La música no es comprensión, es un rapto
El Réquiem de Verdi/Muti en la catedral de Toledo, un éxito
La música no es comprensión, es un rapto
Imponente el templo toledano. Imponente la música de Verdi. Imponente la «Messa da Requiem». Imponente la mano del pastor, Riccardo Muti, que condujo sabiamente con su bastón/batuta al considerable rebaño que resultó de unir a dos orquestas y dos coros. Imponente el Greco en ... el recuerdo.
Aún sobrecogido por el retumbar del «Dies Irae» y la emoción del «Libera Me», escribo estas impresiones sobre la Misa para solistas, coro y orquesta que compuso el incrédulo Giuseppe Verdi para honrar la memoria de su venerado Alessandro Manzoni (político y autor de la novela «Los novios»), que fue estrenada en Milán en 1874, un año después del fallecimiento del amigo, primero en la catedral milanesa y luego con alguna representación más en el teatro de la Scala. En 2014 ha servido para honrar el recuerdo de un pintor, el Greco, que tiene muchos elementos en común en lo real y lo simbólico con el compositor italiano.
Nadie puede pensar que esta misa verdiana esté anclada en los parámetros de la teatralidad melodramática, tan propia de las óperas, ni en un concepto de religiosidad profunda, pues en Verdi la religiosidad hay que entenderla casi exclusivamente en su carácter puramente humano y moral. El mismo Riccardo Muti ha afirmado que «un texto como el Réquiem de Verdi, que es católico, puede ser dirigido profundamente por un judío, un chino o alguien que no cree en la vida eterna».
Esta Misa de Réquiem se afirma en un plano de valores estrictamente musicales y la fantasía musical de Verdi se enciende toda en contacto con el problema, aparentemente técnico, de componer el coro y las cuatro voces del cuarteto según exigencias únicamente sonoras. Partiendo de esta concepción, no es fácil entender el deslumbrante inicio, que tiene el carácter inconfundible de una presentación de las voces, pues confía el Réquiem al coro y sucesivamente van entrando bajo el mismo tema tenor, bajo, soprano y contralto. Verdi, el viejo maestro, el experto insuperable en voces humanas, pone en movimiento todos sus recursos. Toda la obra es grandiosa, pero los primeros números los podemos calificar por su grandiosidad, ya que tenemos el recuerdo de un gran pintor, el Greco, en nuestra mente, con el epíteto de «miguelangelescos».
La versión del Réquiem de Verdi que hemos escuchado en la catedral toledana la ha llevado muy bien el maestro Muti atendiendo a las especiales condiciones acústicas del templo. Es evidente que las voces femeninas, más agudas, se han percibido mejor que las de los solistas masculinos, más centrales y bajas, que se perdían en la inmensidad de las naves catedralicias. Y es evidente también, a poco que estuviéramos atentos a la dirección de Riccardo Muti, que este cuidó muy bien y respetó la reverberación (esa persistencia acústica que provoca el espacio), esperando lo que era preciso en las transiciones o en los contrastes o en las uniones de las secciones.
Es evidente también que este Réquiem es de Verdi y es de Muti, pues el director ha tenido gestos muy visibles en la dirección, como diciendo aquí estoy yo, cuando se dirigía al coro tocándose el pecho con la mano, o con los giros hacia cada sección orquestal (contrabajos o violines) para «mandar» y «guiar». Excelente, pues, la dirección de Muti con su gesto seguro y, a veces, despótico (utilizo el adjetivo en el sentido positivo de «autoridad absoluta» y no en el de «abuso de superioridad»). La buena labor se ha percibido asimismo en la muy buena integración de las dos orquestas (la titular del Teatro Real y la Orchestra Giovanile «Luigi Cherubini»), los dos coros (el titular del Teatro Real y el de la Comunidad de Madrid) y las cuatro voces solistas (Tatiana Serjan, soprano; Ekaterina Gubanova, mezzosoprano; Francesco Meli, tenor; y Ildar Abdrazakov, bajo). En pura síntesis, solo me atrevo a decir que la unión de todos transmitió belleza.
Si el propio Muti afirma que «la música no es comprensión, es un rapto», lo comparto y corroboro que este Requiem toledano fue de gran intensidad emocional. Fue una verdadera suerte (en mi caso se lo debo a unos amigo de ¡facebook! que me consiguieron una entrada) presenciar su interpretación en directo, en un lugar de privilegio por su historia y su arquitectura (si bien Toledo aún necesita cubrir la carencia de siglos y dotarse de un lugar para estas representaciones grandes sinfónico-corales), por unos solistas, unas orquestas y unos coros, como los arriba citados. Una experiencia para recordar y para contarla.
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