La vida y la escritura no pocas veces nos llevan por donde quieren ellas, aunque pensemos que somos nosotros los que llevamos el timón. Pero a la vez nos enseñan, si nos dejamos, la belleza, y hasta la sabiduría, que hay en reconocerse y saberse ... en sus manos.
Y siempre está la palabra como respuesta y a la vez pregunta, con su misterio último. Porque la palabra ¿es llegada o es viaje? Hay pocos gozos mayores que sentirse médium de la magia de esas dos fuerzas, la de la vida y la de la escritura.
Porque la magia actúa. Y hay que dejarla y hay que creerla. Lo mismo pasa con la Poesía, a la que la palabra siempre anda buscando, pero la que actúa es ella. Y es ella, la Poesía, la que se deja atrapar, la que se deja sentir y la que se deja escribir cuándo y por quién le parece.
Se hizo la voz
y dijo:
sólo serás poeta
si un ángel se detiene en tu palabra.
Hay veces en que la acción no es necesaria. La acción entendida aquí como movimiento, como dinámica interactuación con el mundo. Hay veces en que basta mirar. Mirar y dejar que la mirada recorra el camino que conduce a ver.
Hay veces en que sólo hace falta saber que siempre hay un paisaje destinado a llegar adonde estamos, destinado a ser visto por nosotros. Hay veces en que sólo hace falta un estado de ánimo. Veces en que la melancolía nos hace casi sabios, casi santos. Hay veces en que mirar es ver. Y presentir. Y dejar que se aparezca la palabra.
Luz que se acerca
bañando la palabra:
llega el poema.
Hay veces en que basta abrir los ojos y dejar que el milagro se produzca.
Lugar para el reencuentro (26): El corazón de la escritura. Reflexión en dos tiempos
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