¿O no deberíamos?, la interrumpo yo. Ella asiente: «Tampoco creo en una objetividad imposible, creo en la justicia, en defender aquello que yo considero justo». Amén.

Y en medio de todo este panorama, ella encontró fuerzas e inventiva para aceptar la singular oferta de Planeta de escribir un libro en primera persona de la Princesa Letizia. Le hizo gracia «ponerme en la piel de alguien de quien se dicen muchas cosas, pero ella no puede contestar; sin querer compararme, a mí también me ha pasado». ¿Algún feedback de la Casa Real, a favor o en contra? «No, ni vistos buenos ni trabas», asegura. Toda la libertad del mundo para escribir esta historia de ficción basada en hechos reales que, para gran regocijo de su autora, ya es el tercer libro más vendido por detrás de las memorias (verídicas) del Papa y de José María Aznar.

Ya que hablábamos de feminismo, nos sentamos a analizar si para una feminista pasar de periodista de éxito a princesa de cuento no supone algo así como un paso atrás, una involución. María Teresa tiene clarísimo que sí lo supone y que una mujer «moderna, libre e independiente» como Letizia Ortiz desea que le pase todo menos eso. «Pero Letizia se enamoró de Felipe, y Felipe se enamoró de ella, y ese es el eterno cabo suelto, el amor», sonríe con picardía.

Como dos maripuris en lo mejorcito comentamos que enamorarse de Felipe de Borbón y Grecia debió de ser de todo menos complicado: «Si ya lo decía Erich Fromm en sus estudios sobre el amor, que tú te enamoras del mejor producto disponible del mercado, y sin duda Felipe lo era». ¿Y es verdad, como en los mentideros se dice, que fue ella la que puso a la Casa Real en alerta sobre el caso Urdangarín? «Ay, hija, yo no sé nada, yo sé lo que tú», reconoce María Teresa sin complejos, «pero en mi libro ella sí dice que Felipe no ha tenido mucha suerte con los cuñados, y que cuando ella vio el casoplón de Pedralbes ya se lo vio venir, y que a Felipe le da mucha pena porque Cristina era su hermana favorita y les apoyó mucho durante su noviazgo».

Cuidados

Está claro que María Teresa ni se aburre ni permite que se aburra nadie con ella. Después de darlo todo por la tele vuelve a casa el domingo por la noche, y por cansada que esté se desmaquilla sí o sí. «Me cuido muy seriamente la piel, por eso no se me ha caído la cara, da igual si me lleva media hora, yo me limpio a fondo, me doy una hidratación buenísima, me miro al espejo como la princesa y no me paso ni una, aunque ella es más expeditiva, a la mínima que ve algo que no le gusta, va y se opera».

Ella se perdona más la vida. Por ejemplo, al meterse en la cama con «una bandejita» llena de cosas de picar. En la bandejita hay «un poquito de jamón, otro poquito de queso, piquitos de pan, y luego lo que menos debería hacer, una taza de leche con cola-cao, siempre trato de quitármelo, pero a veces llego tan y tan derrotada que me digo: y a estas alturas, ¿no me voy a tomar yo un cola-cao con galletas o con lo que me dé la gana?» Faltaría más, princesa. O reina.

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