El Greco en el siglo XIX (I)

El proceso de ensalzamiento de El Greco por parte de los franceses no se detendría hasta que el candiota alcanzara el lugar que la historia del arte le confirió desde comienzos del siglo XX

El Greco en el siglo XIX (I)

por antonio illán illán y óscar gonzález Palencia

El siglo XIX comienza a abrir una vía por la cual la figura y la obra de El Greco abandona la marginalidad en que había quedado inmersa durante el largo periodo que se abrió con el fallecimiento del artista. Sin embargo, no debemos hacer tabula rasa homogeneizando un proceso que, en el ochocientos, fue paulatino y dispar, como una especie de exordio de una recuperación y revalorización que debemos situar, en puridad, en el año 1908, la fecha en que salió a la luz la monografía de Cossío, titulada, precisamente, «El Greco», primer haz de luz sobre la larga noche de incomprensiones, tópicos y desdenes al que la autoridad no conculcada de ciertos críticos del Barroco y, sobre todo, de la Ilustración le habían condenado.

Francia

Es de rigor señalar que la amortización que se llevó a cabo para sufragar la primera guerra carlista, cuyo inicio se produce en 1833, pone en el mercado internacional no pocas obras españolas que contribuyen al conocimiento de nuestro acervo artístico. Eso propicia que, durante la década de 1830, se produzca una revitalización del interés de los franceses por España, como país eminentemente romántico, del que despierta un especial interés su Siglo de Oro. En esta tónica general, si hemos de dar una fecha como inicio de esta mutación en la tendencia de considerar a El Greco un artista extravagante y hasta grotesco por otra de signo opuesto que habría de llevarlo al panteón reducido y selecto de los genios, coincidiremos con José Álvarez Lopera –a cuya investigación y cuya labor documental debemos buena parte de lo que aquí traemos- en señalar 1838 como el año clave con que se inicia dicho cambio de tendencia. El 7 de enero de 1838 se inaugura la Galería Luis Felipe de Pintura Española en el Louvre parisino en las salas de la Colonnade. Recordemos que la pintura española del Siglo de Oro era prácticamente desconocida en Francia, y que fueron las pinturas sustraídas como botines de guerra durante el periodo de la invasión napoleónica lo que permitió conocer su existencia y evaluar su calidad. Por ese motivo, el rey Luis Felipe, que conocía España por haber residido en Andalucía, aprovechó la contingencia de la desamortización de Mendizábal y la consiguiente venta masiva de las posesiones eclesiásticas para enviar a dos emisarios, el barón Taylor y el pintor Dauzats, para que adquirieran, en 1835, un copioso fondo artístico –cuatrocientas doce pinturas- que evadió la prescripción de no exportar obras de arte, para que, en el año uno de la recuperación de El Greco fuera inaugurada la Galería Española del Louvre. Hay quien estima esta fecha como precipitada, puesto que, al parecer, las preferencias iniciales de los parisinos se escoraron hacia la escuela sevillana barroca. No obstante, parece muy extraño que a la sensibilidad de los franceses escapara la contemplación de obras de El Greco como «La dama del armiño» (cuadro del que hoy hay serias dudas que sea obra del Candiota) o «Cristo Crucificado con dos donantes».

No es raro que, a partir de este momento, los viajeros románticos franceses eligieran nuestro país como un destino predilecto, lo que testifica muy tempranamente Théophile Gautier, que, en 1840 publica su «Viaje a España», compilación de artículos que, desde un punto de vista bibliográfico, constituye la primera muestra de admiración desmedida por El Greco , con independencia de la relevancia que le sea concedida a las propias consideraciones de Gautier, quien, para Álvarez Lopera, no hace más que transmitir el sentir general de la Francia romántica, donde El Greco había adquirido, en tan escaso tiempo, una estela de misterio muy acorde con la mentalidad del tiempo. Sería el primer testimonio de un conjunto de viajes entre los que se contarían los realizados entre 1862 y 1873 por Charles Davillier y Gustave Doré, donde el primero aporta sus textos, y el segundo, sus grabados. En 1874, la obra se editaría en formato unitario. El Greco comenzaba a ser restituido.

Eugène Delacroix poseía una réplica de El Expolio

De la atención suscitada por El Greco en los artistas románticos franceses habla elocuentemente el hecho de que nada menos que Eugène Delacroix poseyera una réplica de «El Expolio». No menos ilustrativo resulta que, entre las posesiones de Jean-François Millet, se contaran un «Santo Domingo» y un «San Ildefonso» con autoría del Cretense, obras que, más tarde, llegarían a engrosar la colección privada que Edgar Degas había compilado en su apartamento de la calle Victor Massé, en París.

La admiración que los artistas franceses proyectaron sobre El Greco trascendió las fronteras estéticas y cronológicas del Romanticismo. Los impresionistas, por su parte, tributaron al candiota una admiración profunda. Así lo pone de manifiesto que Manet, poseedor de obras de nuestro pintor, llegó a encontrar en él una inspiración estilística y temática que le induciría a la composición de obras como «Cristo muerto con ángeles». Zacharie Astruc, crítico y artista perteneciente al cenáculo del propio Manet, no dudaría en realizar un retrato del propio creador francés homenajeando a El Greco y a Velázquez. Y no deja de ser significativo que el mismo Astruc se refiriera al Cretense como «el Delacroix del Renacimiento». Cómo habría llegado Manet a interesarse por la figura de El Greco es algo que queda explicado en la atención inicial que suscitó en el citado Édouard Manet la escuela pictórica española, que, en principio, puso especial interés en Velázquez. De acuerdo con el parecer de algunos críticos como Théophile Thoré, ya en estos primeros contactos con la pintura española, Manet habría reparado en El Greco , dado que el pintor francés, en su visita a la colección de los hermanos Pereire, compilada con el asesoramiento de Thoré, ya habría un buen número de pinturas del candiota. Es posible que tal descubrimiento terminara por mover a Manet a realizar su viaje a España, que, pese a prolongarse por el corto intervalo de dos semanas, le ofreció la posibilidad de contemplar las obras de El Greco contenidas en Madrid y Toledo, experiencia que fue, para el artista francés, enormemente cautivadora. Es más, Manet escribe en una carta a Théophile Silvestre que en España hay tres genios: Goya, Velázquez y El Greco. Fuera este el origen de la admiración de Manet por El Greco o no, máxime cuando bien pudo llegarse a El Greco a través de la figura de Velázquez, que alcanzó una dimensión colosal en la Francia de mediados del XIX, es cuestión que consideramos en un segundo orden de importancia, puesto que lo verdaderamente pertinente es el ensalzamiento de nuestro pintor por parte de artistas y críticos vinculados al Impresionismo. Así lo atestigua el interés de Cézanne, que frecuentemente fue comparado en su tiempo con El Greco, y que no dudaría en copiar «La dama del armiño». La fuerza irradiadora del maestro toledano alcanzaría hasta Toulouse-Lautrec, en quien la impronta de El Greco es muy perceptible, sobre todo, en retratos concebidos al modo del Cretense como el de Romain Coolus.

Es conocido el interés de Baudelaire en «La dama del armiño»

Pero la huella de nuestro artista no quedó sólo en el espíritu de los creadores plásticos; es conocido, por ejemplo, el interés de Baudelaire en «La dama del armiño», de la misma manera que conocemos testimonios laudatorios del periodista y escritor Jules Champfleury , del que se ha afirmado que albergó la intención de escribir un estudio sobre nuestro pintor. No menos relevante resulta el hecho de que una de las obras paradigmáticas de los movimientos literarios finiseculares, «A contrapelo», de Joris-Karl Huysmans recoja una mención a El Greco muy pertinente dentro del espíritu decadentista de la obra y, muy particularmente, de la personalidad de su protagonista, quien posee, en su alcoba, «un boceto desordenado de Theotocopuli, un Cristo con tintes singulares, con un dibujo exagerado, con un color feroz, con una energía descompuesta». No concluirían aquí las referencias a El Greco de la literatura de fin de siglo en Francia; antes al contrario, proliferarían las alusiones como la de Théodor Wyzewa, gran crítico del simbolismo, que lo estimó como el más original de los pintores del XVI, o Jean Lorrain, que, en su novela, «El señor de Bougrelon», ahonda en la visión oscura y decadente de nuestro pintor. Para entonces, el proceso de ensalzamiento de El Greco por parte de los artistas y críticos franceses no se detendría hasta que el candiota alcanzara el lugar que la historia del arte le confirió desde comienzos del siglo XX.

El Greco en el siglo XIX (I)

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